Recorriendo Gordoncillo puedes llegar al lugar que ocupó una vieja cuadra del pueblo —hoy perfectamente restaurada respetando los materiales y estructuras— y al acceder a ella, con una de aquellas enormes llaves de portones y grandes puertas, te encuentras ante uno de los museos más singulares y llamativos de la provincia: fundamentalmente una gran colección de máquinas de escribir, pero que su creador ha completado con pequeños espacios que van dando variedad al recorrido: una recreación de un despacho con teléfonos antiguos, un rincón escolar con pupitre mapamundi y antiguas enciclopedias, el rincón de la música, otro dedicado a la fotografía con daguerrotipos o históricas Leyca, radios de galena, proyectores de cine, imprentas... pero, sobre todo, máquinas de escribir.
- ¿Cuántas?
- 150. Pero en casa tengo otras 150, pero no quiero abrumar ni repetir y así me queda espacio para estos otros pequeños rincones de otros aparatos, géneros... «mira, con esta máquina se hicieron el 95% de las orlas de la Universidad de Valladolid durante décadas».
Quien lo explica es Samuel Rojo, el coleccionista y benefactor de Gordoncillo cediendo sus joyas. La visita merece la pena siempre pero si te hace de guía el propietario además de una visita única es una gran lección de historia e historias, contadas con todo lujo de detalles, además de desvelarte los mecanismos de cada una de las máquinas, las especificidades de cada una de las piezas únicas. No se pueden describir, hay que verlas y escuchar a Samuel, quien en momentos determinados, ante los mecanismos llamativos o técnicamente complicados, te repite una idea: «Visto así, en general, puede parecerte que aquí hay mucha ‘chatarra’, pero lo que realmente hay es mucha ingeniería, de la más avanzada en cada época, y lo que podríamos llamar mucha inteligencia natural, ahora que está de moda la artificial».
No le falta razón. Es sorprendente lo que cada una de las máquinas esconde. Samuel Rojo va desgranando historias, más allá de sus mecanismos: «Esta es de 1888, tenía doble teclado, uno de mayúsculas y otro de minúsculas», «hay muchas vinculadas al mundo militar», «otras de uso industrial, por ejemplo estas de carro tan grande y con estas teclas que ponen 1, 10, 100, 1000... son específicas para bancos, con grandes papeles, y esas teclas son los tabuladores», «aquí vemos dos teclados que parecen iguales y no lo son, uno es ‘qwerty’ y el otro ‘aserty’, uno empieza con q, w, e... y el otro con a, s, e... dependiendo del país de fabricación, Alemania en este caso, para colocar mejor posicionadas las teclas más utilizadas; este otro está en cirílico»; «en este viejo teclado de hace más de un siglo ya se utilizaba la famosa arroba que creen haber descubierto ahora», «esto que parece una rosca de teléfono incorporada a la máquina es un tabulador».... y suma carros redondos, de escritura oculta «porque no ves lo escrito hasta que no levantas la tapa» o historias de competencia entre grandes marcas por los inventos y patentes, que Samuel Rojo va desgranando con el lujo de detalles que puede ofrecer quien ha vivido y disfrutado cada pieza porque, explica, «he llegado a ir a Inglaterra con una furgoneta para traer una máquina y alguna cosa más de la colección».
- ¿Cómo comenzó esta pasión por las máquinas de escribir?
- Yo diría que tiene mucho que ver con una circunstancia familiar. Mi padre llevaba la contabilidad de empresas y en casa siempre había máquina de escribir, yo le veía trabajar con ella y fue naciendo esa fascinación que después se fue alimentando por mi negocio, que no es exactamente de estas máquinas pero tiene relación, y al acudir con frecuencia a ferias y demás iba adquiriendo nuevas piezas; también las que hay de imprenta...
Samuel Rojo es vallisoletano y en Valladolid tuvo su empresa, ahora en manos de sus hijos. No conocía Gordoncillo pero «una casualidad hizo que coincidiera a la hora de comer con una persona de aquí, comenzamos a hablar y vine a conocer el pueblo. Aquí surgió la relación con Urbano, el alcalde, que en cuanto supo de mi colección dijo que vendría para aquí. Él gestionó la vieja cuadra que ahora alberga el museo... en fin, y ahí está y yo, ciertamente, encantado. Me siento un vecino más». Y se comprueba fácilmente estando con él en el bar del pueblo, los que entran y se van le saludan, habla con ellos, les pregunta...
- ¿Qué es lo que más llama la atención de la colección?
- Si nos centramos en las máquinas de escribir, entre las que están también las del sistema braillie o las de mecanografía, como las de las cortes, es el ingenio de los sucesivos inventos para ir evolucionando, lo que yo llamo la ingeniería, porque realmente lo es. Y después algunas de las historias que encierran.
Así, ante una de llamativo color naranja, que parece de las más ‘normales’, todos se detienen cuando el coleccionista les dice que «es el único modelo que puede verse en el MOMA de Nueva York, de un lado por la participación en su diseño de un conocido diseñador italiano y, sobre todo, porque se promocionó en la famosa película ‘La naranja mecánica’, en ella aparece esta máquina y fue para su conocimiento una bendición.
Pero, sin duda, la historia que más engancha, la máquina más fotografiada, es una que está en el apartado que Rojo llama «militar», llamativa también por sus formas: Es la vyrotip. «La diseñó el ingeniero francés H. Viry, de ahí su nombre. Lo que más destaca es su forma y, sobre todo, su tamaño, pensada para utilizarla en cualquier parte y en cualquier circunstancia. Fue muy utilizada por los corresponsales de guerra en las guerras mundiales; se cuenta que la sujetaban con un artilugio e incluso podían escribir mientras iban montados a caballo».
Las sorpresas no tienen fin a lo largo del recorrido. Hay máquinas Mercedes que nada tienen que ver con la casa de coches pero las hay Adler que sí están relacionadas con la fábrica de bicicletas, historias de alemanes e ingleses que Samuel Rojo, siempre dispuesto a enseñar su colección y el museo, explica casi en primera persona, por suerte para Gordoncillo, que ha ganado para ‘la causa’ a este casi leonés que, curiosamente, ha reforzado sus lazos cuando una de sus hijas se casó con un nieto luchador de una de los históricos de los aluches: Tío Crescencio de Prioro; precisamente el que lleva su nombre, el singular Chencho, al que llamaban El Príncipe.