Pero todo ello casi carece de sentido sin Maxi explicándolo porque la ‘gran pieza’ del museo era precisamente Maxi y su prodigiosa memoria. «A las seis primeras locomotoras de vapor (del modelo 0-3-1 T) les pusieron los nombres de las provincias que atravesaba el tren: León, la número 1, Palencia, Vizcaya, Guipúzcoa, Burgos, Santander..., que eran 6 belgas pequeñas, de 1890. Después les pusieron otros nombres de estaciones: la 11 era Matallana, la 12 Sabero, la 14 Valderrueda. También les pusieron nombres de accionistas, como Alejandro Gandarias, después nombres de ríos: El Porma era la 23, la 24 el Esla, el Cea, el Carrión... » decía mientras señalaba las fotos en las que aparecían, para seguir diciendo de memoria, pudiendo llegar hasta más de cien. «Las recuerdo todas por su nombre».
Y es que Maxi era la propia historia de la Feve porque en su familia estaba escrita, ya que es difícil encontrar a otra familia conmás vinculación con el viejo tren Hullero, desde su construcción.
Maxi te recitaba de memoria los nombres de las más de cien máquinas, también las marcas, las veces que el tren se tumbó y los accidentes, con las fechas y nombres de los fallecidos Así lo recordaba Maxi, con la misma precisión que el resto de detalles vinculados al ferrocarril: «Mi abuelo fue el primero de la familia en trabajar para el ferrocarril, porque antes no había tren, ya que él acudió a la llamada de mano de obra para construir el ferrocarril.Cobraba tres reales, trabajaba de sol a sol y comía patatas con sebo. Después, como era buen obrero, trabajador y formal, ya se quedó en la empresa». Y después llegaron todos los demás miembros de la familia, incluidas las mujeres, como se recuerda más adelante.
Con la misma precisión que recordaba los nombres de las más de cien máquinas que tuvo la Feve —«a las últimas ya no les puso nombre», señalaba con cara triste, como si ya fuera un símbolo de la decadencia de la empresa— recordaba con exactitud las fechas de todo tipo de incidencias. Las veces que alguna máquina «se tumbó» —él jamás decía que volcaban— o los accidentes, recordando no solo la fecha, las causas y hasta los nombres de accidentados o fallecidos. «La 16 se tumbó en la entrada de Cervera, en el año 40, y se mató el guardafrenos, que venía en el furgón. Se llamaba Santiago Ferreras y era de Valmartino. El más gordo fue de La 18, que se tumbó en el Cabrio, en el 222, el día 29 de febrero del 44, que era año bisiesto, había una nevada grandísima y se mataron el maquinista y el fogonero, que era de Valmaseda; y la 20 se tumbó en Puente Almuhey el 25 de abril del 35, el día de San Marcos, que venían de la feria de Guardo. Se mató un fogonero de La Ercina y un tratante de ganado de La Sobarriba».
En fin, mil historias, no se le agotarían a la prodigiosa memoria de Maxi; pero sólo se trata de constatar la gran pérdida del museo porque nada será igual sin Maxi, el museo de Feve realmente era él.