Rozar el cielo a través de la mirada de Macu García

La huella del paisaje, de la psicología de algunos de sus personajes y el carácter de sus gentes, el rastro de determinados ambientes y circunstancias ligados a esta tierra, podréis descubrirlos en ‘Los tiempos de Olvido’

Mercedes G. Rojo
26/07/2022
 Actualizado a 26/07/2022
El mapa de la comarca. | AMGA. FUENTE: 'LAS COSAS DE AMGA'
El mapa de la comarca. | AMGA. FUENTE: 'LAS COSAS DE AMGA'
Desde la Tierra de Campos que visitábamos la pasada semana, hacemos un quiebro para ir en busca de esa montaña leonesa que es una de nuestras principales señas de identidad,  otro de los muchos atractivos de nuestra variada y hermosa provincia. Lo hacemos a través de la amplia comarca de Cistierna, mientras el paisaje se va transformando poco a poco ante nuestra mirada, cambiándonos no solo su perspectiva, también la del horizonte que cada vez encontramos más quebrado, con la larga hilera de montañas que se recortan al fondo.  Siguiendo esa ruta nos alejamos de los campos en los que quedan atrás esos mares de cereales que ondean entre el verde y el pálido amarillo según el momento; las extensiones de girasoles y las suaves lomas que de vez en cuando rompen la planicie de las Tierras de Campos, para irnos sorprendiéndonos con la rica variedad que nos ofrecen  las distintas riberas que se abren camino desde el linde montañoso del norte de nuestra provincia. Entre todas ellas buscamos la más amplia, la del Esla, dejando atrás a nuestro paso la zona de Rueda, hasta llegar a Cistierna, que también superamos en busca  de las tierras de Sabero, donde ya el paisaje y los nombres de los lugares por los que transitamos nos hablan de recuerdos de vida dura en torno a las minas de una realidad que es cada día más pasado. También puede sucedernos haber  llegado a la provincia queriendo pasar antes por su capital, por ese León tan lleno de atractivos para quien llega al mismo con el ansia de la primera vez o para quien vuelve de nuevo, deseando disfrutarla de nuevo y descubrir en ella nuevos elementos que nos permitan ampliar nuestra capacidad de sorpresa ante lo encontrado. Entonces tomaremos el camino del Norte buscando la zona de Boñar -otra ribera más entre las que nos ofrecen las tierras leonesas, todas similares, todas diferentes-, para serpentear por ella en busca de esos altos que muestran ante nuestros ojos las espectaculares vistas de paisajes que se abren al abrigo de los montes, valles que se derraman desde lo alto mostrándonos lo mucho que son capaces de ofrecernos, peñas que parecen vigilar nuestros pasos presidiendo las alturas. Al avanzar por ellos se nos muestran también las praderas en las campan, a sus anchas, vacas, caballos e incluso cigüeñas, bandadas enteras de cigüeñas que parecen pastar en ellas al igual que sus vecinos de cuatro patas; pueblos que vigilan nuestros pasos desde la orilla de la carretera; ríos cristalinos en los que de vez en cuando podemos nos sorprende la figura de una garza acechando su presa en el agua clara; un juego de luces y sombras, un tornasol presidido de una inmensa gama de verdes capaz de calmar el alma. En este paisaje paradisiaco, en el que podemos perdernos y olvidar el tiempo, el destino de hoy nos lo elige Macu García González, un destino para la paz, un destino al que vuelve desde siempre para encontrarse a sí misma y para disfrutar la tranquilidad que necesita para completar su proceso creativo: el literario. Nos dejamos llevar y la seguimos. 

Los ojos de Macu García

A esta comarca de la montaña leonesa está ligada nuestra protagonista de hoy, desde niña, a través de sus ancestros. Es tal la fuerza que la une a ella que, a pesar de llevar prácticamente toda su vida en Valladolid, de haber criado allí a su familia y de ser este el lugar donde ha desarrollado la totalidad de su vida laboral, se sigue considerando leonesa por los cuatro costados, y en este lugar de la montaña tiene su refugio. Conocí a Macu hace algunos años por cuestiones laborales del momento. Por aquel entonces ninguna de las dos supimos de nuestra afición común a la literatura, de nuestra pasión por escribir y contar historias.  Eso vino después cuando, por casualidad, la reencontré en León en el marco de la presentación de una antología de relatos en la que ella participaba, de relatos de Navidad, por más señas, relatos que se adentraban, en ocasiones,  por caminos bastante poco usuales para lo que suele esperarse con respecto a determinado tipo de temáticas. Hablamos de nuevo, esta vez, sí,  de nuestras inquietudes literarias;  y comenzamos a seguirnos el rastro.

Macu es contadora de historias. Sus relatos penetran con acierto en la psicología de los personajes ofreciéndonos, en no pocas ocasiones, situaciones no siempre cómodas. Porque la vida tampoco lo es. Y así, buscando siempre un poco más de sus personajes, de las situaciones recreadas, de pronto, llega la novelista. Casi sin proponérselo, más bien como una necesidad de traspasar límites, de indagar con más profundidad en lo que a algunos de sus personajes les ha ido sucediendo a lo largo de la vida. El tiempo de más que necesitaba para ello vino, en su caso, de mano de la pandemia. Y así, inspirada en mujeres valientes que durante años ha ido conociendo fue entretejiendo una novela, su primera novela, que nos cuenta cosas que tienen que ser dichas, historias que ya no se pueden callar más aunque hayan sido mil veces contadas; así surge ‘Los tiempos de Olvido’. En ella está la huella de esta tierra suya, nuestra, y de las mujeres que han transitado por ellas, porque todas somos una y cada una de nosotras diferente a la otra. Y a través del libro ese otro trabajo de quienes escriben (que no para todos vale, porque no todos están preparados para ello), el de recorrer geografías con su novela en la mano, el de recibir el feed-back de quienes ya han sido sus lectores o el de quienes tendrán a partir del encuentro la oportunidad de serlo. Y en la cabecera del libro, marcando su portada, una imagen que nos recuerda a León ciudad, ese lugar paso intermedio para saltar del pequeño lugar que tantas veces  nos comprime al lugar en el que podemos sentirnos libres para buscar otros futuros, por más que siempre terminemos volviendo al lugar del que un día partimos. La huella del paisaje, de la psicología de algunos de sus personajes y el carácter de sus gentes, el rastro de determinados ambientes y circunstancias ligados a esta tierra, podréis descubrirlos sin duda en parte de esta novela, al igual que en algunos de sus relatos y quién sabe si también  en alguna de las nuevas historias que ya prepara. De momento, este paisaje que hoy nos regala para nuestra sección que esperamos os anime a seguir buscando nuevos paisajes, o a mirarlos con otros ojos.  Lo que la mirada de Macu nos regala: Rozando el cielo«Pasada la iglesia de San Esteban de Sotillos de Sabero, una sinuosa carretera da acceso a La Camperona. Enfilo el coche con las ventanillas bajadas para disfrutar del aroma de las flores que bordean las orillas. Apago la música para escuchar el silencio.Las curvas son numerosas y el desnivel en algunos tramos supera el veinte por ciento. Mis ojos se tatúan de este fantástico paisaje con la pretensión de hacer imborrable lo que contemplan. No son muchos los kilómetros que llevan hasta la cima donde se alcanzan los 1.597 metros.Bajo del vehículo para sentir la tierra bajo mis pies y disfruto del espectáculo de tener ante mí una hilera de majestuosas montañas. No me interesa saber sus nombres, sus agrestes siluetas son el obsequio perfecto para dar por concluido el día.

Elijo un angosto sendero custodiado por brezos en flor que me acerca a la cordillera mientras disfruto melancólica de la soledad. Entre la ausencia de sonidos resuena el eco de la voz de mi abuelo. Contaba que allí durante la Guerra Civil se escondieron algunos lugareños huyendo de la represión.

Alguien también me habló, de que en los años noventa se instalaron las antenas de radiotelevisión y de telefonía y por ello se asfaltó el camino.

Cobró especial repercusión La Camperona cuando en 2014 fue incluida su cima como final de la Vuelta a España.

Todo esto son apuntes ajenos a lo que percibo cuando paseo por allí. Un momento especial es cuando la luz declina y el sol regala sus últimos rayos.

Siempre es un atardecer mágico, de una belleza inigualable que, en no pocas ocasiones, hace que discurran díscolas unas lágrimas ante la hermosura que me rodea. No son de pena, lo puedo jurar, sino de felicidad cuando de puntillas, como una niña cargada de sueños a pesar de la edad, estiro los brazos todo lo que dan de sí con la infantil pretensión de rozar con mis dedos el cielo.

La afilada aguja de una de las antenas intenta pinchar la luna en una milagrosa alineación, y yo, entre incipientes sombras, emprendo el camino de regreso. Descarto el temor a la oscuridad. La luz surge de la paz de haber sentido en lo más profundo de mí una comunión mística con estas cumbres».
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