Los "sin rostro"

Por José Javier Carrasco

11/11/2023
 Actualizado a 11/11/2023
La publicación ‘Cronófagos. Devoradores de Tiempo’. | MANUAL DE ULTRAMARINOS
La publicación ‘Cronófagos. Devoradores de Tiempo’. | MANUAL DE ULTRAMARINOS

La publicación del libro coincidió con la aparición de los «sin rostro». Me encontraba pasando la fregona por la entrada de aquel edificio de oficinas cuando se cruzó conmigo el primero de ellos: un cuerpo como cualquier otro, con sus dos piernas, sus brazos, la cabeza sobre los hombros, pero sin rostro. Pasó a mi lado y me saludó. La voz tenía un acento infantil, parecía que daba los buenos días a su maestra. El sonido permaneció unos segundos colgado en el aire, diáfano, sostenido por una musicalidad distinta a la que correspondería al cuerpo de un adulto. No soy de esas que miran para otro lado si lo que ven no es de su agrado, al contrario, me atrae lo desagradable, lo feo, aquello que nadie desea ver. Por eso clavé los ojos en aquella superficie emborronada por una mancha de color violeta, a la que envolvía un cabello pelirrojo color zanahoria. Igual que un conejo que no puede apartar la vista de su verdura preferida. 


Al descubrir mi interés, no sé cómo, pues era un hombre sin rostro, se detuvo, y con el mismo acento de niño, me preguntó si él era el primero que veía, con educación, como si me debiera una disculpa. Tampoco soy de las que no responden cuando les preguntan, aunque se trate de una situación poco frecuente, donde quizá lo más aconsejable sería permanecer en silencio. Así que le dije lo que quería saber, que era el primero y que no me importaba demasiado. Asintió y después se alejó de mí, como si ya no hubiera nada más de que hablar, se diría que conforme y satisfecho con mi respuesta. Llamó al ascensor y esperó. Juraría que, mientras esperaba, silbaba. Antes de desaparecer volvió aquel borrón color berenjena que tenía como cara hacía mí y me anunció que vería muchos más como él, que aquello no había hecho sino empezar, aunque solo salían los días de lluvia. 


Desde entonces no me canso de ver cuerpos y más cuerpos sin rostro bajo la lluvia. Cuerpos distintos con sus voces de niño. Cuerpos que avanzan sin paraguas siguiendo caminos distintos. De un sitio a otro, cabizbajos o desafiantes. Cuerpos de hombre y de mujer que han perdido las arrugas, finas arrugas de sueños huidizos. Cuerpos en movimiento en un espacio encajonado entre bloques de edificios, bajo el cielo gris. Cuerpos que aprenden a sortear otros cuerpos. Cuerpos solos. Cuerpos detenidos ante los escaparates. Cuerpos que se mueven esquivando a aquellos que salen a su paso y a los que observan desde la nada de sus rostros tachados. Hoy saldré a la calle con una máscara de carnaval, también yo quiero ocultar mi rostro, esa cara que empieza a borrarse. 

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