Tardes para olvidar

Pedro Ludena comenta la película de Albert Serra, 'Tardes de soledad'

Pedro Ludena
04/04/2025
 Actualizado a 04/04/2025
Andrés Roca Rey en 'Tardes de soledad' de Albert Serra.
Andrés Roca Rey en 'Tardes de soledad' de Albert Serra.

Albert Serra juega al despiste con ‘Tardes de Soledad’, aunque hace honor a su título. Su mirada se mantiene fija sobre los dos protagonistas absolutos de la cinta, el torero y el toreado, mostrando para unos la hazaña y para otros la barbarie del toreo en toda su gloria y en toda su crudeza.

No hay adornos en la frontalidad de Serra, que encara el ‘arte’ de los matadores sin tapujos ni censura, mostrando minuto a minuto varios encuentros entre hombre y bestia, una distinción que se vuelve más difusa con cada nueva banderilla clavada. Serra no parece tomar partido en una de las tradiciones más controvertidas de nuestro país de luces, como los trajes, y de sombras, oscuras como morlacos, y se dedica sencillamente a poner la cámara frente a la acción, dejando que esta hable por sí sola y que cada espectador la escuche con su propia voz. No obstante, es en esta objetividad documental donde afloran los desencuentros con su postura, o mejor dicho, con la ausencia de ella.

Ante la polémica de ciertos temas, el público es reacio a gestionar la neutralidad, asumiendo que la película en cuestión habrá de provocarles bien satisfacción por su afinidad ideológica o acaso conflicto por la contrariedad de su perspectiva. Yo mismo he criticado la pasada de perfil de ciertos cineastas ante temas susceptibles de subjetividad, como el año pasado hizo el británico Alex Garland con su imparcial y apática ‘Civil War’, aunque el factor decisivo para mí es que, mientras que la de Garland era una obra de ficción, la de Serra es puramente documental.

Una película depende casi por entero de la visión detrás de cámaras, pudiendo moldear la realidad dentro de los límites de su ambición y de su presupuesto, y por lo tanto se le exige, o al menos yo le exijo, posicionarse sobre aquello que cuenta, porque un cineasta no es un mero observador, es un creador, y como tal, debe poner algo de sí mismo en su obra. Sin embargo, el caso de aquel que realiza un documental es distinto. El documentalista juega con la ventaja, o el perjuicio, de poder limitarse a filmar el mundo tal y como es, atrapando una realidad estoica. Cierto es que el realizador puede dar su visión por medio del montaje, de la puesta en cámara o directamente con la típica narración en off de los documentales de la 2; pero está en su pleno derecho de abrazar la objetividad pura y dura, sin más limitaciones que las impuestas por aquello que filma.

Para mí, ‘Tardes de Soledad’ no fracasa como obra por su carácter documental, aunque la decisión de abrir la película con primeros planos del toro, los cuales repite con cada ejecución de uno de su especie, y de no mostrar nunca al público me da que pensar sobre la idea de Serra sobre la tauromaquia; sino que fracasa porque es profundamente aburrida. La cinta confía en la propia emoción del toreo para mantener su pulso narrativo, saltando de corrida en corrida con prolongados interludios en los que vemos al matador entre bastidores, antes o después del último encuentro. Por lo tanto, si en cada lidia uno sabe apreciar el ímpetu, la majestuosidad, el ‘arte’ del toreo, podrá disfrutar como si estuviera en la plaza.

Por otro lado, quién no vea más que a un carnicero engalanado que tortura a un animal para ganarse el aplauso de otros, se angustiará como si, efectivamente, estuviera en la plaza. A quienes amen el toreo solo les gustará más, quienes lo aborrezcan solo lo odiarán más.

Aprecio el esfuerzo de Albert Serra por encapsular un trocito de la cultura española que pronto será historia, no la más digna, pero historia al fin y al cabo; pero para muchos de nosotros no servirá más que para, dentro de no muchos años, echar la vista atrás y recordar que, a pesar de su romantización contemporánea, hay tradiciones que pertenecen al pasado.

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