La oropéndola es una de las más bellas aves, pero también de las más esquivas. Poca gente conoce a este curioso animal, aunque su bello y aflautado canto no pasa desapercibido, sobre todo a los que frecuentan sotos o bosques de ribera. Y es que al pasear por cualquier chopera al lado de cualquiera de nuestros ríos, nos llamará profundamente la atención ese sonido tan llamativo. Sin embargo localizar al autor del mismo no es tarea fácil, y la mayor parte de las veces solo una sombra parece moverse en las ramas más altas de los chopos.
El macho de oropéndola luce un plumaje de un color amarillo intenso y negro, que recuerda a aves exóticas de otras latitudes. Llegan a nuestra provincia a primeros del mes de mayo procedentes de África, e inundan con sus cantos los bosques caducifolios de ribera y muchos parques como es el caso del Parque de Quevedo de la capital. Muy territoriales, defienden con bravura de otros machos la zona elegida, a la espera de que las hembras, que llegan un poco más tarde de su viaje migratorio, les elijan y formen con ellos pareja. Las hembras son menos vistosas, y lucen un color más verdoso.
El nido lo construyen en una horquilla inaccesible en lo alto de una rama lejos de miradas indiscretas. Las fotografías que ilustran este artículo fueron tomadas gracias a la instalación de un sistema de andamios de unos doce metros, a la altura del nido en lo alto de un roble. El aguardo en lo alto de la torreta, se movía constantemente por la acción del viento, y al bajar el mareo me duró un buen rato.
El macho colabora en la incubación y en la alimentación de los pollos mediante el aporte de insectos a la hembra que lo distribuye entre las crías con una suavidad y ternura increíbles. Esta ternura contrasta con su carácter agresivo con otros machos y otras especies, incluso de mayor tamaño.
Los pollos de oropéndola son nidófilos, esto es, abandonan el nido nada más que pueden, normalmente a las dos semanas de nacer, permaneciendo en ramas próximas a él, donde son alimentados hasta su emancipación.
Una característica muy curiosa de la oropéndola, es que casi nunca se posa en el suelo. Incluso bebe las gotas del rocío o de la lluvia de las hojas, evitando en la medida de lo posible bajar a tierra. Eso dificulta a los fotógrafos la tarea, aunque su pasión por ciertos frutos rojos como cerezas o por los higos, o las uvas, las hace descender no sin poco esfuerzo a una altura razonable para poder fotografiarlas.
Una belleza invisible
La oropéndola es un ave de carácter esquivo pero con un canto muy fácil de escuchar e identificar
25/07/2018
Actualizado a
18/09/2019
Lo más leído