Después de una carrera meteórica como bailarín –considerado el más grande desde Nureyev–, el cubano Carlos Acosta (1973) inició nueva andadura como coreógrafo en 2013 con ‘Don Quixote’. Desde entonces, el Royal Ballet, la compañía donde militó durante casi dos décadas y de la que fue el primer solista de raza negra, ha incorporado a su repertorio esa actualización del clásico de Marius Petipa. Pilar del repertorio académico, se basa en un solo episodio de la inmortal novela de Cervantes de 1605: las ‘Bodas de Camacho’, en las que el hidalgo y su escudero intervienen para que la labradora Quiteria (aquí llamada Kitri) no se case –presionada por su padre– con el rico noble Camacho (aquí, Gamache), sino con su verdadero amado, el barbero Basilio.
Cines Van Gogh retransmite Don Quixote en directo este martes desde Londres. Estrenado en 1869 en el Bolshoi de Moscú, supuso el primer trabajo en Rusia de un recién llegado desde París, el músico austriaco Ludwig Minkus (más adelante compositor de ‘La bayadera’), quien firmó una partitura vistosa, ligera y tierna, repleta de piezas breves, rítmicas y pegadizas. El uso de ritmos del fandango o la habanera, así como de instrumentos como las castañuelas, aporta un sabor mediterráneo.
En cuanto a la danza, Acosta parte del esquema de Petipa. El maestro ruso, marsellés de nacimiento, vivió en nuestro país durante cuatro años. En este título combinó su estilo académico –narrativo, costumbrista, virtuoso– con guiños a danzas como la seguidilla. Siglo y medio más tarde, el cubano –que bailó el papel de Basilio en decenas de ocasiones– subraya ese carácter español al agregar a un conjunto flamenco, con guitarras en directo sobre las tablas. También suaviza el manierismo, potencia la comedia y aporta un naturalismo contemporáneo. Entre los conjuntos, sobresale la escena blanca del segundo acto: el hidalgo sueña con un jardín mágico poblado de Dríades, ninfas mitológicas. Las bailarinas, en puntas y vestidas con tutús blancos románticos, se mueven sincronizadas como una sola, igual que en el acto fantasmagórico de ‘Giselle’ o, más tarde, ‘El lago de los cisnes’.
Los ‘pas de deux’ de bravura, con sus piruetas, giros y saltos, exigen un gran despliegue físico. Suponen un reto para los solistas, dos jóvenes estrellas de Covent Garden: la brasileña Mayara Magri (1994), reconocida con el prestigioso Prix de Lausanne en 2011, y el inglés Matthew Ball (1993), criado en la escuela del Royal Ballet, solista de la compañía desde 2017 y dos veces finalista al premio Dancer of The Year. La escenografía la firman Tim Hatley y Hugh Vantsone, diseñadores galardonados por sus producciones teatrales para el West End.