A veces el archivo fotográfico de nuestro Fernando Rubio, con imágenes para cada lunes del año, se convierte a su vez en ‘noticia y testimonio’. Los años setenta ya son, muchas veces, otra historia muy diferente ala que vivimos en la actualidad.
Ocurre esta semana. Un nombre lo aclara todo: Riaño. Hablar de Riaño y su valle e irnos hasta los años setenta nos lleva a otra historia muy diferente, como vemos en las fotos. Nos lleva a un viejo pueblo de montaña, lleno de vida y tradiciones, pero con la sombra amenazante de un enorme muro como telón de fondo de las imágenes. La sombra de ese pantano que parecía haber caído en el olvido pero solo estaba latente, década y media después iban a resucitar la amenaza, el pantano.
De las dos realidades tiene testimonio gráfico Fernando Rubio. Y nos lo envía. Las fotos del viejo pueblo llenas de flores y color, con espectaculares montañas en el fondo. Las de la presa en blanco y negro, a palo seco, sin horizonte.
¿Un mensaje subliminal, casualidad o simplemente coincidencia?
Ahí queda. Lo que sí ‘celebra’ Fernando es no tener que haber vivido aquellos sucesos del cierre y prefiere tener en la retina estas imágenes en color de un precioso valle, seguramente el más emblemático de la montaña leonesa, especialmente hablando de ganadería.
Para explicar sus sentimientos sobre el Riaño actual acude a las palabras de Julio Llamazares, que aunque se refieren el pantano de Vegamián son perfectamente válidas para el recuerdo de Riaño. «Ahora (Vegamián) es un pueblo que descansa, quieto y mudo, entre meceres calmos».
Sirven las palabras sobre Vegamián para Riaño —por cierto hay una interesante exposición sobre Vegamián en el Museo de los Pueblos Leoneses de Mansilla— y también servirían para otros muchos lugares pues, recuerda Fernando Rubio, «hay en España hay más de 500 pueblos sumergidos bajo las aguas de diferentes pantanos. Cada uno con su historia, con sus particularidades. Un éxodo dramático que permanece, en demasiadas ocasiones, oculto».
¿Y olvidado? En algunas ocasiones muy cerca del pueblo anegado se construyó un pueblo nuevo, a veces con el mismo nombre y al que añadían el apellido de Franco, para alimentar el ego del dictador, pero no fue el caso de Riaño pues ya había fallecido Franco cuando se reanudó su cierre.
El nuevo pueblo se llamaba nuevamente Riaño pero recuerdo que cada vez que en La Crónica aparecía este nombre inmediatamente llegaban algunas cartas pidiendo que «se le llamara, como mucho, Nuevo Riaño pues ese pueblo no era Riaño, un pueblo no renace, y la esencia del viejo no está en el nuevo». Incluso sugerían la posibilidad de hacer un reportaje con vecinos del Riaño anegado que no habían querido regresar al nuevo, «porque no es su pueblo».
Y cada vez que aparecía el titular «Riaño vive», muy recurrente en prensa, los mismos remitentes enviaban la más breve carta que se recuerda y que era solo una pregunta: «¿Riaño vive?».
El debate sigue, para siempre, pero el nuevo también es evidente que sigue su andadura, que se ha convertido en uno de los destinos turísticos preferidos de los leoneses, buena prueba es un reciente festival con miles de asistentes, el éxito del columpio y un largo etcétera.
¿En Riaño, en el Nuevo Riaño? Cada cual mantiene su idea, muy ligada a sus sentimientos.