‘La bicicleta’, de Blanca del Carmen, fue el primer tango grabado en EspañaEl tango se gestó y es característico de algunas ciudades con puertos fluviales de Argentina y Uruguay, que tienen como eje al Río de la Plata, donde se ubican las capitales de ambos países, Buenos Aires y Montevideo, pero que se extiende a otras ciudades con puertos fluviales de la región, entre las que destaca Rosario, ciudad argentina de la Provincia de Santa Fe. La presentación conjunta de Argentina y Uruguay ante la Unesco para el reconocimiento del tango como patrimonio inmaterial de la humanidad, reza: En el origen del tango hubo tres aportes negros decisivos: el originario del Río de la Plata, que es el candombe; el procedente de Cuba, que es la contradanza europea convertida en habanera, y la milonga, oriunda del Brasil, traída por los soldados del ejército de Urquiza, y que con el tiempo llegaría a las orillas de Buenos Aires. Los tres elementos se refundirán en el tango. Luego éste recibirá otros aportes de la inmigración. Buenos Aires era el último puerto del mundo: los artistas y los marinos llegaban a ella con toda la música recogida en los puertos del trayecto. Y la larga estancia de los barcos en cada puerto daba tiempo para el contacto y el intercambio con los habitantes. Oscar Zucchi, principal estudioso del bandoneón en el tango, sostiene que el bandoneón se integró al tango poco antes de 1910. Si bien existen varias constancias de la presencia del bandoneón en el Río de la Plata mucho antes, fue en la primera década del siglo XX donde el bandoneón pasó a ser el instrumento central del tango. Se trata de un instrumento alemán, cuya invención se atribuye a Heinrich Band en 1846. Fabricado en Alemania, fue la firma Alfred Arnold Bandoneón fundada en 1911, fabricante de los famosos ‘AA’ (’doble A’), la que se ganó la preferencia de los músicos rioplatenses.
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–¡No estuve en los bulines ni en las academias donde las minas socavan el corazón de los malevos, tampoco en los conventillos donde, aún con el humo del llano y el llanto de la indiada en la ropa, desensillan los gauchos y los gringos, y mutatis-mutandis remansan en aluvión de guapos, compadritos y algún gil. No asistí, en los peringundines arrabaleros, al baile rítmico y etílico perfumado de candombe…
Piazzola soñó un hatillo de nostalgias… y se lo regaló a un tangoTienen más escrito, y exquisito, pero el sitio, es el sitio. Y para ir acabando, un micro-relato de la casa: En las cosas del desencanto, mejor no meterse; uno tiene que observar la jugada desde afuera, sonreír levemente, y contar lo que uno quiera… fingir. A aquel sombrero le quedaba bien aquella afilada cara, aquellas cejas blancas de tanta soledad y paso del tiempo. Las arrugas dignas denotaban algo de cansancio, mientras la mirada larga hacia la nada, dejaba entrever una tristeza que rulaba libre entre las hojas.
Eran los tiempos de los parques en blanco y negro, de bancos ocupados por hombres y mujeres solitarios… de farolas de luz tenue y blanda. La tarde noche olía a desesperanza, ese olor que solo lo huelen los maestros del silencio. Los pájaros terminaban la hora de la ceba, mientras el parque se iba quedando solitario; al cabo de unos minutos, la melancolía se adueñó de aquel hombre, y sentado empezó a susurrar algo parecido a una vieja canción… dejó de musitar, y comenzó a recitar con voz clara y concisa:
–¡Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada, que has nacido en la miseria de un convento de arrabal... Porque hay algo que te vende… yo no sé si es la mirada, la manera de sentarte, de estar parada, o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal…! A su lado, a la par, una mujer ya mayor, pero de muy buen porte, y que guardaba toda su belleza singular, se puso a bailar sutilmente, sola, ocupando un espacio lleno de movimientos certeros y con una clase magistral… seguía recitando el hombre de traje y pañuelo, de corbata a lunares, de camisa negra, y el sombrero esquinado sobre la frente, mientras unas lágrimas le asomaban por aquellos ojos… y rodaban por la añoranza de sus arrugadas mejillas. Piazzola, acurrucado sobre su bandoneón, soñó un hatillo de nostalgias… y se lo regaló a un tango.