De romerías y santuarios

Laly del Blanco Tejerina invita a que los lectores realicen la romería al Santuario de la Virgen de la Velilla, una que ella disfrutó cuando era pequeña

Mercedes G. Rojo
05/09/2023
 Actualizado a 05/09/2023
El Santuario de la Virgen de la Velilla. | L.N.C.
El Santuario de la Virgen de la Velilla. | L.N.C.

Si hemos estado viajando por nuestra provincia con la presencia de nuestros ríos siempre en nuestro imaginario, otra forma de recorrer estas geografías tan próximas es  hacerlo de santuario en santuario (también de ermita en ermita) bajo el halo popular de las romerías que en muchos de ellos se celebran, acogiendo en ellas toda una serie de elementos que incitan a los pequeños viajes que son características de nuestras comarcas y sus particulares culturas. 

Desde la primavera al otoño, fundamentalmente, la tradición popular sigue repitiendo año tras año esas manifestaciones populares que son un compendio de religiosidad, folklore y convivencia en el que no han de faltar las procesiones, con símbolos religiosos como las respectivas imágenes veneradas en torno a las cuales se convoca al pueblo, pero también civiles como la presencia de los pendones de las poblaciones de alrededor. En mi mente, ligadas a mi particular realidad, la de los Remedios (que tendrá lugar en octubre en Luyego) o la de Castrotierra (que no es anual pero que convierte Astorga y las comarcas que la rodean en toda una fiesta en torno a las rogativas del agua); o la de San Froilán, para la que también apenas falta un mes. Pero no son ni mucho menos las únicas. Cada rincón de la provincia cuenta con alguna de estas fiestas populares y una de ellas es la que hoy sirve de disculpa a nuestra colaboradora de hoy, Laly del Blanco Tejerina, para llevarnos de excursión por otro de esos hermosos lugares que nuestra provincia nos ofrece. Se trata de la romería que nos llevará al Santuario de la Virgen de Velilla

Situado en el ayuntamiento de Valderrueda, concretamente en la localidad de La Mata de Monteagudo, y es por antonomasia el templo de la Montaña Oriental leonesa, en un paraje singular rodeado de bosques y vigilado de lejos por el pico de Peñacorada (al que ya nos hemos referido en alguna de las propuestas que les hemos ido dejando durante estas semanas). El santuario es un edificio arquitectónico que se va construyendo a lo largo de todo un siglo, desde comienzos del XVII al XVIII, con añadidos posteriores, lo que nos da idea de la importancia de la que el fervor popular lo ha dotado durante siglos, un fervor que tiene origen ya por el siglo X y que lo convierten en el santuario al que más localidades peregrinan desde el Alto Cea y el Alto Esla, tanto es así que no cuenta con una sola romería, sino con toda una temporada de ellas que se abre a comienzos de junio y concluye en octubre, dándonos la disculpa perfecta para acudir a visitar el lugar en un marco de fiesta y alegría (además de devoción para quienes sean amigos de esta) y subiendo a pie hasta el santuario en un hermoso paseo que nos permitirá disfrutar de esta zona de la Montaña. Ya han pasado las romerías de los Orbayos (que pasa por los pueblos de Fuentes de Peñacorada, Santa Olaja de la Varga y Ocejo de la Peña), de Prado de la Guzpeña y Cebanico, y la de Prioro (esta por San Juan), todas ella en junio.  También han pasado la romería de Valderrueda-Valdetuéjar (celebrada en julio), y la más esperada y multitudinaria Romería del Veraneante, que este año se celebró el 13 de agosto. Pero aún nos queda una última oportunidad de llegar hasta allí acompañados de un ambiente romero gracias a la romería de San Froilán, con la que se cierra la temporada.  En todas ellas, los pendones, el folklore y el buen comer al aire libre, rodeados de una magnífica naturaleza, están aseguradas, en cada ocasión tomando como punto de partida los diferentes pueblos de la comarca. Una comarca en la que no voy a entretenerme más porque ya hemos hablado de ella en trabajos anteriores, dejando a su albedrío el lugar concreto desde el que comenzar un paseo hasta uno de los lugares más bellos dentro de nuestros santuarios. Y es que si algo tienen estos, es que siempre están dispuestos en enclaves que merecen ser disfrutados. 

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La Virgen de la Velilla. | L.N.C.

Nuestra protagonista de hoy en esta «incitación» a un nuevo y particular viaje por nuestra provincia no es otra que Laly del Blanco Tejerina (Las Muñecas, León. 1961). Muchos lectores la conoceréis porque es columnista de este medio desde hace ya varios años, regalándonos unas columnas muy personales en las que nos deja la impronta de su personalidad tanto humana como literaria. Es uno de tantos de esos casos en los que al leerla se comprende que es una escritora de los pies a la cabeza más allá del hecho de no tener ningún libro propio publicado (y fíjense que digo «propio» porque sus relatos están repartidos por más de medio centenar de antologías y proyectos corales, muchos de ellos fruto de haber resultado galardonada en alguno de los diferentes concursos en los que ha participado a lo largo y ancho de toda la geografía española, un buen número de ellos de importante renombre). A Laly del Blanco, que comparte con su hermana gemela esta inquietud literaria, le da mucho pudor hablar de sí misma, y casi me ha hecho prometer que no voy a hacerlo, pues su verdadero interés en esto de la escritura es el hecho de escribir en sí mismo y no todo lo que se genera en torno a ello. Pero inevitable es que cuente alguna que otra cosilla al respecto, porque de justicia es -para quienes nos dedicamos al ejercicio de la lectura- conocer al menos algo de quien nos regala sus letras, conocimiento que tal vez en un momento dado nos permita entender mejor qué hay detrás de lo que escribe. Podríamos decir que, diplomada en Magisterio aunque nunca ejerciera de ello, Laly es de esas mujeres que ha encontrado en la literatura, primero la lectura y luego la escritura, una manera de sentirse unida al mundo que la rodea, al del pasado que la conformó como mujer y como narradora, pero también al del presente que alimenta las hermosas columnas con las que nos regala a través de estas páginas. He tenido la suerte de contar con ella como colaboradora en los libros homenajes que cada mes de marzo, desde 2018, un nutrido grupo de escritoras leonesas hemos venido regalándole a algunas de las figuras femeninas de la literatura que nos han precedido, con una generosidad y un acierto incuestionable, colaboraciones que espero sigan siendo muchas. En algunas de ellas, la propia Laly se nos define de esta manera: 

«Nacida entre la nieve de un valle donde conviven dos riachuelos, alondras y silencios  que siempre van unidos a los recuerdos de mi infancia. Silencios de mi madre tejiendo junto a la lumbre y los que mi padre traía escondidos desde el fondo de la mina. Silencios rotos por el griterío de nueve hermanos en verano y los compañeros de internado durante el curso. Y en un lugar y otro, siempre libros, como único entretenimiento. Demasiadas letras digeridas para guardarlas dentro, que acabaron estallando y buscando salida. Ahora soy yo quien las escribe, echando silencios fuera».

Con esta definición podrán entender fácilmente cuáles fueron los motivos por los que acudí a ella para que nos dejase en esta serie la visión de alguno de esos lugares por los que ella tiene tanto apego. Ustedes mismos juzgarán si la propuesta que nos hace nos despierta o no el deseo de viajar de esa manera íntima que nos permite conocer y disfrutar en profundidad de algunos lugares que tan próximos tenemos. Podríamos esperar hasta la romería del próximo verano, pero estoy segura de que muchos de ustedes no podrán resistirse a la tentación de hacerlo mucho antes. Y este otoño podría ser un buen momento, porque el otoño siempre es fascinante en nuestras montañas. Qué lo disfruten. 

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Laly del Blanco Tejerina. | L.N.C.

Desde el otro lado

«Virgen bella y sonriente, virgencita de Velilla… Así empieza una poesía que cuenta el hallazgo de una figurita de la virgen entre zarzas y ortigas, por un hidalgo de la Mata. Hoy recuerdo a dos niñas gemelas ensayando aquel poema allá por los 70 del siglo pasado, ante una monja metida a coreógrafa que las invitaba a bracear sin descanso señalando cielo y tierra, a medida que la poesía alzaba el vuelo alabando a la Virgen o descendía a las penurias terrenales de la familia del hidalgo. Llegadas las vacaciones de verano, aquel año la cocina del pueblo pasó a ser escenario, el escaño patio de butacas y Don Florentino y nuestra madre, allí apostados, aprobaban el recital y nuestros braceos con asentimientos de cabeza y la letanía de elogios a la virgen (brazos alzados) con sonrisas, hasta esa estrofa final en la que el hidalgo prometía un Santuario a la Santa y entonces; cura y madre lo celebraban como si la noticia fuese una primicia en cada ensayo.  Después venía la prueba de vestuario, único momento importante para las niñas que, con el pecado ya prescrito, confiesan que la emoción que les produjo recitar en la Velilla ante un Obispo fue ampliamente superada por la emoción causada por las blusitas blancas con puntillas y las faldas negras con nido de abeja en la cintura que les hicieron para el acto. Una anécdota de infancia que convierte en entrañable recuerdo la romería de aquel verano. 

Para quien pregunte por un rincón de la provincia que merezca conocerse, sin dudarlo siquiera debe poner rumbo a mi querido Valle del Hambre donde, embalsado entre las riberas del Cea y el Esla, se yergue el Santuario de la Virgen de la Velilla, desconcertando por su solidez y tamaño para cobijar a una Virgen tan menudita, y comprobar que es tan inmenso como los montes que lo abrazan. Tan robusto como sus robles. Tan austero como las tierras sobre las que se asienta y los fieles que las habitan. Tan portentoso que, aun estando a los pies de Peñacorada, no se sabe bien quién rinde culto a quién. 

Aunque sobran ofertas de rutas, autovías y carreteras para llegar al destino, yo prefiero ir por donde sé hacerlo, aunque no lo indiquen los mapas. Desde el otro lado del monte, por detrás del Santuario, donde una maraña de veredas desemboca en caminos de tierra que aparecen y desaparecen entre montes y valles, como yendo a ninguna parte. Pero llegado el día grande, con el sol y la Virgen aún peinándose y abrochándose el vestido de romería, esos caminos habitualmente mansos, ya eran un bullicio de vecinos con sus mejores galas, traqueteo de carros y procesión de animales subiendo los valles por repechos y atajos, rumbo al Santuario. Llegaban los Orbayos desde Fuentes de Peñacorada, Ocejo y Santa Olaja. Por allí venían los de Prado y Cebanico. Cruzando montes y colladas con sus pendones a cuestas, llegaban los de Prioro precedidos por sus cantares milenarios. Y recibiendo a todos, los anfitriones del Valle del Hambre mientras las campanas anuncian la misa a todo el valle y el gran robledal se va cuajando de hogueras, pucheros, manteles extendidos y viandas que matarán el hambre y el tiempo sobre un inmenso paisaje goyesco, hasta que la Santa procesione a media tarde entre los mismos robles, a hombros de sus fieles. La explanada ante el Santuario es música de gaitas y tambores, panderetas y bailes regionales. Hay bolos, aluche, mantillas, avellanas y rezos en las capillas. Tradición y devoción a partes iguales, cada uno con el rol que la tradición mandaba.

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Ubicación del santuario. | L.N.C.

Ellos, con carbón y siembra bajo las uñas, fervor disimulado y una oración casi al vuelo ante el paso de la Santa, que eran parcos en palabras y los rezos eran cosa de ellas. Ellas, arrodilladas lo más cerca posible de la Virgen llevaban todas las oraciones recién lavadas, que pareciesen nuevas, toda la devoción flotando en los ojos y las plegarias ensartadas una tras otra, del corazón hasta los labios, no fuese a olvidarse alguna realmente necesaria. Así soltaban la pena de la cosecha malograda, encomendaban al hijo recién parido o rogaban por el que estaba en camino y, a cambio, promesas ardiendo en forma de cirio. 

El Santuario de la Velilla. Ese es el rincón que invito ir a conocer, aunque yo lo haya hecho a la inversa, yendo hasta el fondo del valle para volver andando. Hasta el fondo de los recuerdos para traer a mis ausentes y hasta el fondo del tiempo para regresar siendo niña con una blusita blanca y una falda negra con nido de abeja, recitando con mi gemela Virgen bella y sonriente, virgencita de Velilla…sin sentir vergüenza».

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