Rodeados de exergos de escritores que explosionaron durante el ‘boom’ latinoamericano, los versos del cantante, compositor y poeta Raúl Alonso se imprimen sobre las páginas de su volumen ‘Buenos Aires, el ayer y el Universo’, un poemario en el que el autor parece ir gastando la tinta que guía la pluma de su memoria. «No me sale escribir poesía que no tenga que ver conmigo y creo que en todos los poetas pasa algo parecido», anuncia desde el principio.
A caballo entre el sonido de la música y el de la poesía, el escritor nacido en Argentina confiesa sentir predilección por el del género literario. «A mí me pasa algo con la poesía», medita y no es la primera vez: «Es como que me viene dictada y no sé por qué». Y es que en la obra editada por Averso el autor pasea entre sus propios recuerdos y emociones para plasmar algunas de sus obsesiones. «El lugar» es una de ellas. «Hay muchas Argentinas dentro de Argentina, pero Buenos Aires es como la síntesis y, bueno, al ser de ahí, es como mi sello de identidad», resuelve sin tardar en mencionar el segundo epígrafe. «Mi propio ayer, el ayer de mi patria», relata: «Lo que somos hoy es el producto indudable de un pasado». La última de estas tres inquietudes, «el Universo», no puede sino concebirla desde dos prismas: el general y el de cada uno. «El universo grande es el que no entiendo, el que me genera dudas, inseguridad y angustia, muchas veces por su infinitud», explica: «Y trato de relacionarlo con el universo que cada uno tenemos, que tiene que ver con nuestro pasado; nuestro pequeño universo».
De todos ellos ha escrito uno de los grandes exponentes de la narrativa latinoamericana. El maestro Jorge Luis Borges confesó en una ocasión su «amor celoso» a Buenos Aires. Entre sus obras, no faltan retorcimientos del ayer y del pasado. Tampoco sus vueltas sobre una órbita imaginaria –o no tanto– que no tardó en traducirse en su propio universo. Alonso, afincado en España desde hace años pero buen mantenedor del acento argentino –quizá también como particular homenaje al autor de ‘El Aleph’–, se define «muy borgiano» y rememora a su padre, que muchas veces llegaba a casa desde el trabajo con un libro bajo el brazo. «Un día llegó con una colección que había lanzado Salvat de las obras completas de Borges», sigue el relato poniéndose en la piel del niño que era entonces: «Yo solía agarrar y ojear los libros que traía y, por supuesto, de ese libro gordo no entendí nada». En la actualidad, es el único tomo que conserva de la biblioteca de su progenitor. «Con el paso del tiempo, lo fui desmenuzando y me fui metiendo en el pensamiento de ese hombre», refleja en referencia a algunas de las palabras de su admirado Borges incluidas en el poemario: «Somos tan ignorantes del significado del dragón como lo somos del significado del universo». Sobre la misma, continúa: «Caló bastante hondo en mí y me pareció adecuada esa cita porque es lo que siento muchas veces: la poca posibilidad de explicar todo eso que tenemos nosotros mismos y al mismo instante pensar en qué estamos haciendo acá».
También hay oraciones de Alonso que merecen ser leídas y escuchadas. «Todo buen arte es una indiscreción» y «si no fuese así de cambiante, no escribiría poesía» son sólo dos ejemplos de refugio literario como recurso para el intento incesante por comprender ese universo del que escribe. «Yo creo que la vida es arte, no podría tolerar una vida sin expresión artística», opina solemne: «El hombre es el único ser que conoce fehacientemente su finitud, no hay otro animal que sepa que tiene los días contados y la única forma de luchar contra esa finitud que a mí y a tanta gente nos angustia es el arte; la única manera de trascender por un momento la muerte es el arte». Apenas habían pasado unos meses desde el fallecimiento de su madre cuando el poeta empezó a escribir ‘Buenos Aires, el ayer y el Universo’. A ella, a su padre, a su hijo y a su hija les dedica una parte final; una especie de apóstrofe para cerrar este círculo intimista. Un anexo que el autor titula ‘Cartas necesarias’. «Más para mí que para ellos», apostilla: «Fue como una cartasis».
Una de los pensamientos recurrentes en la mente del escritor es haber llegado de forma fotuita a este planeta, como «caído de una nave espacial». Esas cartas son acicate para sostener firme sus pies a la Tierra, como también lo fue su pulsión por «tratar de armar el rompecabezas» que son sus emociones. «Yo no conocía a ninguno de mis abuelos y tengo una tema dando vueltas que está dentro de ese pasado y ese ayer que son mis orígenes», refleja: «Crecí sin saber absolutamente nada de nadie y, en un momento de mi vida, descubrí muchísimas cosas que explican un poco más mi propio origen, mi identidad, la forma en que estoy constituído». Una de sus averiguaciones tuvo que ver con su abuelo, natural de Valdepiélago y residente en la localidad hasta su salida de la misma a los quince años. «Un día apareció en Argentina, en el puerto de Buenos Aires, y eso me llamó mucho la atención», cuenta: «¿Cómo los naipes juegan de tal manera que yo me he visto envuelto en la posibilidad de presentar mi libro en su tierra? Borges siempre dice que hay un momento en que el hombre descubre quién es y es muy reiterativo con el tema de cerrar el círculo; yo sentía que podía cerrar un círculo emocionalmente muy fuerte presentando mi libro en León».
Fue durante la Feria del Libro de Granada –ciudad en la que reside– donde encontró la oportunidad de ponerle fin a esa circunferencia. El poeta conoció al periodista e historiador Antonio Manilla. Le relató la historia como si se tratara de un lector y el leonés le facilitó la tarea de presentar su obra cerca de la tierra natal de su abuelo. «Por su puesto, le besé los pies», confiesa el argentino, que tenía una primera cita programada para febrero de este año; cita que, finalmente, no pudo llevarse a cabo. «Cuando estaba viajando hacia León, me agarró una descompostura, me desmayé en el bus y me tuvieron que traer otra vez a Granada en ambulancia», dice: «Toda la angustia, toda la emoción, los nervios y todo lo que yo sentía por llegar a lograr eso me jugó una mala pasada».
No fue hasta unos meses después cuando el evento fue reprogramado y este jueves, 12 de diciembre, a las 19:00 horas Raúl Alonso aterriza en la Biblioteca Padre Isla para presentar su publicación de la mano de Antonio Manilla en un encuentro de entrada libre y gratuita. Un encuentro que acerca al escritor a la historia de su abuelo y, en definitiva, a la suya propia, consiguiendo así cerrar el círculo borgiano que le ha sometido hasta el desfallecimiento. Aliviando, además, ese peso que carga –que cargamos– a la espalda, conscientes de la finitud de nuestros cuerpos, nuestras palabras, nuestra poesía, y relegados a la infinitud del Universo.