
"Hacer esto me ha quitado de muchas pastillas y me ha tenido la cabeza ocupada". Lo repite Ángel Fernández Álvarez cuando te enseña algunas de las piezas de madera que trabaja con un virtuosismo envidiable. Cachas como no hay otras,puentes, el recinto amurallado de la ciudad,urnas de madera en la que destaca la marquetería, un Cristo «muy personal» que ni se sabe las horas de trabajo que tiene o una Virgen igual a otra que le regaló al hospital... y acabó en la Capilla del centro con un reclinatorio para que recen ante ella. «No te puedes imaginar la ilusión que me hizo cuando me la enseñaron, pensar que la gente reza ante ella y que le toca las manos... no sé, te toca». - ¿Es muy religioso?- Sinceramente, no; mi mujer sí es bastante pero yo la verdad es que no, pero no es cuestión de ser religioso, es otra historia.Como es otra historia la que complementa la realidad de Ángel Fernández Álvarez, leonés, ebanista, un manitas con la madera, artesano irrepetible capaz de ponerle su sello personal a cualquier obra, enamorado de la marquetería artística... y enfermo de leucemia, enfermedad cuyo nombre reconoce que mete miedo y a él se la diagnosticaron hace seis años.Acompaña sus trabajos en madera con reflexiones escritas, recuerdos, momentos, como cuando le cambió la vida al decirle «tienes leucemia» o en la primera recaída a los cuatro años, cuando parecía que todo marchaba bien: «Tras cuatro años desde que me diagnosticaron la leucemia linfoide crónica y haber pasado los tres últimos con una buena recuperación y una vida aceptable, de repente te encuentras ante tú primera recaída, todo se viene abajo, todo son pensamientos difíciles...», pero tras estas palabras regresa a la senda de los que están cerca, «de mi mujer, de toda mi familia, sientes cuando los necesitas lo cerca que están». Y otra pata fundamental para él —además de la artesanía— la asociación de enfermos Alcles (Asociación de Lucha Contra la Leucemia y Enfermedades de la Sangre). Allí, al centro que tienen en León, acude todos los jueves, ahablar con los compañeros enfermos, a contarles su historia, su forma de lucha. «Es emocionante ver cómo te escuchar y escuchar sus historias».

Y en ese momento se va a por una caja, «la granja» dice él, y allí tiene un buen número de pequeños conejos de madera, iguales pero de diferentes colores y materiales. «Cada vez que llega un nuevo enfermo le doy uno, no para que sea un amuleto o algo así, no, es para que sepa que no está solo, que muchos pasamos por lo mismo que él y luchamos a su lado». Y te enseña dónde lo ha escrito: «Si no avanzamos quedamos bloqueados, pero dar un paso adelante es luchar».
Y entonces te pregunta Ángel Fernández si te gustan los preciosos trabajos que realiza pero, sobre todo, si has entendido la emoción que siente cuando ve en la capilla del hospital la Virgen que él les regaló en una de sus estancias allí.
- ¡Cómo para no entenderlo!