«Dadme durante algunos años la dirección de la educación de la mujer, y me encargo de transformar el mundo».
(Faustina Álvarez parodiando a Leibnitz. Del texto premiado en Melilla. 1916).
Apenas a un mes del mes de marzo, más concretamente de la fecha escogida desde hace varios años por un buen número de escritoras leonesas para rendir sentido homenaje a una esas mujeres que resultaron ser pioneras en un terreno en el que claramente la mujer estaba en franca desventaja, apenas a unas semanas del 8 de marzo, quiero anticiparme a ese momento en el que nos acercaremos a ella a través de un nuevo homenaje, y rescatarla para nuestro público lector. Y sí, digo rescatarla porque su figura ya pasó por estas páginas. Corría noviembre de 2017 y afronté su figura bajo el título: 'Faustina Álvarez. Escribir desde la pedagogía', cuando esta sección (dividida en dos) aún se llamaba 'Senderos Literarios leoneses, en femenino'. El próximo 15 de febrero se cumplirán 151 años de su nacimiento y, con todo ese tiempo de por medio, su figura, especialmente en lo ligado a lo educativo, parece más vigente que nunca. No sé si es de agradecer y sorprenderse ante lo avanzada que fue a los tiempos o lamentarse porque aún sigamos teniendo como actuales muchos de los aspectos que ella preconizó y por los que tanto luchó, tanto en lo referido a la educación de las mujeres como a lo referido al estado y circunstancias de las mismas en el medio rural.
Y estarán pensando, si en su momento ya hablamos de ella (aunque ya vaya para ocho años y de una manera muy sucinta), y si va a protagonizar uno de esos libros-homenaje nuestros que verá la luz en apenas un mes, ¿por qué traerla de nuevo a estas páginas? Pues verán ustedes, aparte de celebrar con su recuerdo ese siglo y medio de historia, la recupero por varios motivos. El primero de todos ellos es haberme dado cuenta, en este casi un año de preparación del libro que nos permitirá conocerla más de lleno, de lo desconocida que sigue siendo su figura en nuestra provincia, incluida nuestra propia ciudad en la que, curiosamente, un centro educativo lleva su nombre y también una calle. Y a pesar de ello, nada. Pocos son quienes tienen idea de ella entre el público en general y también, más lamentable aún, entre para el colectivo de maestros y profesores de la ciudad que, en su mayoría, ni siquiera han oído hablar de ella. En esa misma línea estaría no tanto el desconocimiento, que también, sino especialmente la indolencia de nuestros actuales políticos (¡qué lejos de la de aquellos que enseguida se hicieron sensibles a la solicitud de inclusión de su nombre en una de nuestras calles!) por apoyar el reconocimiento de una figura (femenina, eso sí, ¿tal vez por eso?) que debería ser clara referencia de nuestra historia para todos los sectores de nuestra sociedad, una figura de la que sentirnos orgullosos y en la que mirarnos como ejemplo de futuro.
Otro de los motivos que me ha llevado a traerla de nuevo a estas páginas, es que, también a lo largo de este tiempo de preparación, he podido observar que cuando hablamos de ella, despertamos un claro interés por su figura y su obra entre quienes nos escuchan. Un interés, las más de las veces, sorpresivo, y que ha quedado reflejado en las colaboraciones que se incluyen en dicha próxima publicación. Es verdad que muchas de ellas están relacionadas directamente, y de una y otra forma, con la enseñanza, pero también levanta interés entre aquellas otras personas que se dedican al campo de lo social (también en este fue una pionera) o entre aquellas preocupadas por devolverles a las mujeres el lugar que les corresponde en la sociedad, méritos propios incluidos, que ya está bien de ser la mujer de, la madre de, la hija de....
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Por otro lado, y hablando con compañeras que siguen ahora mismo en el educación activa, me comentan, preocupadas, el retroceso de la presencia femenina en los planes educativos del momento. Cada vez son más las mujeres que podríamos tomar como referencia para nuestras jóvenes en todos los sectores de la sociedad (porque cada vez se recuperan más de las de antes y cada vez son más las que ahora mismo triunfan) y, sin embargo, cada vez se cercena más su presencia en libros y planes de estudio, en especial en lo que a literatura y arte se refiere, donde ya casi ni se las nombra (hablamos por ejemplo de los planes de Bachillerato y esa nueva PAU que se nos viene encima). Por eso creo importante poner nuestro granito de arena para su visibilidad desde aquellos espacios desde los que podamos hacerlo, y la propia Faustina Álvarez, en aquellos escritos que nos legó hace más de un siglo, nos da los motivos para ello, sin duda, más vigentes que nunca.
Cuando preparé aquel primer artículo, sobre esta mujer que ya me había fascinado desde el momento en que la descubrí, poco me hacía sospechar que, detrás de aquellos aparentemente pocos datos que se tenían de ella, y a pesar de la sistemática destrucción de información con la que me he ido topando en mi proceso de investigación, cada vez que avanzaba un poco más en el camino de su descubrimiento me sorprendía con la implicación tan activa que había mostrado en la sociedad de su momento; a través de la educación, sí, pero no solo de la enseñanza que impartía a sus propias alumnas en la escuela, sino de todos los medios a su alcance que aprovechaba para incidir en el entorno que la rodeaba: con artículos de prensa que escribía en diferentes medios del momento, con la organización de charlas y otros actos culturales, con la puesta en marcha de instituciones de carácter también social (la mutualidad escolar, la cantina, el delantal, la biblioteca circulante...). Y todo ello hecho, primero, desde el medio rural (pues rurales fueron todos los destinos que obtuvo como maestra) y, luego, en su fase como inspectora, para el medio rural, consciente de que también allí –y de manera muy especial- estaba el tejido social que habría de sostener el futuro de todo un país y de cambiar el mundo.
Corría el año 2004 cuando el Centro de adultos de León tomaba la decisión de sustituir su nombre por el de Faustina Álvarez (León 1874- Canales 1927). Hasta entonces poco se conocía de esta insigne mujer, que había nacido en León y habían trasladado bien chiquita a Canales, poco más allá del hecho de ser la madre del dramaturgo Alejandro Casona. Quizá por ello mucha gente pensó que este era el mérito de dedicarle un Centro de Adultos. Nada más lejos de la realidad, pues si méritos tenía el hijo muchos más tenía la madre. Así lo descubrió para la sociedad leonesa el panegírico que José Manuel Feito (un estudioso de su etapa en Miranda) le dedicó en aquel momento, cuando se cumplían 130 años de su nacimiento. Así lo seguiremos descubriendo hoy a través de la investigación llevada a cabo sobre ella. Su figura se hizo en aquel momento algo más visible a través de la prensa de aquí y de allá, aunque no demasiado, la verdad, porque los actos con los que se estrenó el nuevo nombre del Centro, en unas jornadas a las que también acudieron familiares y autoridades, con la fecha del 8 de marzo como referencia, coincidieron con periodo electoral y los actos pasaron sin pena ni gloria para la prensa, que no se hizo eco de los mismos, supongo que por esa norma que no permite a los partidos realizar actos públicos que podrían considerarse como propaganda electoral. Tal realidad, pues, no trascendió al público que no estaba ligado directamente al CEPA, y lo que pudo haber sido un momento excepcional para hacer trascender a la opinión pública su figura, en poco se quedó. Y ello a pesar de lo crucial que fue para el desarrollo de la educación en nuestra provincia, allá por los albores del siglo XX.
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El proceso de investigación seguido para llegar a la publicación que pronto presentaremos sobre ella, nos ha permitido arrojar luz sobre algunos aspectos de su trayectoria que o bien se desconocían o bien descansaban sobre suposiciones que en algunos casos resultaron ser erróneas. Ya conocemos donde realizó sus estudios de Magisterio y hemos aclarado dudas sobre otros temas también importantes, aunque seguimos teniendo grandes lagunas por la cantidad de documentación de aquella época destruida por diversas causas. También hemos abierto nuevas posibilidades de investigación para, con el tiempo, completar los caminos seguidos por aquella excepcional mujer. Además de su implicación social, recordemos de ella que, como maestra de niñas, le dio un vuelco total a la educación de las mismas inculcándoles valores de independencia y alentando en ellas el espíritu de formación para continuar adelante con la cadena educativa (podría considerársela como la primera – o una de ellas- feminista leonesa). De hecho de aquella época (especialmente de su etapa asturiana) surgirían, gracias a ella, jóvenes que siguieron por el camino del Magisterio y que con el tiempo se convertirían en también excelentes maestras que dejaron huella en las generaciones que pasaron por sus manos.
Reitero y me reafirmo en las palabras con las que cerré mi semblanza anterior. A medida que me he ido metiendo más y más en la investigación sobre ella, sigo viendo todas las cosas que nos unen, más allá de la anécdota de haber nacido ambas en febrero: la formación de maestra, la profunda creencia en que la educación es la única rueda capaz de mover el mundo hacia adelante, de cambiar y mejorar la sociedad; la lucha en aras de los derechos humanos (especialmente los de las mujeres) que, desgraciadamente, casi un siglo después de su muerte, sigue siendo imprescindible, porque no es que pendan de un hilo o que aún quede mucho que hacer sino que se están dando pasos atrás en el camino de su consecución. Más de noventa años separan nuestros momentos vitales pero muchas de nuestras inquietudes, sin duda, coinciden. Si estas circunstancia fueron fascinantes para mí entonces, a medida que más me sumerjo en ella, mi fascinación crece imparable pensando en que si hoy es fundamental la educación para sostener un cambio social hacia los valores positivos y es duro el camino hacia ello, cuánto más habría de serlo cuando la mujer significaba tan poco para tantos, y en los que eran tantas las trabas para llevarla hasta ella. Sin embargo, ella nunca se rindió ante las dificultades, consiguiendo pequeños logros con los que mejorar, al menos, el mundo que estaba más cerca de ella, tratando de propiciar un efecto cascada.
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Faustina Álvarez, con sus escritos, con su recorrido vital, nos demostró que también desde la educación, desde la pedagogía, se puede crear y formar para crear. Y si no volvamos la mirada hacia su hijo Alejandro. A través de algunas de sus obras (estoy pensando, por ejemplo, en 'Nuestra Natacha', o en 'La casa de los siete balcones') podemos ver la huella dejada en él por su madre, podemos percibir las ideas por ella transmitidas, y que llevaría también a su propia vida como su participación en aquellas Misiones pedagógicas, que tanto que ver tenían con las ideas de la propia Faustina de acercar la educación y la cultura al pueblo. Y confirmar, por fin, aquella afirmación que él mismo hizo en algún momento que protagonizó y que viene a decir: "Se empeñan en decir como mérito de Faustina que fue mi madre, cuando en verdad deberían pregonar de mí que yo, Alejandro Casona, soy el hijo de Faustina Álvarez".
Demostrémosle, pues, el mismo reconocimiento que sus propios hijos le profesaron y aprendamos a descubrir y a valorar a esta leonesa sin parangón que aún tiene mucho que aportar con su sabiduría y su buen hacer. Hoy, todos aquellos que de una u otra forma estén ligados a la educación, ya sea desde la escuela ya desde la familia, no deberían echar en saco roto su legado y deberíamos, al menos, acercarnos a conocerla para aprender a respetarla. Y si de paso aprendemos también a reconocer el valor de la educación para nuestro futuro, pues mucho mejor.
Estén atentos, a partir de marzo, tendremos la oportunidad de hacerlo un poquito más y mejor. De leerla, de escuchar de y sobre ella, de compartir opiniones. Recorramos de su mano todos aquellos lugares en los que nos den un espacio para su conocimiento. Les esperamos para empaparnos de su saber hacer, ejemplo también para nuestros días.