«Subimos a la presa y vimos todo el valle vacío, sin color ni sonido. No había vida, los árboles estaban muertos, ni un pájaro, todo era lodo. Desde el mirador, se veía como cuando abren una fosa, solo que aquí eran restos de un pueblo en medio de ruinas, casi de pie. Esa impresión fue inolvidable».
(Julio Llamazares para ‘El País’)
'Retrato de bañista’ es el relato que cierra el filandón de la película de Chema Sarmiento. Julio Llamazares entrega a sus compañeros un poema para justificar su ausencia en la reunión, y sirven sus versos como apertura de la ficción ensoñada protagonizada por el escritor.
Llamazares emprende un viaje de vuelta al pueblo que le vio nacer y que quedó sumergido bajo el embalse del Porma. Un lugar de origen que desaparece; del que solo quedan sombras. Detiene su coche frente a la presa. Después, busca cobijo en un caserío cercano a las aguas bajo las que se halla Vegamián. Ante la negativa inicial del dueño del lugar, el escritor explica que es hijo del último maestro que dio clase en el pueblo. «Don Nemesio» funciona casi a modo de contraseña y el hombre acepta la propuesta.
«Como decía mi padre, que también murió de pena cuando yo me marché y dejé la casa: al que sale de su casa para morir en tierra extraña, se le separa el alma del cuerpo. De tal manera, el cuerpo queda donde lo entierran y el alma anda errante por el espacio, sin saber si decidirse al infierno o a la gloria. Entonces, lo lógico es morir cada uno donde nace».
Mientras sobrecenan, el dueño del caserío explica a Julio Llamazares estos conceptos místicos, sin atisbo de perplejidad que adorne el tinte sobrenatural de lo que está contando. Esta neutralidad sorprende aún más cuando describe la posibilidad de que existan espectros en el embalse, y cómo él llegó a escuchar, en una noche de invierno, lamentos y aullidos provenientes del fondo de las aguas. La cena, aparentemente frugal, no serviría de explicación de lo que le acontece poco después a Julio Llamazares.
Su sueño se ve alterado por unos ladridos que le guían hasta el borde del pantano. Contempla el paisaje azul y las aguas parecen desaparecer como evaporadas, permitiendo la observación de los vestigios del pueblo sumergido. El escritor avanza hacia las ruinas del pueblo donde nació, introduciéndose en las profundidades y las sombras de un Vegamián ensoñado. Y lo que queda son casas al borde del colapso, herrumbre y lodo reseco. Pero el cariz sobrenatural vuelve a manifestarse con la presencia de camas ocupadas por hombres y mujeres de Vegamián. Julio Llamazares se adentra en la escuela, donde podemos figurarnos que estuvo su casa, y desde la cama lee el poema que había abierto el relato.
«Por todas partes, un sol de nata negra
y fresas, fresas, fresas…».
El escritor se tumba y al día siguiente el dueño del caserío le buscará, invocando su nombre al borde de las aguas del embalse del Porma.
La poética del último episodio de 'El filandón' permite vincular esa narración con una previa. La novela Pedro Páramo cuenta otro regreso: el deJuan Preciadoal pueblo de Comala. Allí el protagonista también realizaba una búsqueda de su pasado mediante el contacto con lo que parecían ecos de otro tiempo.
«Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera».
(Juan Preciado en ‘Pedro Páramo’)
«He venido desde lejos para estar aquí. Yo nací ahí abajo, en Vegamián… Yo soy hijo de un maestro, el último maestro que hubo en Vegamián».
(Julio Llamazares en ‘Retrato de bañista’)
Es reseñable para esta suerte de comparación que el título barajado originalmente por Rulfo fuese 'Los murmullos'. El viaje de Julio Llamazares en 'Retrato de un bañista' tiene algo del que emprende Juan Preciado. Vegamián y Comala conectan en lo insólito, en el silencio y los susurros, en las huellas de una vida que existió y que el agua no pudo pudrir en la memoria de su gente.