En 2025, el Royal Ballet celebra el 60 aniversario de uno de los mayores éxitos de la compañía: Romeo y Julieta, de Kenneth MacMillan. Allá por 1965, el escocés (1929-1992) adaptó a la danza el trágico romance de Shakespeare, que nunca se había bailado en Londres. Tras el fulgurante estreno (40 minutos de aplausos, 43 subidas de telón), se convirtió en un clásico instantáneo, representado en más de 500 ocasiones.
Desde su enfoque realista y su claridad narrativa, indaga en la pasión, el dolor y la desesperación a través de cuatro pas de deux fundamentales, columna vertebral de la obra: el flechazo de los amantes de Verona, la escena del balcón, la despedida al amanecer y la muerte, desoladora, cuando él levanta el cuerpo inerte de ella y bailan. Para la escenografía de época, preciosista y pictórica, su fiel Nicholas Georgiadis se inspiró en el clasicismo monumental de Zeffirelli.
Cines Van Gogh retransmite desde la capital británica Romeo y Julieta el sábado 22 de marzo, en una reposición de la retransmisión en directo del jueves 20, apenas dos días antes. Como protagonistas, dos estrellas actuales de la compañía, Fumi Kaneko y Vadim Muntagirov, que toman el testigo de otros dúos míticos como Nureyev-Fonteyn o Seymour-Gable.
El ruso (1990), prodigio de virtuosismo, precisión y condición física, estudió en la Royal Ballet School. Tras pasar por el English National Ballet, Muntagirov lleva desde 2014 encarnando a todos los príncipes del repertorio (Albrecht, Siegfried, Florimund, Désiré, Rudolf…), que le han valido los Premios de la Crítica en 2015 y 2018 y el Benois de la Danse en 2013 y 2018. Por su parte, la japonesa (1992), formada en Osaka, ganó la medalla de oro en el certamen internacional de Varna (2008), y la de plata en Moscú (2009). Al año siguiente, se incorporó al Royal Ballet, donde ha ido ascendiendo progresivamente hasta que en 2021 la nombraron solista principal. La finura y sensibilidad de Kaneko han despuntado en papeles como Kitri, Manon, Cenicienta, Odette o Aurora, y el Critics’ Circle le concedió su premio nacional de 2023.
La gestación de este ballet comenzó en 1956, cuando la gira del Bolshói recaló en Londres, que por primera vez asistía a una coreografía sobre Romeo y Julieta, la de Lavrovski. La responsable de la compañía, Ninette de Valois, quiso sumarla al repertorio en 1964, coincidiendo con el cuarto centenario de Shakespeare, pero la URSS negó los permisos. Por eso encargó a MacMillan una nueva obra original a partir del mismo tema.
El creador de Manon y Mayerling concibió imponentes escenas colectivas, dúos exuberantes, exigentes en lo técnico y llenos de carga erótica, y presentó a dos protagonistas muy creíbles. Su naturalismo implica que los bailarines nunca hacen poses ni saludan los aplausos. La propia Julieta entra en el baile (¡que se celebra en su honor!) discretamente, mientras Romeo se queda congelado. Eso sí, los pasos de ella van reflejando cada vez más confianza, en una evolución psicológica: de niña obediente a mujer rebelde que toma decisiones.
MacMillan, igual que las versiones de Lifar (1955), Ashton (1955) o Alicia Alonso (1956), mantuvo la música de Sergei Prokofiev, célebre por la siniestra Danza de los caballeros. El compositor ucraniano (1891-1953), niño prodigio, pianista superdotado, autor de conciertos, sonatas, sinfonías y óperas, la compuso por encargo en 1934 para el teatro Kirov -hoy Mariinsky- de San Petersburgo. Después de que la criticasen por su extensa duración y complejidad rítmica, revisó la partitura y redujo los 52 números a 14, que publicó por separado en tres suites para orquesta sinfónica. Poco a poco se empezaron a interpretar en concierto, con una acogida favorable. El ballet como tal no vio la luz hasta 1938 en Brno (República Checa). Hoy aún nos impactan sus melodías imprevisibles, sus cambios de dinámica, su armonía disonante, su tono menor y oscuro, su expresividad, su abundancia de vientos metales y el dramatismo de sus temas.