Sopladores de vidrio ante las vidrieras de la Catedral

La Plaza de la Regla ha acogido este viernes una demostración de Diego Rodríguez Blanco enmarcada en la iniciativa Únicos, puesta en marcha por la Escuela de Arte de León

Camino Díez Llamazares y Laura Pastoriza
17/11/2023
 Actualizado a 17/11/2023
FRAME 17VIDRIO
FRAME 17VIDRIO

Hay quien se orea entre prados para encontrar algún que otro diente de león y arrancarlo en un ritual ceremonioso para conseguir algo de suerte. Así que soplan el diente los envalentonados sin otro propósito que ver volar sus pelillos blanquecinos, intentando provocar un giro en la incierta rueda de la fortuna.

Menos supersticiosos, aunque igualmente envalentonados, quienes este viernes se han prestado al espectáculo celebrado en la Plaza de la Regla. Allí han soplado, como aquellos dientecillos, unos cuantos paseantes que se han topado con Diego Rodríguez Blanco y su acompañante. Maestro de la Real Fábrica de Cristales de La Granja, este soplador de vidrio ha querido compartir su artesanía en una jornada callejera de Únicos, iniciativa puesta en marcha por la Escuela de Arte de León.

“¿Qué podrá ser esto?”, pregunta el maestro soplador a sus espectadores, que se mantienen en silencio, como obnubilados por tal maestría. “¿Sopla o no sopla?”, dice socarrón su acompañante, que muestra la técnica a uno de los aprendices. Un horno encendido acompaña a la escena y el humillo matiza la estampa, tiñéndola de un tono grisáceo en el que destaca lo anaranjado del fuego.

Con él queman el cristal, que va deformándose hasta moldearse y transformarse en una pequeña jarra. “¿Qué le falta a esta jarra?”, cuestiona Blanco y no tarda en responder: “El asa”. Lo dice con voz costumbrista, pues está bien acostumbrado a soplar y soplar hasta hacer del vidrio una pieza única y engalanada. El artesano promete a su séquito que también soplará. Un hombre sale y, efectivamente, sopla. Los aplausos no se hacen esperar. “Como si lo llevara haciendo toda la vida”, dice el pizpireta. “Así podría soplar un manchón”, le sigue el maestro.

La caña va pasando de unos a otros a medida que Blanco cumple su promesa. Entre tanto trajín, alguna cae al suelo y el sonido metálico no incordia a los admiradores del vidrio, demasiado estupefactos para darse cuenta siquiera. La música ameniza el paisaje vidrioso mientras maestro y ayudante se mueven haciendo gala de su desparpajo. Los rostros se visten de complicidad. Más aplausos y expresiones satisfechas cuando la nube acristalada sale de la caña en todo su esplendor. Deleitándose, cada uno espera su turno para demostrar su destreza con el cristal. ¿Y qué mejor escenario que uno localizado justo al lado de la Catedral leonesa y su solemne arte vitral?

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