El pasado 3 de mayo, en silencio y con una discreción absoluta, se nos fue Eloy José Rubio Carro (Eloy, en nuestro trato amistoso). Y se fue antes de tiempo, como los elegidos; a los sesenta y seis años, aún sin jubilarse.
A quienes le queríamos y valorábamos tanto su ser y su quehacer, nos ha dejado huérfanos. Su forma de ser y de estar en el mundo dejaba una huella apacible, humanizadora, de confianza y de serenidad.
Para nosotros, Eloy ha sido uno de los seres más entrañables y más verdaderos que hemos tenido la fortuna de conocer y de tratar en nuestros años leoneses, que ya son muchos.
Eloy era profesor de filosofía de instituto, era poeta, era fotógrafo y, en los últimos años, en toda la tarea de la creación y mantenimiento del digital astorgano ‘astorgaredaccion’, estuvo dedicado a recorrer los pueblos de toda el área astorgana, en un sentido amplio, recogiendo y fotografiando sus acontecimientos y fiestas.
De hecho, nos lo encontrábamos siempre, por ejemplo, tanto en el Carnaval de Velilla de la Reina, como de Llamas de la Ribera. Sus fotografías son ya un documento, etnográfico y artístico, de todas esas tierras de las áreas astorganas. Y sería bueno que se realizara alguna exposición con todo ese trabajo generoso y lúcido de Eloy.
Eloy era –profesor, lector, creador y tan buen y generoso amigo– lo que Juan Ramón Jiménez llama un sensitivo. Abordaba el mundo y a los seres humanos con los que convivía desde la cordialidad; y cultivaba esa vía afectiva del conocimiento que, en nuestra civilización y cultura inaugurara Platón, pasando, sucesivamente, por San Agustín, los neoplatónicos renacentistas, los románticos y, en nuestra contemporaneidad, determinadas corrientes del pensamiento y de la creación contemporáneos.
Eloy era un ser que aunaba y trenzaba de continuo la vida y la cultura. Amaba los libros y era muy buen lector. Sus conocimientos –por su forma de ser– los transmitía con lentitud y con pausas, con una gestualidad muy significativa, de la que guardan memoria sus alumnos y alumnas.
Amaba los libros. Sus tíos, los eminentes sacerdotes de la diócesis de Astorga, Juan José y Esteban Carro Celada, poseedores de una extraordinaria biblioteca, le habían transmitido ese gusto, ese modo vitalista de estar en la cultura: un modo que nos transforma y que nos hace mejores.
Como poeta, se escoraba hacia lo enigmático que tiene la realidad y tiene el mundo, tratando de plasmarlo con un uso muy suyo, muy peculiar de la lengua, como si se le quedaran pequeños la sintaxis y el sentido… y necesitara llevarnos a otros territorios, para que cayéramos en la cuenta…
Queremos tanto a Eloy…, que estas palabras, ahora, así, a botepronto, cuando Eloy se nos acaba de ir (el día de la cruz de mayo, ay…), solo están dictadas por la orfandad, por el afecto y por una necesidad, moral, de dar fe de vida de un ser humano valioso, humanizado, entregado, generoso, cordial…, marcado por una ejemplaridad beneficiosa para todos los seres que lo conocieron y todos los ámbitos en que desplegó su quehacer.
En memoria.