En la ópera actual resulta muy poco frecuente que un estreno reciba ovaciones unánimes en todos sus apartados. Los astros se han alineado en Londres, con una ‘Carmen’ que impresiona tanto en su dirección escénica como en su elenco. Cines Van Gogh la retransmitirá en directo el miércoles.
La protagonista, Aigul Akhmetshina (1996), ya asombraba en enero de este año al Metropolitan en la piel de la cigarrera sevillana, papel que la ha llevado de París a Berlín, Viena, Múnich y el próximo agosto al festival de Glyndebourne. Ganadora del Belvedere, la joven mezzo rusa cuenta con un registro grave aterciopelado, un agudo flexible y un sonido tan dúctil que puede pasar de la sensualidad a la aspereza. Como actriz, muestra presencia, carácter –canta vestida de lencería negra– y cierta vulnerabilidad que la hace aún más creíble.
La acompaña el mismo tenor que en Nueva York, Piotr Beczala. Después de tres décadas de carrera, el polaco (1966) compagina el repertorio lírico italiano (Rodolfo, Manrico, Alfredo) con el romanticismo francés (Werther, Fausto) y ruso (Onegin), incluso con el Wagner menos pesado (Lohengrin) y papeles agotadores como Chénier y Calaf. Pocos como él alternan estilos tan opuestos con tan pocas semanas de diferencia. Elegante, firme en los agudos, carismático, de voz amplia, rica en matices y densidad, ha merecido los premios más importantes: Echo Klassik (2014), International Opera Award (2018), Opus Klassic (2021)… Como Don José, canta sin esfuerzo, con un timbre meloso, capaz tanto de la potencia como del susurro. Los momentos más intensos de la función son los dúos entre ambos.
Si la crítica ha destacado a la soprano ucraniana Olga Kulchynska (Micaela) y la claridad de la orquesta de Antonello Manacorda, no menos elogios ha cosechado el nuevo montaje de Damiano Michieletto, que sustituye al estrenado por Barrie Kosky en 2018, más radical. El regista veneciano (1975) se ha labrado su prestigio mundial con producciones tan icónicas como ‘La Bohème’ de Salzburgo (2012). Aquí continúa la línea de su ‘Cavalleria Rusticana/Pagliacci’ (premio Olivier en 2015), un enfoque naturalista, situado en una comunidad cerrada y claustrofóbica, bajo el calor opresivo del Mediterráneo. Un lugar donde la violencia patriarcal es endémica y comienza desde la infancia.
Los inteligentes decorados giratorios de Paolo Fantin, con aire a ‘spaghetti’ western, se dividen entre espacios abiertos y habitaciones pequeñas, iluminadas con viveza por Alessandro Carletti. El vestuario nos ubica en la década de los 70, a excepción de una figura silenciosa, vestida de luto, que aparece solo cuando canta Micaela. Propia de 'La casa de Bernarda Alba', puede interpretarse como el fantasma de la madre de Don José o bien como el propio destino, con las cartas en la mano.
Michieletto, que en Covent Garden recibió abucheos por su polémico ‘Guillaume Tell’ –en el que incluía una violación grupal–, vuelve a demostrar ambición, atrevimiento y una exquisita atención a los detalles visuales, como ese sastre que ajusta el traje a Escamillo. Así, supera el complicado reto de aportar frescura y novedad a la ópera más conocida de todas (nunca se mueve de las tres más representadas del mundo, según recogen las estadísticas de Operabase). Solo en Londres, el clásico de Bizet de 1875 se ha presenciado más de 500 noches.
‘Carmen’ lo tiene todo: una partitura descomunal, repleta de melodías célebres (el coro ‘Toreador’, la ‘Habanera’, la ‘Seguidilla’ y otras danzas…), grandes momentos corales, un equilibrio entre lo cómico y lo trágico, una orquestación sofisticada, que evoca el ambiente andaluz… Bizet, que no conoció el éxito –ni tan siquiera llegó vivo al estreno por culpa de una angina de pecho– adaptó una novela costumbrista de Prosper Mérimée publicada por entregas en 1845 después de un viaje a España. Trata de un soldado conservador que pierde la cabeza por una sensual gitana y se obsesiona con dominarla, tarea imposible. Los libretistas Halévy y Meilhac mantuvieron el realismo del argumento y le insuflaron sentido del ritmo, ironía y diálogos afilados. También limaron algunos de los defectos de la heroína –ya no es una ladrona o una bruja–, que pervive como el arquetipo de la libertad femenina.