Y es que era verdad su queja. Abuelita, Esther, era una de las diez vecinas de Villademor de la Vega que, pandereta y castañuelas en mano, ofrecían el concierto seguramente más entrañable que ha acogido el pueblo: «Cántate una vida». Y cantaron la vida, toda la vida, la de Daniela, de seis años, y la de las otras nueve, la de María, ‘la directora’, pero también la de las otras ocho, con edades que llegan hasta los 77 de Visita.
Una voz en offiba conduciendo a los vecinos que abarrotaron el salón por los recuerdos y la memoria de sus vidas hechas canciones. Allí estaban las referencias a la torre del pueblo, al purín, al farinato de San Antonio, a las chichas de la matanza, la salve a la Virgen de la Piedad, el cacareo de las gallinas oese rollo de justicia que ellos llaman la mona... Estaba la vida.

Y los labradores, que ocupan las sillas del salón, asienten con la cabeza, recuerdan los amaneceres camino del campo... y cantan. No se atrevieron a sumarse al grupo —esto siempre ha sido así— pero sí reconocen las canciones, sí sienten protagonistas de la historia que se ha convertido en concierto.
Al fin Alejandra subió al escenario. Su abuela mira orgullosa. Tienen que hacer bises, fue un concejo con música y una vida con canciones. Unas sopas de ajo, unos licores, los nervios ya olvidados... Vas marchando y al hacerlo te siguen acompañando las estrofas, ahora improvisadas... «Al amanecerse marcha el tren».
Aún no es el amanecer, pero...