La llamada leonesa a la literatura ha sonado en los oídos de la familia Merino, que viernes y sábado regresan a León para conversar sobre sus experiencias durante el proceso creativo que les hace mover la tinta sobre las páginas para dar a luz a esos objetos que les han ido acompañando a lo largo de sus vidas. Tesoreros de historias convertidos en libros o, como ha escrito Stephen King, en «magia única portátil».
El viernes a las 20:30 padre e hija tienen cita en el Centro Cultural de las Tierras Bañezanas con su charla ‘Ana y José Merino: dos generaciones, dos miradas literarias’. A las 12:00 del día siguiente el espacio habilitado como centro cultural en San Feliz de Torío les recibe para continuar su conversación, casi como si estuvieran en el salón de su casa, con motivo del ‘Ciclo de los territorios’. Ha tenido que ser en esta provincia pues no podría ser de otra manera después de su primer y único encuentro de cara al público, al otro lado del Atlántico, en la Universidad de Harvard en 2019.
Siempre he vuelto y he tenido un gran amor a León, a toda esa tierra donde crecí por temporadasSi no se produjo antes un evento de estas características fue porque no hubo oportunidad. Desde muy joven, Ana Merino ha vivido fuera de España. «Siempre estaba con la mochila para arriba y para abajo», cuenta. Se fue con sólo veintidós años, guiada por su curiosidad insaciable y su espíritu aventurero, a tierras holandesas. Allí descubrió lo impresionante de sus enormes bibliotecas. «Eran de esas en las que te podías meter dentro, como las estadounidenses», recuerda: «Quedé tan fascinada con las posibilidades académicas que, cuando se dio la oportunidad de irme a Estados Unidos, no lo dudé». Lo que al principio apuntaba a ser una estancia temporal de un par de años acabó convirtiéndose en el que es su lugar de residencia desde hace casi tres décadas. «Uno nunca sabe cuál es el camino por donde le lleva la vida y ese es el misterio», reflexiona.
Merino, acompañada de las decenas de millones de hispanohablantes en Estados Unidos, no ha dejado atrás su pasión por la escritura en español. Toda su literatura se escribe en castellano. «Siempre he vuelto y he tenido un gran amor a León, a toda esa tierra donde crecí por temporadas con mis abuelos, con mis padres», resuelve: «Siempre ha estado ese cariño inmenso a la provincia y a todo ese imaginario que hay de la cultura leonesa». Sus encuentros en La Bañeza y San Feliz este fin de semana son prueba de sus palabras. La etiqueta de ‘hijo adoptivo’ lucida por José María Merino desde 2009 también da cuenta del afecto que la familia guarda a León.
Si uno se pregunta cómo de distinta hubiese sido la vida de Ana Merino si su padre no se hubiera dedicado a la literatura, la respuesta de la escritora es dubitativa. Lo que sí tiene claro es que «lo fundamental es el amor a los libros» y eso ella, hija de un gallego afincado en León, escritor laureado y galardonado con numerosos reconocimientos, lo lleva de serie. «Cuando se tiene la suerte, como yo he tenido, de crecer rodeada de libros, tiendes a amarlos, a disfrutarlos y ver ese como tu espacio de felicidad», comenta: «Eso me ha hecho ser muy consciente de la importancia de la lectura, de que existan las bibliotecas y de la accesibilidad de los libros a todo el mundo».
No sólo eso, los «vericuetos del destino» -en sus palabras, «el destino es muy mágico»- le llevaron a conocer hace diez años al escritor oscense Manuel Vilas con el que acabó por fraguarse una relación amorosa. Los dos, de nuevo, en una afortunada picardía del destino, han sido galardonados con el Premio Nadal. «Los libros aparecieron en mi niñez y han llegado hasta mi espacio sentimental», dice ella. Y, si se tiene en cuenta que la literatura no es más -ni menos- que una realidad aderezada y comprimida a través de la escritura, casi puede decirse que el suyo es un amor de premio.
Tanto han acompañado los libros a Ana Merino a lo largo de su vida que se confiesa -también a su padre- como una verdadera amante de la literatura infantil y juvenil. «Somos lectores de la infancia, hemos leído desde niños», habla en nombre de los dos y tiene claro que los libros infantiles no sólo revelan historias para niños y niñas: «Cuando la literatura es de mucha calidad y busca la belleza o la deconstrucción de ideas, toca a todo tipo de lectores». Se refiere a ‘Cuaderno de hojas blancas’ -para ella, «una delicia»- como un ejemplo de publicación infantil para ser leída por cualquiera: «Es ese lenguaje muy bien condensado de ideas, muy recto, muy estimulante, que permite ese diálogo y aprendizaje entre el niño lector y el adulto». Y ya se sabe que hay ciertos libros que, por ser para niños, no deben pasar desapercibidos al adulto y que, incluso, por sus distintas interpretaciones, deben leerse en las diferentes etapas de la vida. Ejemplo de ello es ‘El principito’. O aquel poemario de Claudio Rodríguez que retaba al lector con su título ‘Para niños’.
Padre e hija han cultivado el género infantil como una pieza más del puzle que es su interés por acercarse a todos y cada uno de los ámbitos del proceso creativo. «Entre los dos, lo cubrimos prácticamente todo», ríe ella antes de enumerar: «Poesía, literatura infantil y juvenil, novela, cuento, microcuento, ensayo, teatro». No hay punto final en la lista, pues tampoco parece haber intención de cerrarla. Sí de ampliarla y de continuar, los dos, su trayectoria en el panorama de la literatura. Una que casi puede traducirse en sus propias vidas.
Cuando la literatura es de mucha calidad y busca la belleza, toca a todo tipo de públicosViernes y sábado, Ana y José María Merino charlan en León sobre sus experiencias en el mundo de los libros. Experiencias teñidas por aspectos generacionales y épocas distintas para cada uno. La de su padre, según indica, fue «la de la ilusión, la que no tenía mundo digital». La suya tuvo como protagonista los años de transición, en los que «uno ya estaba más expuesto y tenía otra relación con el espacio y con los medios». El paso del tiempo, a pesar de los genes compartidos por sendos escritores, hace de sus literaturas dos estilos inevitablemente diferentes. Ambos reconocidos, eso sí, con premios y éxitos a lo largo de sus respectivas trayectorias. En 2011, Ana Merino se consagró como fundadora de la Maestría de Escritura Creativa en español en la Universidad de Iowa, de la que fue directora a lo largo de siete años, en una muestra más de que literatura y proceso creativo han marcado toda su vida.
Merino hija, estudiosa de la expresiones como el cómic y la novela gráfica, por tratarse de una fuente de «aprendizaje de la lectura y también de la sensibilidad estética», está segura de que, tanto la escritura como las expresiones creativas, «han ido evolucionando». La suya y la de su padre son un reflejo de dicha evolución y de ello hablan en San Feliz y en La Bañeza. Y no es extraño pensar que de ello hablen también en la comodidad de su hogar o gracias a un aparato cuando no coinciden en la misma ciudad por haber un océano entero que les separa.
«Él es un gran visionario por todo el tipo de literatura que hace», dice ella sobre su progenitor: «Para mí ha sido y es un modelo fabuloso». De entre sus influencias, destaca a su padre y su «maravillosa literatura» como una esencial. No quedan fuera de su abanico de referencias otros como Cernuda, Borges, Gabriela Mistral, Proust, Kafka, Silvina Ocampo y Gabriel García Márquez, a cuyas historias pudo acercarse de adolescente. Desde bien pequeña en realidad: «Desde muy cría, poesía y novela». Este fin de semana, acompañada de la figura que, desde más pronto, le ha influido en su pulsión literaria, es recibida por León en dos citas sobre libros, escritura y procesos creativos. Encuentros de afición a la literatura, de amor de un padre a su hija y de una hija a su padre.
"Somos lectores de infancia, hemos leído desde niños"
Ana Merino y José María Merino participan este fin de semana en dos encuentros padre e hija para hablar sobre literatura en La Bañeza y San Feliz de Torío
15/06/2023
Actualizado a
15/06/2023
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