Valentín Yugueros, entre libros, virutas, barro y esquirlas pétreas

Por Gregorio Fernández Castañón

30/05/2024
 Actualizado a 30/05/2024
El artista con su gato; imprescindible ser vivo para acompañar los días. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
El artista con su gato; imprescindible ser vivo para acompañar los días. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Valentín Yugueros se refugia en su finca de Marialba de la Ribera para ver crecer los nogales, alimentar el gato, regar las flores y hortalizas, beber el agua fresca del manantial que nace bajo sus pies y, si procede, tomar el pulso al sol y copiar su brillo. A veces le da por escudriñar en su propio arroyo el avance y crecimiento de los cangrejos, que él mismo ha dejado allí y alimenta, y está pendiente del vuelo de los pajarillos que, una vez más, han vuelto a ocupar los nidales de años atrás.


–Mira –me decía–, cuando planté este nogal, era un poco más grueso que el mango de una escoba y… Míralo ahora. 


Y entonces, aquel día, entre nosotros creció, si cabe, un poco más la complicidad, sin llegar, eso sí, a sobrepasar la sombra del enorme nogal que nos cobijaba de un sol radiante.


–Cuéntame, Valentín…


Y Valentín, en un alarde de sinceridad, me miró y, sonriendo, me dijo: «cuéntame tú, que para eso eres un buen escritor. Aunque… Ahora que me acuerdo: espera un momento… ¡Ven!». 

 

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Valentín Yugueros, entre virutas, barro y esquirlas pétreas. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN 

Y se levantó, abriéndome el paso para llegar a su deseado «fin»: el taller que, todavía hoy, continúa abierto por «exceso de actividad». Entramos. Y bajo aquel techo, de pronto, sentí un silencio similar al de un monasterio medieval de clausura, a pesar de las decenas de ojos que, en medio de una penumbra inventada, nos miraban con sus pupilas de escayola, de madera, de resina, de piedra, de mármol o con el alma que solo son capaces de llevar el óleo y las acuarelas al entramado de un lienzo, cartón o tabla.


–Mira. Quiero que veas lo que guardo aquí (en una alta estantería) como un tesoro.


Y lo que me enseñó Valentín fue mi libro El León de mi tejado. Libro que, de inmediato, se puso a ojear, mientras que, al mismo tiempo, sus palabras las rubricó, tal vez, con una sinceridad que me sonrojó:


–Lograste con él romper moldes. Hiciste una gran joya.

–Es posible, amigo Valentín –le repliqué–, pero me vas a perdonar: yo, hoy aquí, no he venido a hablar de mi libro. Aunque… 


Ahora que lo pienso, la causa principal de nuestra amistad se lo debemos a ellos: a los viejos libros, a los pergaminos y legajos a su cargo, cuando actuaba y vivía de ello como bibliotecario del Instituto Leonés de Cultura. Allí fue donde le conocí y le recuerdo con su amabilidad y aquella sonrisa tan característica que jamás escondía. Y de aquello hace ya tantos años que… No quiero sentirme viejo. Siempre que acudía a él encontraba una respuesta a mis preguntas y curiosidades. Es más: desde el primer momento me fascinaban las piezas escultóricas que tenía allí, en su despacho, realizadas por él. Y había una en concreto (el rostro de un joven ¿indio?, con un águila) que… terminé adquiriéndola por varios motivos: porque era (y sigue siendo) una maravilla y, sobre todo, porque estaba (está) hecha con la piedra de miles de años a sus espaldas (una estalactita o estalagmita –no sé yo muy bien–) que consiguió descubrir a la orilla de uno de nuestros ríos trucheros: el Torío.


Recuperados la respiración y el pulso de admiración mutua, le volví a «sentar», no sin esfuerzos, a la sombra del nogal.


Valentín Yugueros, de profesión escultor (sobre todo), nació en el año 1941, y sus padres, a su lado, tuvieron que alimentar once bocas más, aunque –¡Dios mío!– una de ellas se fue en busca de otra dimensión demasiado pronto.


–Dime cómo empezó todo.

–Pues… de forma casual. Mi vocación artística comenzó con una navaja en la mano, mientras ayudaba a la familia en las labores de pastoreo. Un palo, una raíz y mi navaja. Suficientes materiales y medios para asegurarme una buena y larga distracción. Me gustaba tallar filigranas o realizar pequeñas figuras. Más tarde descubrí el yeso y el barro, con los que hacía bustos y hornacinas. En realidad, mi suerte cambió cuando, siendo un mozalbete, acudí a realizar una obra de albañilería a la dehesa ‘La Cenia’, en Villomar, propiedad de Catalina Fernández –esposa de Víctor de los Ríos–. Allí me encontré con el artista por primera vez, quien me sugirió que solicitara como destino, para cumplir con mi entrada en la mili, el Servicio Topográfico, en Madrid. Así lo hice, y entonces tuve la oportunidad de trabajar en su taller durante cinco años: los tres que pasé en el Ejército y dos más estando ya licenciado. En su taller fue donde aprendí realmente el oficio. Más tarde, de regreso a León, tuve la ocasión de opositar como funcionario para la Diputación, donde tú me conociste. Pues bien, siendo presidente de la Diputación Antonio del Valle Menéndez, me concedieron una beca para asistir, en Roma, a la Escuela Española de Bellas Artes y a la Escuela Italiana. Un año interesante que, junto a otro escultor leonés –Laureano Villanueva–, supe aprovechar.

 

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‘Tierras de León’, el boceto de una escultura que pudiendo ser no fue. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Y de aquel «aprovechamiento», León y provincia disponen de más de cincuenta obras públicas realizadas por este dios transformador de la materia. Un largo listado que se me antoja interminable. Y por eso enumeraré algunas de las más importantes: Fray Bernardino de Sahagún (1966) –en piedra de Boñar, de dos metros de altura–; busto del obispo Almarcha (1967), para el Palacio Episcopal; escultura de Juan Quiñones de Guzmán (1972); altorrelieve de Concha Espina, para Castrillo de los Polvazares; la Virgen del Camino (1983) para la explanada del santuario; la Virgen del Camino, para León de Guanajuato, México; busto del rey Juan Carlos I, para el Gobierno Militar, y el de la princesa Sofía para el Hospital Provincial de León; el pozo del patio central de la Diputación y toda la heráldica del palacio o, en fin, el homenaje al peregrino, ya nombrado, en Reliegos.


Valentín Yugueros y otros importantes «maestros» firmaban las obras que, se suponía, había realizado Víctor de los Ríos. Por conocida, pongo un único ejemplo:


–En realidad, Valentín, ¿quién hizo la escultura del ‘Quijote Pensante’, instalada actualmente en la Universidad de León?

–¡Uf…! Esa es una larga historia. Bajo la presidencia de Emilio Hurtado, esa escultura se hizo pensando en instalarla en el patio del Hospital Psiquiátrico de León. ¿Me creerás si te digo que el maestro Clemente Díez se inspiró en mis propias piernas, al desnudo, para hacer el primer boceto? Pues fue así. Tras su aprobación, el cuerpo del Quijote lo hizo el propio Clemente y las piernas las hice yo. Después unimos las dos piezas y… obra terminada. 


–¿Cómo? 


No quiero, hoy, buscar la polémica entre las virutas o el polvo de una obra artística. Lo que pretendo es dar voz y vida a la obra de un gran escultor (Valentín Yugueros), tal vez, uno más de los grandes desconocidos de… León. Tierra que no sabe amar a los que la aman y por donde habitan los hombres y mujeres «críticos» sin reconocer sus propios pecados, sus propios defectos…


Valentín Yugueros sabe muy bien distinguir la letra «o» del «cero». Y por eso le escuché y ahora le alabo:


–Creo que la escultura de don Pelayo, en el Arco de la Cárcel –réplica que, por su gran deterioro, hice en el año 2006– era, en realidad la Dama de Arintero. La  escultura original del año 1759 se retiró en el año 2000. Y yo, claro, al estudiarla, comprobé que su cuerpo era, más bien, el de una mujer. 


–¿Cómo?

–Lo que oyes. La original –tal vez de otra época– tenía un pecho excesivo y una cadera muy ancha, como… de mujer. No sé, insisto. Pero sospecho que, en su momento, bien pudo representar a la Dama de Arintero. No hay que olvidar que la instalación de esta escultura, junto a otras 107, relativas a reyes y personajes históricos, estaba prevista para adornar el Palacio Real y su entorno. Como allí ya había suficientes, decidieron enviar a las respectivas provincias algunas que tuvieran relación con ellas, y… De ahí que yo sospeche y diga lo que digo.


Es curioso. Me encanta hablar con personas tan peculiares como Valentín Yugueros. Con él, la historia puede cambiar y, de hecho, es necesario que así sea. Al pan, pan y al vino, vino. Es necesario conocer la verdad y elevar a los altares a las personas que se lo merecen. Valentín Yugueros, en León, debería estar en el pedestal más alto. Es de justicia. 
 

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