Placeres sangrientos

Pedro Ludena comenta la película de Robert Eggers, 'Nosferatu'

03/01/2025
 Actualizado a 03/01/2025
Un fotograma de la película 'Nosferatu' de Robert Eggers.
Un fotograma de la película 'Nosferatu' de Robert Eggers.

Robert Eggers (’La bruja’, ‘El faro’) resucita una vez más uno de los relatos más clásicos y fundamentales de la literatura y el cine de terror, cuyo vampiro antagonista, tras infinidad de adaptaciones, ocupa un lugar privilegiado en el imaginario colectivo. No obstante, Eggers consigue llevar a la pantalla la oscuridad y el mórbido trasfondo de la historia original, habitualmente ignorado por otras versiones, tomando lo mejor de aquella mientras reconstruye su primera adaptación cinematográfica de 1922, ‘Nosferatu’.

Drácula’, escrito por Bram Stoker en 1897, a pesar de su magistral redacción y originalidad, debe su éxito principalmente al cine. El escritor no presenció en vida el triunfo de su novela, que no llegó sino después de que diversos cineastas la adaptaran libremente a lo largo de Europa. Aunque la versión más icónica del personaje, y con la que la mayoría identificaría a Drácula, fuera la iniciada por la película de 1931, a cargo de Tod Browning, representando al Conde con un estilo refinado, ataviado con prendas elegantes y un porte hasta caballeresco; esta no fue la primera. Ese puesto le corresponde al ‘Nosferatu’ de F.W. Murnau, que en 1922, y sin contar con los derechos de autor de la novela, filmó su propia versión de la historia del vampiro, cambiando los nombres de los personajes, trasladando su origen y la acción de Inglaterra a Alemania, reestructurando partes de la trama y presentando al Conde, esta vez llamado ‘Orlok’, como un verdadero ser de pesadilla. El resultado: una demanda por parte de la viuda de Stoker por plagio, la casi total destrucción de todas las copias de la cinta y el nacimiento de un hito del expresionismo alemán y de la historia del cine mismo. 

Ciento dos años después de la versión de Murnau, Robert Eggers es el nombre ideal para devolver a la vida su ‘Nosferatu’. Desde que estrenase ‘La bruja’ en 2015, el cineasta norteamericano no ha cesado su racha de grandes obras, en las que ha demostrado su excepcional mirada para el terror y la ambientación, firmando películas con una manufactura y una cinematografía impecables, generando una atmósfera opresiva que sumerge al espectador en la fantasía oscura de cualquiera que sea el escenario en cuestión. Ya sea una granja de Nueva Inglaterra, un faro desolado, un poblado vikingo o un castillo transilvano; todos parecen situarse lejos de la mano de Dios. Por ello, Eggers se antoja como el candidato idóneo para rehacer el clásico de Murnau, sangre nueva para rejuvenecer el terror gótico de una narración cuyo subtexto no ha perdido ni un ápice de horror, pero que agradece su revisita con ojos más contemporáneos.  

El director de ‘El hombre del norte’ sigue haciendo gala de su imagenería sin parangón, con una fotografía sacada de un cuadro de la época victoriana y una iluminación inteligentemente diseminada gracias al uso constante de velas y otras fuentes de luz diegética, que mantienen el carácter lúgubre del mundo de ‘Nosferatu’ y a sus horrores semiocultos en las sombras. Además, Eggers sacrifica parte de la verosimilitud del relato, prescindiendo de escenas que en otras versiones explican los pormenores de las acciones de las personajes, para entregarse a su carácter nigromántico, entremezclando lo concreto y lo fantasmagórico, sumergiendo a la audiencia en la desazón de no comprender el funcionamiento de la tenebrosidad que envuelve al Conde Orlok. 

Ninguna de las adaptaciones de ‘Drácula’ ha seguido al pie de la letra el texto de Bram Stoker, pero Eggers se sirve de lo mejor de cada variante de la historia para confeccionar la que probablemente sea su mejor adaptación hasta la fecha. Respeta los personajes y sus nombres reimaginados por Murnau en su película de 1922, más les da el peso argumental que les correspondía en la novela de Stoker, tal y como se ejemplifica en el conocido personaje de Van Helsing, renombrado Von Franz, que recupera su protagonismo propio de la novela, aunque dejado de lado por la original ‘Nosferatu’, de la mano de Willem Dafoe, quien asimila a la perfección el excéntrico carácter del doctor. Asimismo, la duración y la importancia de cada acto está mejor repartido en esta adaptación, sin excederse en los encuentros nocturnos entre Mina/Ellen y Drácula/Orlok, que en la novela agotan la paciencia del lector tras la enésima reiteración, y sin desmerecerlos en una única escena, como hace la original ‘Nosferatu’ de Murnau. La mejor parte es, como en todas las adaptaciones de la historia, la primera, con Harker/Hutter llegando al castillo del Conde, sumido en tinieblas, llegando a un mundo que trasciende la realidad y se torna en pesadilla. Sin embargo, la versión de Eggers consigue seguir impresionando con la habitualmente más discreta parte final, especialmente gracias a su brillante dirección, sacando partido de su detallada ambientación histórica y de su brillante uso de las sombras para transmitir la verdadera oscuridad que desata el Conde, y al impresionante desempeño del elenco, con unas interpretaciones intachables y entregadas. Aunque ninguna tanto como la de Lily-Rose Depp en el papel de Helena, que se deja literalmente la piel cuando se ve poseída por la sombra el vampiro. 

‘Drácula’ siempre tuvo un componente mucho más terrible y real que el monstruo en sí. La transfusión forzada de sangre, el alimentarse de la misma esencia de otros, el consumir a mujeres indefensas por la noche, el volverlas impuras a los ojos de Dios, etc. Ya a finales del siglo XIX, Bram Stoker se atrevió a tratar el tabú de la violación, un acto tan íntimamente horrible que creó a un monstruo sentado a la derecha del mismo diablo al que atribuirle su autoría. Una perversión que, en la novela, juega a un escondite muy peligroso con el deseo sexual. En el texto original, el vampiro surge como una suerte de castigo bíblico a la lujuria de las mujeres, consumiendo al personaje de Lucy, que en las películas de ‘Nosferatu’ se denomina Anna y tiene un carácter templado y maternal, por caer presa de sus bajos instintos y su lascivia. Mientras que su amiga Mina, aquí llamada Ellen, pero manteniendo su rol protagónico en todas las versiones de la historia, se mantiene fiel a su compromiso con su marido, salvando así su alma. Stoker parecía escarmentar así a las mujeres que se salieran de la norma social de la época y premiaba el amor y la fidelidad conyugal. Sin embargo Murnau, solo veinticinco años más tarde, y ahora Eggers, más de un siglo después, no conciben esa misma idea de que la mujer protagonista, la heroína del relato, debía ser inmaculada, devota del afecto no carnal; sino estar dispuesta a entregar su vida por amor aun tentada por sus pasiones. Si pensamos en el Conde como la serpiente del Edén y en Mina/Ellen como una Eva victoriana, la Eva de Stoker repudia la tentación por la vía cristiana de la castidad y la sagrada institución del matrimonio. Por otra parte, la Eva de Eggers, y podría decirse que la de Murnau, dentro de las limitaciones pudorosas de su época, ya ha probado las manzanas y le gustan. No se resiste a comerlas, sino a serle infiel a su Adán, porque su amor por él es mucho mayor que su apetito, aunque no sea capaz de disimular su hambre. Una perspectiva mucho más en sintonía con una auténtica mujer moderna, libre de disfrutar de los placeres que Dios le ha dado y eligiendo el amor sin renunciar a estos. 

En conclusión, ‘Nosferatu’ es una obra maestra más en el exitoso haber de Robert Eggers, un cuento de terror gótico fastuoso, que cuestiona el sentido de la pasión y el erotismo, tradicionalmente contemplado como una falla en la semejanza divina del ser humano, una rendija por la que el mal penetra. Aunque, desde una perspectiva humanista, se podría argumentar que el mismo pecado carnal puede ser la llave de la salvación. 

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