Rixo, de nombre propio Víctor Lobato, es todo un monumental artista

Por Gregorio Fernández Castañón

24/10/2024
 Actualizado a 24/10/2024
En La danza nupcial “el pequeño Rixo talla un corazón”. La lluvia salpica a su autor real. | G.F.C.
En La danza nupcial “el pequeño Rixo talla un corazón”. La lluvia salpica a su autor real. | G.F.C.

«Por fin, torciendo a la izquierda y entrando en una encañada profunda y barrancosa por cuyo fondo corría un riachuelo, se le presentó en la cresta de la montaña la mole del castillo iluminada ya por los rayos del sol, mientras los precipicios de alrededor estaban todavía oscuros y cubiertos de vapores. Paseábase un centinela por entre las almenas, y sus armas despedían a cada paso vivos resplandores. Difícilmente se puede imaginar mudanza más repentina que la que experimenta el viajero entrando en esta profunda garganta: la naturaleza de este sitio es áspera y montaraz, y el castillo mismo cuyas murallas se recortan sobre el fondo del cielo parece una estrecha atalaya entre los enormes peñascos que le cercan y al lado de los cerros que le dominan.». 

Me hubiera gustado haber sido yo el que… Pero no. La autoría del párrafo anterior sobre el castillo de Cornatel tiene nombre propio: Enrique Gil y Carrasco, y forma parte del capítulo X de su reconocida novela 'El Señor de Bembibre' (de 1844). Creí oportuno escoger este texto como introducción para presentar a un joven enamorado de estas tierras abruptas. Tierras donde el sol parece acariciar con mayor intensidad tanta belleza. Un paraíso. Estoy hablando de Víctor Lobato, conocido artísticamente como Rixo («el mal nombre de la familia, un mote que sin ser ofensivo yo quiero perpetuar como lo más tradicional del mundo» –me aclaró, con una sonrisa). 

El artista nació en Narayola (León), pero, tal vez fascinado por los sonidos saltarines del Rioferreiros –el arroyuelo– y por las historias relativas a los templarios o a las del conde de Lemos –tan cercanas–, abrió en Villavieja su 'Estudio Taller Cornatelo'. Y sí, claro, el castillo lo tiene justo allá arriba, tocando las nubes, para vivir con los pies en la tierra a «cuerpo de rey». Pero que nadie se confunda: Víctor Lobato buscó y encontró la tranquilidad necesaria, su «convento», en Villavieja para hacer bueno ese dicho popular que me susurra al oído: «La puerta al quicio y el artesano a su oficio». Trabajar es su destino. «Yo procedo –me dijo así de repente– de un pueblo rudo; de agricultores a los que admiro, sí, pero que no entendían cómo un muchacho podía hacer del arte una profesión. Con la ayuda del tiempo, se lo estoy demostrando». 

Y Rixo, a modo de ejemplo, sale de vez en cuando hasta las tierras familiares a atender las vides o no se niega a tirar de una horca para, por ejemplo, esparcir el estiércol allí donde sea necesario. Me recuerda, eso también, cómo veía crecer un campo de pimientos cuya venta le reportaría un beneficio para comprar su primera herramienta eléctrica industrial para su taller de carpintería. Rixo es un buen carpintero/ebanista; es un excelente restaurador y sobre todo es ese escultor cuyas obras son tan diferentes y las ejecuta con tanto mimo, que uno, yo mismo, se aparta para que sea el aire el que las envuelva en papel de regalo. Una maravilla visual que quiero destacar para general conocimiento.

El autor al lado de su creación La segadora, tallada en un olmo muerto. | G.F.C.
El autor al lado de su creación La segadora, tallada en un olmo muerto. | G.F.C.

Rixo empezó jugando con una navaja y las hebras que salían de la madera eran virutas de oro. Quiero decir que, sin que sirva de una excesiva adulación a un niño de siete años, sus primeras obras me llamaron tanto la atención que ya se iba viendo con ellas el camino despejado hacia un futuro más que prometedor. Aquellas pequeñas joyitas llevaban su nombre y las iba realizando a la hora de la siesta o siempre que podía. Su habilidad creativa era tal que sabía interpretar como nadie la música escrita por encima, por debajo y alrededor de un pequeño tronco de madera. Rixo, con quince años –podéis creerme–, ya era capaz de buscar en los volúmenes de sus piezas artísticas los movimientos (MOVIMIENTOS –así con mayúsculas– repito, a modo de «despertador»). Era, para que nos entendamos, un iluminado que, con el don que le otorgó un sabio espíritu creador, adornaba el pan con azúcar para hacer de los estrechos caminos unas frescas veredas donde la libertad floreciera incluso en tiempos en los que las hojas caducas anunciaran un invierno estéril. Un visionario. 

Tras el Servicio Militar en las islas Canarias y de luchar para no perder el modo de seguir aprendiendo en una escuela oficial tras otra, llegó el día de un mes en un año (sin necesidad de añadir los nombres) en el que echó raíces en Villavieja: su anhelado rinconcito. Su buscada independencia. Un lugar en el que no tenía ni calefacción ni baño (no los tuvo durante meses), pero en el que el sol marcaba su ritmo desde el amanecer hasta el ocaso. Trabajar y trabajar y seguir trabajando. «Había días –me confirmó– que tan solo dormía cuatro horas porque mis compromisos eran los únicos dueños que me exigían no defraudar las ilusiones de quienes habían confiado en mí sus encargos». Puertas, ventanas, marcos de espejos, escaleras, pasamanos, retablos, muebles, objetos decorativos…

Rixo, con el tiempo, se dedicó a la enseñanza (lo continúa haciendo), «y mis alumnos son tan sagrados que por ellos soy capaz de luchar por convertir sus sueños en realidades». Y así, entre otros pueblos, Columbrianos o San Pedro Castañero poseen, hoy, una o varias obras artísticas tan peculiares que sería de necios no reconocer ese regalo cultural que él donó a base de horas y horas. 

En Columbrianos, en concreto, yo fui testigo de su buen hacer. Y hasta allí, acompañado por una lluvia impertinente, quise reunirme con él para confirmar el cariño que el pueblo le profesa. Fui testigo, y lo digo muy alto, de cómo los parroquianos con los que nos encontrábamos le salían a recibir y a «adorarle» con bonitas palabras. Me demostró que él, además de implicarse en su obra, se dejó querer y que le quieren. 

Aquí, no hay duda, el realismo del maestro es el gran protagonista. | G.F.C.
Aquí, no hay duda, el realismo del maestro es el gran protagonista. | G.F.C.

En Columbrianos dos son los árboles muertos a los que resucitó a la vida con otra piel. Y los dos, en la actualidad, están allí como prueba de que el arte une y ejemplariza. En 'La danza nupcial', que dibujó a golpe de cincel y gubia, me «sobresaltó» el crotorar de las dos cigüeñas negras. Un «sonido» que supe escuchar con la fe que solo es capaz de regalar el arte. Y en la parte baja del tronco, el milagro en mis ojos llevaba escrito un nombre: Rixo. El pequeñajo artista que, tallando un corazón en la piel de un árbol, se comprometía a seguir demostrando el amor y el respeto transformador en un futuro por la madera autóctona: castaño, nogal, fresno, encina, haya, cerezo, chopo o… negrillo como es el caso. 

El soporte utilizado para su segunda obra en Columbrianos continuó siendo un grueso y alto negrillo. Olmo muerto cuya sombra, en la actualidad, la ofrecen una espectacular 'Segadora' y su niña acompañante. Tres meses y medio empleó el artista en hacer realidad el trabajo de una mujer rural, comprometida con su tierra. Y así vemos y admiramos en la parte alta –soportando el peso directamente de la cabeza– una cesta de mimbre que lo mismo ha de servir para llevar los alimentos a los familiares segadores como para transportar los frutos de una tierra fértil. Aprovechar el viaje, en definitiva, para «alimentar» aquellas bodegas que ayudaban a dejar el hambre a la intemperie. Espectacular es esta obra, se mire por donde se mire. Un homenaje sincero a la mujer campesina y a los niños de antaño. Sus múltiples detalles colaboran en afirmar el máximo perfeccionismo: la pañoleta, el cabello, los botones de la blusa, los bordados del mandil, las telas de las sayas, el botijo, las espigas del trigo… Realismo puro de este artista que otros pueblos disfrutan, como San Pedro Castañero –ya enumerado con anterioridad– o, entre otros, los siguientes: Ocero, Priaranza del Bierzo, Voces y San Juan de Paluezas.

Al hablar del futuro, Rixo mirándome a los ojos me sorprendió diciéndome: «Quiero asumir otros retos. Pretendo realizar esculturas más grandes, en las que el movimiento sea el gran protagonista. Y, claro, no me detendré en el uso de la madera. El hierro y la piedra los voy a tener muy en cuenta. Quiero usar el hierro para hacer arte contemporáneo y dejar para el arte realista o surrealista la madera y la piedra. Te diré que, igual que ayer, siento pasión por mi oficio y por eso sigo aprendiendo. Quiero seguir evolucionando». 

Y lo conseguirá, estoy convencido. Tanto que, en la actualidad, ya tiene en reserva los árboles, «talados en buena luna», para escuadrar a mano las vigas que han de servir para poner el tejado a una nueva estancia en su Villavieja: la fragua, porque –me aseguró– «no quiero mezclar escorias». Habrá que estar muy atento –digo yo– para descubrir otros amaneceres en las manos de este fenomenal artista.

Rixo junto a la talla del cartel explicativo de La segadora. | G.F.C.
Rixo junto a la talla del cartel explicativo de La segadora. | G.F.C.

 

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