Ramón Villa: un ilustre todoterreno, realmente asombroso

Por Gregorio Fernández Castañón

16/05/2024
 Actualizado a 16/05/2024
Además de artista, a Ramón Villa le apasionan los coches antiguos. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Además de artista, a Ramón Villa le apasionan los coches antiguos. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

A mi edad dispongo de años suficientes hasta para regalar. El caso es que nunca imaginé que, en pleno siglo XXI, pudiera, por fin, viajar en un Citroën 2CV, rojo para más señas. Lo conseguí al volante y mandos de todo un ilustre personaje que, amante de los coches antiguos, me sorprendió con su primer comentario:


–Deja tu coche aquí (en el aparcamiento del Prado). Yo te llevo hasta mi casa y después te traigo. 


Y disfruté de aquel trayecto, no lo voy a negar, al comprobar, por ejemplo, el cambio de marchas de la ‘bestia motorizada’ –en la parte alta del salpicadero– y, sobre todo, porque, al no despeinarme con el ronroneo que producían los 425 cc de cilindrada, sentía el cariño que suscitaba el artista/conductor en los viandantes con los que nos íbamos encontrando. Él accionaba el claxon y sus vecinos y amigos levantaban la mano en señal, sin duda alguna, de afecto.


Cuando llegamos a su casa, lo primero que escuché fueron los ladridos cariñosos de su Rock.


–Es un Golden Retriever. ¿Te molestan los perros?


–Para nada –le dije–, siempre que no busquen las fibrosas hebras de mis pantorrillas (y los dos nos reímos con la tontería).

 

Imagen 2
Ramón Villa sujeta con fuerza ‘Los filos del viento’.  | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

La casa de Ramón Villa mira al cielo sin que nadie se lo impida y es la isla perfecta anclada en un mar de verdes contrastes. Un praderío inmenso en el que las esculturas, allí plantadas, hacen sombra a los árboles y viceversa. Esculturas propias y de tantos amigos que nombrarlos sería hacer la competencia a un viejo listín telefónico. Allí hay piedras labradas que parecen sacadas de la Biblia –como las de Johnny– o hechas por un conjunto de dioses futuristas; hay tubos metálicos que se retuercen buscando la belleza y se enorgullecen de reflejar en su piel los cambios estacionales, y hay campanas que tañen con sus silencios oraciones de épocas pasadas. En aquel vergel, existe un ramo de flores metálicas que, por ser de colorines, suscita en los niños sabores de piruletas o les hace descubrir los malabares de los platos chinos, y hay un pozo sin fondo que, encorsetado con ruedas de carros chillones, pretende unir el cielo con la filosofía de la tierra; unión refrendada por la movilidad que le otorga un pajarillo de alambres, hecho por Nonia (la hija de Ramón, también artista). Por si no fuera suficiente este despliegue artístico, varias fuentes, salpicadas con elementos griegos o romanos, llenan de húmedas melodías tanto rincón placentero, y, en el enorme círculo del fondo, el artista ha dejado constancia de los puntos cardinales, tal vez, para que nadie se confunda si pretende viajar persiguiendo, por la noche, la blanca luna enamorada. Ay…


En un alto y grueso árbol, un pájaro carpintero –y no miento– estaba labrando su propia escultura, su nido. 


El jardín de Ramón se inspira –pienso yo– en los verdes y extensos espacios palaciegos por donde los jóvenes príncipes –ella y él–, atrapados por la flecha de Cupido, disfrutan de la unión el mismo día de su boda, junto a sus invitados. Besos y manjares táctiles. Sabrosa música sensorial y bailes de exquisitos paladares. 


Al encontrarme en aquel paraíso, me dio por pensar que era el sitio idóneo para recitar, en silencio, las siete principales disciplinas en las que se dividen las Bellas Artes: pintura, escultura, arquitectura, música, danza, literatura y cine. Bien, pues en todas ellas, salvo en la danza clásica (porque desconozco si “El Lago de los Cisnes” le queda cerca o lejos), Ramón Villa es todo un experto: como artista (escultor, pintor, ilustrador, muralista…); como constructor (en su momento), y como escritor, editor y colaborador en proyectos musicales y cinematográficos (uno de sus cuadros, por ejemplo, era la cabecera de una cama en el filme Justino, un asesino de la tercera edad, con el actor leonés Saturnino García como protagonista). 

 

Imagen 3
Con este pozo «pretendo unir el cielo con la filosofía de la tierra». | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Ramón Villa es director cultural de la Fundación Philippe Cousteau, académico adscrito a la Academia de las Artes y las Letras de Uruguay y, entre otros cargos, preside la Academia de Gastronomía de León. Su obra se encuentra expuesta en numerosos museos del mundo, como el Instituto Nacional Panameño de Arte Contemporáneo; Museo Naval del Caribe, en Colombia; Museo de Arte Contemporáneo de Cartagena de Indias, y Museo Anclas Philippe Cousteau, en Asturias. Los premios que ha recibido se cuentan por decenas, pero… Lo más importante para él, en la actualidad –así me lo confirmó–, no es otra cosa que «sentir la felicidad haciendo unas simples portadas para libros, dando pregones festivos o colaborando con actividades grupales, como esta, mira…» (y me enseña su trabajo para Arte Crónico, un proyecto que reúne piezas artísticas y en el que el papel de La Nueva Crónica de León, en su 10.º Aniversario, de alguna manera ha de formar parte).


El interior de la casa de Ramón es otro santuario artístico muy cercano a un museo, porque en sus paredes, techos y suelos, el arte, que abunda, ofrece al intruso –a mí mismo– una sensación placentera ante la visión de volúmenes, luces y sombras. Arte que enamora y te tranquiliza. Sensaciones que se despiertan de un sueño y corretean, raudas, deseosas de posarse en la siguiente flor: esculturas o cuadros propios o, también, como en el jardín, de otros autores. 
«Dispongo aquí –me dijo– de recuerdos de toda una vida que me han enseñado a comprenderme, a tolerarme». Y añadió: «Te recuerdo que llevo ya más de cincuenta años dedicado a la creación artística, y uno, además de disponer de grandes amigos, se siente como un palimpsesto. Respiro y vivo sobre las huellas y recuerdos de una escritura anterior».


¡Excelente! Nada que decir, salvo que la creación del artista sigue su curso y así me lo demostró.


–Mira.


Y abrí los ojos hasta sentir un fuerte dolor en el centro del corazón donde nacen las sorprendentes… sorpresas. Allí, en aquella estancia –que él llama ‘mi taller”–, descubrí que mantenía la esencia de su ayer y el espíritu con el que su padre alimentaba a la familia: la serrería (aserradero y taller de carpintería), donde Ramón Villa descubrió los volúmenes, formas y materiales básicos para llegar, primero, a la escultura y, después, evolucionar hacia la pintura o viceversa. Y por todo ello le felicité, después de admirar y tocar el filo cortante de la sierra de cinta (montada todavía en su viejo soporte) y su original y bella escultura Pendones, hecha precisamente con determinados trozos de sierra de cinta, tan bien montados que uno ve y siente cómo el viento agita las telas medievales que, aunque allí no existan, van dejando lecturas simbólicas por los campos de nuestro León y provincia. Arte.

 

Imagen 4
Con el libro ‘El vino’ recibió el Premio Nacional de Gastronomía. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Nos sentamos. No porque yo estuviera cansado, no, sino para ir recogiendo las redes que, en todo momento, le fui lanzando a tan ilustre personaje (dime por qué, cuándo…). Y así, con la luz de costado, Ramón, además, me iba enseñando tres álbumes repletos de información y de recuerdos.


–En mi escultura Personajes (la escultura pública ubicada en los jardines interiores de la Estación de Ferrocarril, de León) quiero representar a dos leoneses esperando el tren a la orilla del andén. Están hablando del trabajo. Actividad industrial de la que ellos forman parte y yo expreso con los hierros que incorporo en los bloques.


–Te entiendo. Y ahora, para ir cerrando este encuentro, dime cuál será tu próximo trabajo.


–Pues aprovecharé el mar de Asturias y de Cantabria, del que procedían mis padres, como punto de partida. Un ir y venir, como las olas, sin poner, jamás, el punto final. Quiero decir que para mi próxima exposición volveré a inspirarme en ese mar. Realizaré las ‘vértebras de un barco’, utilizando los soportes de madera de las barricas de las bodegas y, de alguna manera, reflejaré en mis lienzos y esculturas los pulpos, los peces, los barcos hundidos, las tormentas, los fondos marinos, los acantilados…


–¿Me hablas del mar? Espera… (buscando en mi cuaderno de notas) ¿Qué te sugieren estos versos? Escucha:


«El mar, oh el mar, cansado / y envejecido como un odre, / se bate, ciego, con la costumbre. / El mar, el hombre, el mar / se aproxima al final de la agonía / y el corazón se llena / de sangre blanca, oh mar de espumas, / lenguaje del amor vencido».


–Son los versos de mi amigo, el admirado Victoriano Crémer, publicados en el libro ‘El palomar del sordo-Poesía en Llamas’ que yo le edité en el año 2004 –respondió–. ¡Qué bueno!
 

Archivado en
Lo más leído