Es sabido que, en ocasiones, una aspiración artística supera con creces a su consecuente reacción. Que, a veces, esa pulsión que aterriza en la vida de uno a modo de golpecito en la puerta, como queriendo decir «eh, que estoy aquí, ya puedes darle un sentido a tu existencia», no es más que eso: un golpecito que hace abrir una puerta al interior de uno mismo. Y, aunque se busque -se ambicione- un resultado de mayor envergadura -de tirada más amplia-, puede que esa pulsión no abra nunca una puerta al exterior y que su apertura sólo permita ver un recoveco de la mente de un individuo con necesidad de expresar sus emociones, su manera de entender la realidad.
También es bien sabido que los pajarillos -dicen algunos y ¡qué bonita metáfora!- que revolotean en las cabezas de los más jóvenes suelen ser mayor en número que los de quienes dejan reposar sobre sus hombros un cráneo más veterano en años de edad. Que su vuelo en la cabeza del joven suele ser más ajetreado, indeciso y sin fronteras aparentes.
La primera vez que Elio García salió a la calle para hacer sonar su guitarra fue con 19 años. Hoy tiene 36 y, desde entonces, su manera de entender el arte -y la vida- ha cambiado como cambia la temperatura estos días. Como cambia el curso de las corrientes de aire o la piel en la anciana que envejece; de forma natural.
– En su día, fue una mezcla de circunstancias personales y familiares por lo que empecé – recuerda de sus inicios en la música. – Tampoco fue nunca mi sueño ni yo tengo una mentalidad súper bohemia, ni hippie, ni nada de eso, que es la imagen que a veces se proyecta.
Una imagen proyectada y materializada en un cuerpo de treintañero con melena -ahora lleva el pelo corto- que sujeta su guitarra en un gesto leve, como si fuera una extensión de su cuerpo. Una imagen ya más adulta que acompaña a ese juicio de «bohemio» con el ocasional sombrero que Elio viste cuando toca en la calle los grandes éxitos de España.
– Pop-rock, Pereza, Antonio Vega… – enumera los artistas a quienes suele versionar. – Cuando toco canciones mías, saco mucho menos dinero que si toco ‘La flaca’.
Este músico callejero, que opina que «lo mejor y lo peor de tocar en la calle es la gente», confiesa que, si pudiera decidir no transitar las travesías con su sonido a pie de calle, lo decidiría sin dudarlo.
– A mí lo que realmente me gusta es componer en mi casa, hacer mis cosas – afirma como ya lo afirmaba en una entrevista cinco años atrás.
Últimamente, la manera en que Elio disfruta de la música es más bien íntima. Utiliza el término «eremita» para referirse a la percepción de sí mismo cuando baja, entrada ya la noche, a un sótano adornado con un piano, dispuesto a sumar a la decoración las notas que con él produce. Pues, por si no queda claro, este artista se defiende con ambos instrumentos.
– Realmente, empecé con el piano – dilucida. – En la calle es más fácil la guitarra.
Y, aunque tocar en la calle no es su único oficio, sobre si podría serlo responde sincero.
– Si trabajas mucho, sí. O si eres muy bueno; una de dos – dice. – Pero yo me considero del montón. Al final, la música, a parte de un arte, también es una expresión.
Y con la declaración demuestra la línea que marca entre el artista de obra reconocida y ese otro que obra para sí más que para el resto. Pero puede que el arte reconocido, consagrado y laureado lo sea porque se hace más para uno mismo que para los demás. Y puede también que haya arte en aquello que no goza de reconocimiento ni consagración.
– Supongo que, cuanto más joven eres, más flipado estás a veces – continúa – y más piensas que vas a llegar lejos y más ínfulas te haces.
Más joven, Elio creería que su sino debiera ser vivir de su pasión. Que dejar «relegada» su creación al espacio íntimo no sería distinto de desperdiciar esa alma de artista. Ahora, más cerca de los cuarenta que de los treinta, sus objetivos son algo diferentes y, entre sus planes, tiene claro el de convertirse en policía nacional.
– He hecho otras cosas, he trabajado de otras cosas, pero, al final pasa el tiempo y quiero tener una vida un poco más estable – expresa con actitud solemne, – como supongo que todo el mundo quiere al hacerse mayor.
Lejos de caer en debates sobre «éxito o fracaso» -tan asociados a la producción artística y tantas veces vacíos de significado-, Elio no titubea al confesar que disfruta su música sin demasiadas pretensiones. Y disfruta, no sólo de la suya, también de toda la demás; deambulando entre géneros tan dispares como el rock y el reguetón o entre las letras de Bob Dylan y las de C. Tangana. Este verano, disfruta de la realidad melódica con la orquesta Vermut Mamut, con la que trabaja.
– Estoy de técnico de luces – explica y añade que, otras veces, ha sido uno de los miembros de la cara visible de la agrupación. Una más de las piezas a la vista en el escenario. – Si fueran mis canciones y mi proyecto, me gustaría más estar encima. Pero yo siempre he pensado que el tiempo es finito y todo el tiempo que dedico a cosas que no son mías es tiempo que pierdo en hacer mis cosas.
Elio no sólo dedica parte de su tiempo a la creación musical. El leonés divide esa fuerza que hace pasar los minutos, los días y los años en varios fragmentos. Como si fueran los trozos de una pizza. Uno para tocar, otro para componer, otro para trabajar; pero para dibujar, por ejemplo, también hay porción.
– Tengo una serie de dibujos animados muy básica: ‘El show de Joe Lanegro’ – suelta. – Ahora tengo un proyecto que seguramente nunca acabe: una película de animación más elaborada – su expresión es risueña. – Mi madre era pintora y, bueno, un poco de ahí mamé.
Las animaciones de la serie, como el montaje de sus vídeos, son todos del puño y letra, de la creatividad de Elio. Su alter ego de «youtuber», Eliowulf, esconde entre sus redes varios capítulos de la serie, igual que las canciones ya compuestas y publicadas, cortesía de su pulsión.
– No sé cómo se dice – y añade una frase apenas audible por el ruido del derredor.
A pesar de la -momentáneamente- disfuncional grabadora, la intuición permite descifrar sus palabras.
– Aprendiz de todo, especialista de nada – ¡Y qué razón tenía Raphael!
Este constante aprendiz invierte su tiempo en diversas y distintas ramas artísticas por el placer de crear. Lo hace sin menospreciar las otras, dejando claro que su opinión no pasa por mirar por encima del hombro a quienes cultivan géneros diferentes a los suyos. En su visión personal del mundo del arte, hay espacio para todo tipo de creadores.
– Lo de la suerte es muy complicado. Siempre hay trabajo detrás – señala. – Creo que lo que le falta a veces a muchos músicos es cierta humildad. Yo siempre pienso que, si alguien ha llegado a algún sitio, tienes que analizar por qué ha llegado.
Se refiere a los éxitos comerciales de cantantes actuales que poco tienen que ver con las letras de aquel estadounidense, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2016. Lo cierto es que, a pesar de ser un acérrimo seguidor de Bob Dylan, Elio se maneja últimamente en los terrenos musicales más modernos.
– Medio electrónica, medio reguetón – remacha. – Con bases en el ordenador que compongo yo y eso.
Y es que este polifacético Elio tiene una teoría clara respecto a los géneros musicales.
– El trap, para mí, es el punk de ahora – reflexiona. – Y el reguetón es el blues. El blues en el sentido primigenio – y menciona el delta blues, con guitarras y armónicas que consiguen ritmos lentos y pasionales.
Habla de la evolución de la música y del empeño de algunos por aferrarse al arte de tiempos más remotos, quizá por aquello de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», que rezaba Manrique. Elio se confiesa admirador de mezclas, de cambios y evoluciones, quizá siguiéndole la corriente a Nieves Concostrina, que versiona -como si fuera una versión de las de Elio- al poeta prerrenacentista con su «cualquier tiempo pasado fue anterior».
– Siempre he pensado que el artista, sea bueno, sea malo, sea horrible o sea genial, tiene que hacer lo que quiere – lo dice sin titubear.
Aun así, a pesar de que se presta a la escucha de nuevas creaciones sin intención de juzgar ni menospreciar, conserva entre su esencia unos gustos que ya lleva de serie.
– Bob Dylan, Zeppelin y los Doors y con eso podría irme a una isla desierta.
Así zanja Elio García sus palabras. Un artista en constante aprendizaje, en continuo y diverso proceso de creación. Un leonés que parece llevar por bandera eso de «vive y deja vivir». Un treintañero que inspira con sus declaraciones una premisa que quizá todos debamos seguir. Que todos, como Elio, hagamos y dejemos hacer. Sin superioridades, sin esnobismo; solo el insaciable intento de comprender lo complejo de la realidad que nos rodea.