El pasado día 25 y tras una larga enfermedad que sin embargo no le impidió seguir tocando en las más importantes salas de concierto del mundo, fallecía en su ciudad natal quien fue la referencia universal del s.XX y lo que va del XXI, de Mozart, Schubert y Beethoven. Alumno de
Edwin Fischer, del que adquirió su estilo y elegancia en la ejecución de los grandes compositores alemanes y austriacos como Bach, Schubert, Mozart o Beethoven,
Paul Badura-Skoda se convirtió gracias a sus enseñanzas en un exigente musicólogo y en un abanderado de la interpretación musical historicista.
Los leoneses le deben a la
Fundación Eutherpe, presidida por
Margarita Morais, amiga y protectora de este genial maestro, el privilegio de no sólo poder seguir en cuatro ocasiones sus lecciones magistrales para jóvenes pianistas en la citada fundación sino de escucharlo en el
Auditorio Ciudad de León, en dos ocasiones con un Schubert y un Mozart, de otra dimensión. Sus más de 200 grabaciones de ellos con sus sonatas completas, tanto en pianos modernos como en pianofortes de su época que él mismo aportaba de su colección privada, son ya parte de la historia del pianismo actual.
Badura tocó bajo la batuta de los más grandes directores del pasado siglo, como
Furtwängler, Szell, Knappertsbusch o
Karajan, quien le respetaba hasta el punto de permitirle retrasar un concierto en la Filarmónica de Berlín con tal de dejarle acabar su partida de simultáneas de ajedrez con
Capablanca. Badura-Skoda era Caballero de la Legión de Honor y Comandante de la Orden de las Artes y las Letras en Francia, además de portar la Cruz de honor austriaca en ciencias y arte y la Gran Condecoración de Honor de la República Austriaca. La pérdida de un hijo fue un hecho traumático del que tardó tiempo en recuperarse. A lo largo de esos 70 largos años de actividad concertística, Badura-Skoda deja un legado de más de doscientas grabaciones, incluidas las integrales de sonatas para fortepiano de Mozart, Beethoven y Schubert.
Maestro de ajedrez
Una faceta muy poco conocida del llorado pianista es su alto nivel ajedrecístico, hasta el punto de haber jugado con los campeones del mundo del siglo pasado como Capablanca,
Lasker o
Alekhine, y con los actuales como
Fischer, Bronstein, Petrosian, Karpov, y derrota ante
Kasparov. Su afición por el juego era tal que cada vez que venía a León (cuatro) se encerraba con quien esto escribe en su habitación del hotel para analizar juntos hasta la extenuación variantes concretas de aperturas que le entusiasmaban. En 2007, la última vez que nos visitó a poco estuvo de llegar media hora tarde al concierto debido a que un final de partida se le resistía y necesitaba su tiempo para concluirlo. Su habitación era más el estudio de un gran maestro en vísperas del mundial que el lugar de descanso de uno de los pianistas más grandes de la historia. Sobre la cama revistas de ajedrez, libros de finales encima de las sillas, las últimas noticias del mundo escaqueado en varios periódicos austriacos, ingleses y españoles y señoreándolo todo su precioso tablero de viaje de madera taraceada que es una joya del arte nazarí. Durante el trayecto en taxi al Auditorio, Badura seguía analizando de memoria la posición y cuál sería mi sorpresa cuando al llegar a la sala sinfónica donde ya se había hecho el más absoluto silencio me dice: «no te vayas. Colócate entre bastidores así cuando llegue el descanso analizamos con mi tablero portátil que llevo encima» y sin más preámbulo metió su mano en el bolso interior de la chaqueta y me mostró un viejo y usado tablero de bolsillo, curtido en mil batallas y ahíto de una sabiduría centenaria, al tiempo que con sonrisa pícara me espetaba: «si logro colocar mi torre de a4 en a6, creo que puedo comenzar a tocarte el
Totentanz de Liszt, (una suerte de paráfrasis sobre el Dies irae.) Cuando llegó el descanso, salió raudo hacia bambalinas y sin pestañear sacó su tablero miniatura y colocó como un relámpago la posición. Lo cierto es que los 15 minutos volaron y el timbre sonó, Badura cerró el tablero, me lo dio y casi al lado de la boca de cortina me espetó: «Ah, y no vale mirar ni analizar la posición hasta que acabe. Solo daré una propina», pero tuvo que dar tres. Así era este genial intérprete, una persona íntegra, cariñosa y humana que ahora está ya creando maravillosas simetrías con los amigos que le precedieron. Gracias maestro por tu tiempo y tus enseñanzas.