‘La rebelión de los nenúfares y otros seres’’
Susana Barragués Sainz
Eolas Ediciones
Novela
218 páginas
19'00 euros
Bien saben ustedes que yo soy muy dado a recordar anécdotas, encuentros, conversaciones, escenas que en algún momento presencié y que quedaron para siempre grabadas en el disco duro de mi memoria. Por el contrario, siempre he sido un zote para retener frases celebérrimas, sentencias, aforismos, versos míticos. Y admiro mucho a quienes sí manejan esa habilidad, bien por pura mnemotecnia surgida de sus excelsas y abundantes lecturas o porque son unos hachas a la hora de buscar en san Google citas que les vengan al pelo para presentar un tema o adornar una argumentación, ya sea por escrito o de viva voz.
En relación con la capacidad que poseo y con la otra que no he sido capaz de adoptar a lo largo de los años, recuerdo una charla –darle la categoría de conferencia sería excesivo– a la que asistí hace varios lustros, a cargo de un orador cuya cháchara clueca no hubiera pasado a la historia de no ser porque se tiró media disertación abusando del socorrido «como decía fulano o mengano», hasta que otro señor que lo estaba escuchando, menos paciente y considerado que yo (que pensaba exactamente lo mismo que él) y harto de aquel jeta plagiador, levantó la mano, lo interrumpió y dijo: «llevamos media hora escuchándole respetuosamente decir lo que piensan otros sobre este tema, me gustaría saber lo que piensa usted». Como podrán imaginar, la carcajada consiguiente fue general y desde entonces decidí que, aunque mis frases y reflexiones sean menos brillantes que las de otros escritores, filósofos y poetas mucho más prestigiosos y lúcidos que yo, al menos son mías, originales y auténticas, y puedo presumir con honestidad de su copyright.
Viene este preludio a cuento de que hace unos días, escribiendo otra recensión sobre el libro que hoy traigo a capítulo, me atreví a emplear una frase que me venía como tornillo para tuerca, y que decía algo así como que «incluso entre la basura de los muladares florecen rosas hermosas». En aquella ocasión me disculpaba, porque no recordaba al culpable de la autoría de la cita. Imaginen si seré despistado que alguien que me sigue con devoción, que lee todo lo que escribo –bien sea civil o criminal– y que posee una memoria de paquidermo, me llamó cuando leyó mi columna para decirme que el autor de aquella metáfora floral era yo mismo. Incluso, para refrendar su aclaración, me citaba cuándo y dónde había dejado impresas esas palabras.
En cualquier caso, más allá de la autoría –que ignoraba, la verdad– del comentario, lo que cuenta es el trasfondo. Admiro de largo la capacidad como poeta y narradora breve de Susana Barragués Sainz, pero desconocía su talento para edificar rascacielos literarios de unas dimensiones como las que manifiestan ‘La rebelión de los nenúfares y otros seres’, la novela, me atrevería a decir que monumental, publicada por la editorial leonesa Eolas, en su colección ‘Narrativas de lo insólito’, que dirigen Natalia Álvarez Méndez y Ana Abello Verano.
No puede ser más acertada la inclusión de la novela en esa colección porque, efectivamente, se trata de un libro insólito, tanto por su argumento, como por su cimentación, como por los aliados que Susana busca para construir una obra sólida y solvente, a partir de un tema preocupante y de candente actualidad, pero que tratado como ella lo afronta, parece una placentera excursión por los jardines del Edén, en lugar de una denuncia social y ecológica, situada en «el vertedero de chatarra tecnológica de Stortingtrue», un lugar sin determinar, en un tiempo no precisado.
Hay un clamor de protesta y de aviso en toda la novela, una voz de alarma, un toque de atención contra esa Humanidad adicta al consumismo compulsivo de artilugios comunicativos de última generación: ordenadores, tabletas o móviles, que se convierten en carnaza de desguace en cuanto surge un nuevo artefacto que deja trasnochado al que hasta el día anterior era el último grito innovador de su especie.
Barragués escenifica una cloaca enfangada con una sutileza propia de un ejercicio de pura poesía y la convierte gracias al don de la palabra bien empleada en una especie de lugar al que apetece irse a vivir, por mucho que el cielo siempre esté oscuro, que de la ciénaga emane un tufo pestilente y los inquilinos de ese gueto –los chatarreros que están en el margen de lo marginal– habiten en chozas construidas con restos de chapas oxidadas y sobrevivan extrayendo cobre de los cables o algún componente electrónico que, milagrosamente, todavía pueda reciclarse para ser utilizado de nuevo.
La poesía es el primer elemento destacable y evidente de esta alotopía. El segundo es la galería coral de personajes que pueblan la novela: la niña Zelly, su amigo Teophilus, la joven Fati, el capo Thompson, los nenúfares, las serpientes, las ranas gigantes o los mejillones de conchas brillantes. Y el tercero, el modo en que la autora entrevera la narración del devenir de los personajes con manifiestos, reclamaciones y consideraciones que hacen los animales y las plantas y con un diario en el que un humano manifiesta sus incurables aficiones consumistas.
Aspiran los habitantes del estercolero de chapas y plásticos a conseguir almohadas para soñar, a recuperar el cariño de sus padres, a poder estudiar. En una palabra, a conseguir una vida que, a poco, será mejor que la que soportan entre pobreza, enfermedad y atmósferas irrespirables. Y si hay un lema esencial en la novela es que, entre la mugre, surge y se eleva un aire de dignidad y de esperanza que quizás sea lo único que les quede a los que han sacado la bola del infortunio en el sorteo de la vida.
Y, como quiera que los animales y las plantas ven que los seres humanos se están cargando el planeta a golpes de irracionalidad, unos y otras deciden jugar sus cartas en la partida, y dar un golpe de estado mientras quede tiempo para reaccionar.
Me recuerda mucho la narrativa de Barragués, su capacidad para fabular, a la de maestros precedentes a los que, como los autores de demasiadas frases célebres, no voy a citar ahora, pero que el lector evocará cuando se sumerja en estas páginas que irradian belleza a raudales, reflexión y vida en medio de un decorado tan cenagoso.
Eso sí, no debemos dejarnos llevar por la evocación literaria, por las rosas que brotan en el muladar. Tras esa parábola idílica que plantea Susana Barragués impera una realidad absolutamente desasosegante, la de que nos estamos cargando inexorablemente el planeta que habitamos, sin darnos cuenta de que, mientras lo arrasamos, nosotros también nos estamos aniquilando lentamente con él.