Cuando era pequeño tenía muy claro quiénes eran las personas a las que me quería parecer. Con el paso del tiempo, lo que tengo cada vez más claro es a quién no me quiero parecer. Los ídolos se te van deshaciendo entre las manos, unos porque los conoces y te das cuenta de que no tienen nada que ver con lo que habías imaginado, y otros porque simplemente pierden el interés que te despertaban. Las decepciones se van acumulando hasta formar su propio catálogo. Por el camino van apareciendo otros referentes donde menos lo esperabas, gente que te enseña otros valores o, más bien, que te enseña cómo no perder los valores cuando pasan los años.
En mi caso, Toño Morala y Mar Ferreras han sido un hallazgo que, como tantos y tantos otros, le debo a Fulgencio Fernández. El orgullo de lo humilde, la clase obrera, la dignidad pese a todo, la fe ciega en la cultura como herramienta para los cambios que más necesita nuestra sociedad y la lucha contra el olvido de lo que fueron nuestros antepasados se concentran en las vidas de esta pareja de Mansilla de las Mulas contra la que se ha querido cebar el destino. Acostumbrado a doblegar voluntades y ánimos con sus tragedias, el que escribe la Historia no era consciente de la tenacidad de estos dos leoneses, que le plantan batalla diaria a base de versos, amor y una generosidad sin límites.
Dentro de unos pocos meses se cumplirán siete años del nacimiento de La Nueva Crónica. Fue un parto contra natura, cuando estaban cerrando periódicos por todo el mundo en general y por toda España en particular, con un ejército de agoreros anunciando un corto recorrido y sentenciando a muerte el papel antes de tiempo. Además de los agoreros, en los primeros pasos de este medio de comunicación nos rondaron también enjambres de oportunistas, propuestas que giraban en torno al ombligo de turno y muchas de ellas tan ambiciosas económicamente que sólo eran comparables con los egos de cada autor. Sorteando zancadillas fuimos consiguiendo colaboradores desinteresados que aportaran una visión más completa de esta provincia, que nos ayudaran a que los leoneses se comunicaran mejor entre sí, con su entorno, con su presente, su pasado y su futuro. Muchos de ellos, antes de empezar a enviarnos sus colaboraciones, preguntaban quién más formaba parte de la lista, los nombres que completaban un retablo en construcción, por ese eterno afán tan provinciano de compararse.
Cuando uno construye los cimientos de una casa que quiere que llegue muy alto no sólo hacen falta encofradores, sino también albañiles que le pongan ilusión. Fue el caso de Toño Morala. Desde el primer momento aportó todo lo que pudo sin pedir nada a cambio, como si tuviera miedo a molestar pese a que, en medio de la maraña de llamadas de la presunta actualidad, escuchar su voz era algo así como entrar en la unidad de respiro. Recuerdo que en algunas de las entrevistas que me hicieron en los primeros días que se publicó el periódico dije que mi intención era acercarlo a la gente, que ya se encargarían los políticos de acercárselo a sí mismos (la verdad es que no sé si el tiempo me ha dado la razón o todo lo contrario). Para esa misión contaba con ayudas que en un juzgado definirían como «colaboradores necesarios». Uno de los principales de todos ellos fue Toño Morala. Cada lunes, sin faltar a su cita, la sección de Culturas abría con un reportaje suyo en el que, por lo general, no había ninguna referencia a la actualidad, y seguramente por eso se hizo pronto un referente para muchos lectores, que encontraban en los textos de este poeta nacido en Villamoratiel de las Matas una ventana al pasado y, también, una válvula de escape del presente. «¿Cuándo se va a quedar sin tema Morala?», me preguntaban algunos, mientras él pasaba del tren-burra a las vidas de los locutores radiofónicos, la sagrada hora del vermú, la trilla, las gaseosas o la vaca mantequera leonesa. El repaso de aquella vida despertó el interés de muchos lectores, una prueba más que evidente de que la actualidad aburre cada día más y que aquellos objetivos de informar, formar y entretener que repetían machaconamente los profesores de la facultad de Periodismo no se conservan precisamente en el mismo orden.
Después de mucho intentarlo, de pelear durante años con ingenieros de la edición y la cultura, este domingo llega finalmente a los kioscos ‘Aquella vida. Los lunes de Toño Morala en La Nueva Crónica’. El premio, en realidad, no es para él, sino para los lectores, que tienen en un solo libro una selección de los mejores reportajes que ha publicado en este periódico, una panorámica cargada de sabiduría, a veces de nostalgia y siempre de gran humanismo sobre todo lo que han tenido que trabajar, cómo se han calentado, cómo se han entretenido, qué comían y con qué soñaban los que nos han traído hasta aquí. «No hay mejor recompensa que dejar hablar a los sabios»», escribe Morala a propósito de su libro, y añade que «una callada a tiempo es una victoria siempre para el respeto, su dignidad y el saber». Lo suyo ha sido siempre callar y respetar, trabajar sin más recompensa que compartir la cultura, la herramienta más poderosa de los pobres, defender el valor del sacrificio que muchos tuvieron que hacer para que otros disfrutemos de todo aquello que los más ignorantes desprecian, dejando de lado los egos y disfrutando de compartir conocimiento.
Este oficio tiene muchos días malos, sinsabores a veces forzosos y a veces forzados, pero publicar al fin el libro de Toño Morala, que ya es vigésimo de nuestra colección, es una satisfacción que hace que todo lo demás compense, porque acerca el periódico a la gente, lo aleja de los políticos y, sobre todo, por si algún día consigo parecerme un poco a él.
Toño Morala: retrato de un colaborador necesario
El próximo domingo llega a los kioscos ‘Aquella vida’, un libro, ya el vigésimo de nuestra colección, en el que se incluyen algunos de los mejores reportajes que ha publicado en este periódico desde hace ya casi siete años
22/07/2020
Actualizado a
22/07/2020
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