En el corro de lucha que el sábado se celebraba en Taranilla escuché varias veces la misma conversación haciendo planes para el día siguiente: «Hay que ir a La Velilla», expresión que resume la que viene a ser la Romería de Verano Virgen de la Velilla, a la sombra del impresionante Santuario ubicado en terrenos de La Mata de Monteagudo, en el llamado Valle del Hambre, con una explicación para el nombre que no es lo que a primera vista parece, pero ésa es otra historia, para otro día.
Total, que en la mañana del domingo se fue poblando la magnífica explanada del Santuario, la Casa del Peregrino, se inició la venta de perdones, comenzaron a llegar los pendones, los romeros, una exposición de pintura, música, bolos y en tiempos allí había también lucha leonesa.
Y nuestro Fernando Rubio también guarda en su archivo, memoria de los setenta, unas imágenes del Santuario de la Virgen de la Velilla, que visitó con el mejor de los cicerones posible:Máximo Gómez Rascón, que lo es no solamente por lo que sabe de arte y patrimonio, también porque este cura discreto, también poeta, es natural precisamente de La Mata de Monteagudo, muy presente en su poemario.
Trabajaba entonces Rubio en Proa cuando Gómez Rascón le llevó a la inolvidable, para él, excursión: «Además de la ceremonia religiosa mis recuerdos me llevan a la fiesta, la devoción popular, sobre todo los fieles besando el suelo en donde se cuenta que apareció la Virgen y la tormenta que nos pilló», de la que también da testimonio en sus fotos. «Lo que es malo para el clima puede ser bueno para el arte». Viendo las fotos se diría que lo es.
Cita Fernando ‘la aparición’ y hasta ilustra la leyenda, o realidad, cada cual... «En el año 1470 el hidalgo Diego de Prado se disponía a desmontar un trozo de muro que se encontraba oculto por toda una maraña de ortigas y zarzas en una de sus fincas. Lo que él no podía ni imaginarse era que aquella pared había formado parte de los muros de la ermita de la Virgen de los Valles. Enfrascado en sus trabajos de derribo, Diego de Prado fue sorprendido por un fenómeno singular: de una de las rendijas abiertas por el azadón brotó una luz cegadora. Asombrado y perplejo prosiguió su trabajo siempre guiado por los destellos de aquel resplandor. Cuál fue su asombro al descubrir finalmente la imagen de la Virgen! Se la llevó a su casa y grande fue el alborozo de su mujer María Díaz. Durante una larga temporada el hidalgo no contó a nadie lo ocurrido y ocultó la imagen en el hórreo de casa donde le construyó un altar. Pero a partir de aquel momento Diego de Prado empezó a perder toda su riqueza, animales, e hijos. Su mujer también enfermó y estaba tan grave que Diego se acordó de la imagen e hizo el voto de hacer una Ermita en el mismo sitio donde había aparecido la imagen si su mujer mejoraba. Y así fue. En cumplimiento de la promesa se construyó una pequeña ermita de piedra seca, rematada con cubierta de paja a la que se trasladó la vieja imagen de la Virgen que ya desde entonces fue conocida con el nombre de Virgen de la Velilla. A partir de aquel momento el noble hidalgo, tranquilizada ya su conciencia, vivió feliz. Por eso las gentes de la comarca lo recordarán siempre como ‘Diego el Dichoso’».
Sin embargo, esta idílica y edulcorada leyenda no concuerda con los datos de los historiadores, que hablan del linaje de los Prado como despóticos con los vecinos, explotadores... y ahí sí tiene cabida la expresión del Valle del Hambre para este precioso rincón.