Plantas, fuentes, pájaros que nos hablan en y desde Felisa Rodríguez

La autora berciana fue una docente adelantada en cierta forma a quienes hoy conocemos como "educadores ambientales"

Mercedes G. Rojo
24/05/2022
 Actualizado a 24/05/2022
Felisa Rodríguez con los más pequeños plantado árboles.
Felisa Rodríguez con los más pequeños plantado árboles.
«Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con sus brillos los astros,
lo dicen, pero no es cierto...»
(Rosalía de Castro)


Me he permitido comenzar el artículo de hoy con estos versos de Rosalía de Castro, a pesar de ser gallega y no leonesa (a quienes está dedicada esta sección), porque siempre que pienso en la presencia de la Naturaleza en la Literatura, especialmente en esa unión que el ser humano siente con ella (pues de ella forma parte) y que tantos poemas y tantos renglones ha inspirado a lo largo de la Historia, me vienen a la cabeza precisamente estos y no otros. Tampoco la tierra que la vio nacer y la inspiró está tan lejos de la nuestra y sus paisajes, ni esa comunión que ella sentía pasa desapercibida para muchas de nuestras escritoras, antes al contrario, es común a muchas de ellas. Y de entre todas, y muy especialmente, para una de ellas con la que hoy vuelvo a ocupar esta sección: Felisa Rodríguez (Noceda del Bierzo 1912- 1998). En plena Feria del Libro de León, y teniendo como telón de fondo la conmemoración del Día de la Biodiversidad, que se celebra cada año el 22 de mayo a instancias de la ONU, no he podido resistirme a la tentación de hacerla de nuevo protagonista. Y es que si bien no es la única que manifiesta entre nuestras letras esa particular comunión con la naturaleza, sí es quien la lleva un paso más allá, reivindicando desde sus publicaciones nuestra inevitable dependencia de la misma, poniendo el acento de nuestra equilibrada permanencia con el medio en el respeto a una biodiversidad que –desde que ella comenzó su humilde cruzada por hacerlo ver– sigue siendo tan machacada por los intereses humanos que ha necesitado de la llamada internacional de la ONU para que no olvidemos su fragilidad y, con ella, también la nuestra como raza humana.

¿Y por qué hablar de Felisa Rodríguez en relación a una fecha como esta? Apenas nos hace falta echar un vistazo a los títulos de muchos de sus libros para darnos cuenta de ello, máxime si entramos en los correspondientes índices de los mismos: títulos como ‘El libro de las maravillas’, ‘El hombre de los aguzos’, ‘Por selvas y jardines’ o ‘De pie muere el arbolado’,...; poemas como «¿Quién te secuestra, campana, para que no toques a fuego?», «¿Los pájaros y yo dónde haremos el nido?», «A Fauna y Flora, ultraje repetido», «Milagro del pino quemado», «Quien quema el bosque quema su propia vida», «Biografía del peral», ... y tantos y tantos otros.

Amiga de asociar lemas concretos a estas conmemoraciones que año tras año nos propone la ONU como recordatorio de lo mucho que nos queda por hacer y respetar, en esta ocasión fue escogido el de «construir un futuro compartido para todas las formas de vida» con la idea fundamental de «promover la idea de que la biodiversidad es la clave para tener un mundo mejor, ya que los diferentes ecosistemas existentes en el planeta ayudan al clima y a la salud de todos». Como podemos apreciar a poco que nos fijemos en los títulos manejados por Felisa Rodríguez, y aún más si entramos en sus libros, ¿habría alguien mejor que ella para convertirse en voz de dicho lema? Adelantada en cierta forma a quienes hoy conocemos como «educadores ambientales», sus textos se convierten en un ejemplo completo de esa «amplia variedad de plantas, animales y microorganismos existentes, que también incluye las diferencias genéticas dentro de cada especie, así como la variedad de ecosistemas (lagos, bosques, desiertos, campos agrarios,...) que albergan múltiples interacciones entre sus miembros (humanos, plantas, animales) y su entorno (agua, aire, suelo...)» que para la ONU supone la definición de biodiversidad, y a la que ella escribe sin parar. En sus obras, ya sean verso o prosa, nos plasma su cercanía a las plantas silvestres de su ecosistema más próximo, pero también a aquellas introducidas por mano humana para su propio servicio (interesante a este respecto el acercamiento que realiza Manuel A. Morales en el capítulo ‘Corazón de campana’, incluido en el libro ‘Felisa Rodríguez. Una biografía desde el recuerdo’) y que la hacen sentir parte de un universo en el que se multiplican los ecosistemas que nos hablan de equilibrios: «...En el valle tengo un huerto que no es mío,pertenece a soñadores que en él entran, a los pájaros, la brisa y el rocío, a los soles y las lluvias...»Todas las plantas de su entorno tienen cabida en su obra, cada una con sus aportaciones, cada una con sus semejanzas. También la forma de relacionarse con ella el ser humano, como en: «Vuelve al campo campesino, crece en las propias raícessé roble con piel marcadaa golpe de cicatrices».O «El hombre de los aguzos baja del monte cargadocon varas que nació el brezo y el temporal ha sacado». Y en un plano aún más personal: «No sé si me sembraron o nací espontáneacomo nacen avellano y encinaen las laderas de la sierra. Igual que nacen robledales y urcerasy se alza la esbelta alameda...»Y si plantas de todo tipo, animales de diferentes características (grandes, pequeños, domésticos, salvajes,...), ríos, lagos, fuentes, bosques..., están presentes a lo largo de toda la obra de Felisa Rodríguez dotándola de una singular característica, no está menos presente el lamento por un medio que se deteriora a ojos vista. Así ocurría cuando ella escribió sus poemas, así sigue ocurriendo hoy en día mientras tantos parecen no darse cuenta del frágil equilibrio. Ahora que se extreman las temperaturas y que la amenaza de los incendios sigue azotando nuestros bosques traigo a colación algunos de sus versos para que nos sirvan de reflexión:

«...Nos cegó doliente pasmo
viendo que el edén soñado
es paraje de esqueletos
que el fuego había calcinado...

...Quemados y de pie, rezan los pinos
una plegaría trágica y morena,
con la sangre sin pulso en cada vena
cruz de clavos y lanza , sus destinos...»

Volviendo a los versos de Rosalía con los que comenzaba el texto, a Felisa Rodríguez también le hablaron durante toda su vida, las plantas, las fuentes, los pájaros,..., el bosque que se quemaba, las ruinas que se escondían en los campos, los ríos, los lagos de su tierra...; lo bueno y lo malo que todos esos elementos dejan marcados (a veces como si a hierro y fuego fuese) en el devenir de nuestras vidas. Antes de estas líneas, para recordarla, el día del Agua, de los Bosques, de la Tierra, de la Biodiversidad,...; después, el Día del Medio Ambiente. Rescatar de entre los libros lo que nos han dejado dicho quienes (aún cuando no existían como tales en el momento en que escribían) tan cerca se han sentido de los motivos que han provocado la aparición de los mismos, siempre es una buena opción para la reflexión y el crecimiento personal. Hoy, pues, una pincelada de lo que al respecto nos dejó esta insigne berciana a la que nunca es tarde para recuperar.
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