que nunca se marchitaran tus hojas
con la edad, en el sosiego te alojas,
los años te hacen mucho más querida»
(del poemario ‘Mi verso en tu mirada’)
'Mi verso en tu mirada' no es un libro al que haya que valorar por la calidad literaria de sus versos, que la tiene, sino por la profunda humanidad y los valores éticos y morales que logra transmitir y que definen al autor y su circunstancia, Tomás Alonso González, un leonés del pueblo de Reyero que lleva media vida afincado en Barcelona pero que no olvida sus raíces y al que la grave enfermedad de su esposa Angelines, a la que hace cuatro años diagnosticaron Alzheimer, ha llevado a escribir este sentido poemario publicado en la editorial Abrapalabra. «No soy poeta, pero si le soy franco noto una cierta intuición poética, a pesar de que mis poemas son rudimentarios porque la gran mayoría están sin pulir. Solo están pulidos los que he publicado, pero tengo muchos que están sin pulir porque no cuido mucho el detalle, pero, eso sí, el sentimiento y digamos la loa que yo imprimo es sincera y sale de mí. A raíz del fallecimiento de dos de mis hermanos, con 60 y 68 años, a mí me vino una cierta inspiración porque yo lloraba mucho y lo sigo haciendo. Yo cuando escribo lloro mucho y mi verso también llora. Cuando escribía los versos en el ordenador me acercaba al sofá donde estaba mi señora, los leíamos juntos y los dos llorábamos juntos. Mis poesías son cariñosas porque están hechas con todo el amor. Cuando empecé a finales del 2015 a escribir estos versos ella pasaba un poco pero ahora lo siente totalmente. Nuestro libro, porque lo hemos escrito entre los dos al ser ella la inspiración, le ha encantado», asegura un emocionado Tomás Alonso, que en ‘Mi verso en tu mirada’ recoge medio centenar de poemas de los más de seiscientos que tiene guardados en el cajón y que en este caso fueron escritos durante los últimos cuatro años. «El libro que nos ocupa está impregnado de calor familiar, al tiempo que las circunstancias adversas de la enfermedad de mi esposa me han dado alas para dejar por escrito la huella que va quedando en mi corazón a lo largo de estos casi cuatro años», comenta Alonso, que de su producción poética seleccionó los que guardan una mayor relación con la enfermedad de su esposa, poemas en ocasiones más afligidos y en otras más resignados, que son reflejo de sus diferentes estados de ánimo pero que evidencian la entrega y entereza del autor a la hora de afrontar la adversidad. «Quise poner en boca de mi mujer lo que ella no puede poner porque se le ha olvidado. Toda persona tiene que tener su historia, aunque la pobre la haya olvidado como le ha pasado a Angelines. Todos nos merecemos nuestra historia y yo estoy contando la suya en boca propia. A partir de ahí, como todo lo que escribo, me pongo en la piel del lector», sostiene este poeta de la vida, que alude al primer poema que escribió a partir de la fotografía de sus padres, Gregorio y Oliva, sentados en el escaño de la cocina de su casa de Reyero, y es que sus progenitores han sido el otro faro que siempre ha guiado las vidas de Tomás Alonso y del resto de hermanos. «Mi madre, callada y sufrida, era el alma, una memoria privilegiada que le recordaba a mi padre constantemente cualquier detalle o cosa a emprender. Conocía las inquietudes de cada hijo y las atendía, discernía hasta las ropas de cada hijo y se las ordenaba. Era un clásico salir a abrazarnos al corral y a despedirnos con lágrimas en los ojos, o ir cada semana a la centralita del teléfono para hablar con todos», recuerda el octavo de catorce hermanos, para quien su padre era la fortaleza de la familia. «Era un clásico también ver a mi padre con la yegua mejor que tenía llevando a un hijo o incluso dos, transportando un baúl con ropa, sábanas, mantas y paquetes, aquellos años que mis dos hermanos mayores fueron a estudiar a Comillas. Tenga en cuenta que el coche de línea se cogía a nueve kilómetros del pueblo, a veces nevaba, etc, y era dura la vida en aquellos pueblos con tanta familia», argumenta Tomás Alonso, que no duda en calificar a sus progenitores de «verdaderos gigantes» por haber sabido criar a catorce hijos, a los que supieron transmitir la cultura del esfuerzo y del trabajo. Del seno familiar salieron un catedrático y un agregado de Latín, dos profesores de Lengua y Literatura de Secundaria, ambos doctores, una profesora de Educación Física de Secundaria, una abogada y una profesora de Primaria que no ejerció. Otros, como en el caso de Tomás, siguieron diferentes derroteros laborales. «Nuestra familia era la más numerosa de la montaña, aunque en el pueblo de Orones había una familia con un hermano más. Las familias en los años 50 y 60 contaban con muchos miembros pero la mayoría carecían de recursos, como cuento en los más de doscientos poemas de índole familiar que tengo escritos y que están inspirados en la grandeza que he observado en mis difuntos padres. Conforme te vas haciendo mayor vas volviendo a aquellos riachuelos de tu infancia y te vienen todos los recuerdos, que yo los cuento ahora de una forma diría que rudimentaria porque no soy un poeta ni lo he sido nunca», reconoce Alonso González, que entre sus recuerdos de infancia y a modo de simple anécdota destaca el hecho de que las seis hermanas hicieran la primera comunión con el mismo traje, al igual que los ocho hermanos, «que en aquellos tiempos sudores les costó a mis padres el conseguirlos», asegura.
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