En una época más bien parca en voces memorables, la eclosión de Amartuvshin Enkhbat es un acontecimiento mundial. Su nombre impronunciable ya aparece en lo más alto de los carteles del Metropolitan, la Royal Opera, Múnich o Berlín. Nacido en Mongolia en 1986, dejó patidifuso al jurado de Operalia en 2012, y al del BBC Cardiff Singer of the World en 2015. Ya es una estrella en Verona (‘Pagliacci’), en Parma (‘Nabucco’) e incluso en La Scala, donde debutó en 2020 con ‘Aida’ y regresó en 2022 con ‘Rigoletto’. «Resultó impresionante (…) un artista de raza, un diamante purísimo», escribió el crítico Andrea Merli en Ópera Actual. «En sesenta años no he oído una voz igual, sin olvidar a grandes como MacNeil, Cappuccilli, Taddei…». Con su voz poderosa, llena de colores oscuros pero también un seductor legato, su timbre profundo y estable, su enorme registro sin problema para el agudo ni el grave y su impecable dicción italiana, no extraña que se haya llevado el International Opera Award de 2023.
Uno de sus papeles de cabecera (junto a los del bufón jorobado, Germont padre, Amonasro y Nabucodonosor) es el del Conde de Luna de ‘Il trovatore’, con el que cosechó ovaciones en la 84ª edición del Mayo Musical Florentino, uno de los festivales más antiguos de Italia. Lo rodearon otros especialistas en Verdi: el tenor italiano Fabio Sartori (1970) se mostró más lírico que dramático en la piel del trovador, capaz de la intimidad pero también del brillo en función de las escenas. La soprano uruguaya María José Siri (1976) fue una Leonora vocalmente impecable gracias a su variedad de matices y a su considerable volumen. Como Azucena, la mezzosoprano bielorrusa Ekaterina Semenchuk (1976) desbordó intensidad y presencia, con atención minuciosa al fraseo.
Este jueves a las 20.00, Cines Van Gogh retransmite una grabación de ‘Il trovatore’. Al frente de la orquesta solo podía estar el venerable Zubin Mehta: dirige esta formación desde 1985, y hasta cuenta con un auditorio con su nombre en la ciudad toscana. El indio (Bombay, 1936) conoce al dedillo estas páginas: ya dirigió una imbatible grabación en 1969 (con Plácido Domingo, Fiorenza Cossotto y Leontyne Price), y era la tercera vez que la afrontaba en Florencia, después de las de 1990 (con Pavarotti) y 2001. Con su energía característica, logró un sonido compacto y a ratos grandioso.
En cuanto a la dirección de escena, el veterano poeta y dramaturgo Cesare Lievi (1952) regresaba a un certamen donde dejó buen recuerdo en las dos anteriores ediciones con ‘Linda di Chamounix’, el melodrama de Donizetti, y con ‘Lo sposo di tre’, la comedia de Cherubini. De la frescura de aquella salta a un tono lúgubre, trágico y crudo: «Es una ópera oscura, todo sucede de noche», explicaba en la rueda de prensa. «Los personajes se mueven en un paisaje desolado, sin futuro, sin vida (…) todo parece decidido antes de empezar». El decorado de Luigi Perego es desnudo, gris y atemporal; el vestuario, de época. Al fondo, imágenes propias del subconsciente, la alucinación o las pesadillas: «Todo está ligado a un pasado que regresa con fuerza destructiva».
‘Il trovatore’, estrenada con enorme éxito el 19 de enero de 1853 en el Teatro Apolo de Roma, forma parte de la llamada Trilogia popolare o romántica junto con ‘Rigoletto’ y ‘La traviata’, que cierran su período de juventud y asientan los rasgos de su estilo de madurez. De los tres títulos –muy diferentes entre sí en su argumento y música–, el más apegado a las viejas formas es esta adaptación del drama caballeresco del español Antonio García Gutiérrez (1836). Trata, en esencia, de la obsesión de venganza de la gitana Azucena, a cuya madre asesinó la familia de los Luna. También encontramos un trío amoroso y el trasfondo de una guerra civil, pero con esta obra casi conviene no prestar mucha atención al libreto de Cammarano, tan inverosímil como embarullado.
En cambio, la música del genio de Busseto alcanza la cima de su inspiración, con arias brillantes para todas las cuerdas: ‘Stride la vampa’ (mezzosoprano), ‘Di quella pira’ (tenor), ‘Il balen del suo sorriso’ (barítono), ‘D’amor sull’ali rosee’ (soprano)… Y todavía más fama alcanzó el coro de la fragua, con la percusión del martillo y el yunque. Aunque lo más interesante es la riqueza de emociones que logra expresar esta partitura –del odio a la ternura–, su capacidad para sorprender en cada escena y la fascinante caracterización de la gitana. Su canto sinuoso se acompaña siempre de danzas –en compás ternario y tonalidad menor– y de una instrumentación que evoca el fuego; esa hoguera que simboliza sus fantasmas y su obsesión con el pasado.