Ventajas de hacer reiki

José Ignacio García comenta la novela de Lorenzo G. Acebedo 'La santa compaña'

José Ignacio García
29/06/2024
 Actualizado a 29/06/2024
Detalle de la portada del libro. | TUSQUETS
Detalle de la portada del libro. | TUSQUETS

‘La santa compaña’
Lorenzo G. Acebedo

Tusquets Editores
Novela
304 páginas

19,00 euros

 

Cuando estoy muy estresado me invade una desazón que tiene mucho que ver con que todas las legiones de hormigas que procesionan en fila de a dos por el planeta se congreguen en el interior de mi cuerpo para celebrar el día de sus fuerzas armadas con un desfile multitudinario y desalentador.


Así me sentía esta mañana, con un remusguillo que me entraba por los pies y se expandía hasta los folículos pilosos de mi cuero cabelludo que dejaron de funcionar cuando empecé a trasegar, un día sí y otro también, docena y media de pastillas para la diabetes, la circulación, el colesterol y el «porsiacaso», que es algo que solo mi médico de cabecera, que es muy previsor, sabe lo que es y cómo se combate.


Tenía que ver mi desasosiego con la pila de lecturas pendientes que arrastro desde hace meses, principalmente porque la primera mitad de este año, que ya nos hemos zampado sin apenas enterarnos, ha sido fecunda en acontecimientos organizativos que han secuestrado casi toda mi atención y han sofocado de forma irreversible mi adicción lectora.


En cualquier caso, tanto ir de acá para allá, tanta presión, tantos cabos que atar en tantos lugares, me ha privado de lecturas muy necesarias, lecturas que se han quedado obsoletas porque, en este tinglado editorial que nos apabulla sin piedad, un libro publicado (vamos a poner) hace seis meses se ha convertido ya en un resto arqueológico de los que Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro, Eudald Carbonell y sus huestes escarban en Atapuerca.


En esas estaba, en actualizar el escrutinio de mis lecturas pendientes, cuando ha llegado la cartera con un nuevo paquete, uno más que sumar a la lista. Otro de Tusquets, he pensado, al ver el emblema en la esquina inferior del anverso, y yo sin leer (entre otros muchos de otras castas y procedencias) el último ensayo de Eugenio Fuentes, la novela del año de Landero y la presunta nueva joya de Gonzalo Hidalgo Bayal –qué trío de ases extremeños, por cierto–.


Desbordado por la presión y por las maniobras militares de las hormigas en las catacumbas de mi organismo he llamado a Consuelo –qué nombre más pintiparado–, mi equilibradora de energías y humores, y le he pedido hora para que me diera una sesión de reiki que alineara mis chacras y fumigara una buena rociada de insecticida antihormigas en mi anatomía subterránea.


Me ha dado cita justo antes de escribir esta reseña. Y en esas horas, devorado por la curiosidad y la impaciencia, y saltándome órdenes de preferencia y listas de espera, me he metido entre el abdomen y las cervicales la nueva (e inesperada) novela que protagoniza Gonzalo de Berceo, y que sigue la estela de la exitosa ‘La taberna de Silos’, que tanto me gustó el año pasado.


Mucho me temo que la secuela –anunciada como ‘La santa compaña, serie Gonzalo de Berceo 2’– amenaza con tener vocación de continuidad mientras el filón siga produciendo beneficios, por mucho que la rapidez en la publicación y la pérdida de intriga detectivesca, de capacidad argumental y de tensión narrativa aflijan el resultado final. Eso sí, puesto que la historia atrapa, se deja leer de un tirón y pone de actualidad –ambientados en el medievo jacobeo con buen humor y desparpajo– temas como la homosexualidad monástica, la lujuria clerical, el levantamiento de un convento de freilas clarisas contra su obispado o los celos de Alfonso X contra el propio Berceo, pues los lectores la disfrutarán durante sus vacaciones, la mar de entretenidos, mientras restañan sus heridas laborales tumbados en una hamaca, al borde del ídem.

 

Eso es todo lo que me ha dado de sí el asunto. Ni siquiera me ha dado por pensar esta vez quién puede esconderse tras el pseudónimo que disimula la identidad del autor (o autores, si estuviera perpetrada por varias manos). Lo que sí tengo claro es que este artefacto editorial, que convierte la excelente literatura que prometía ‘La taberna de Silos’ en un producto mercantil bien redactado y de fácil y amplio consumo, no puede haber manado de la pluma que yo atribuí osada y erróneamente a un presunto culpable del manuscrito original, que sí era canelita fina. Incienso de botafumeiro sin adulterar.

 

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Portada  de 'La santa compana' de Lorenzo G. Acebedo | TUSQUETS

Hacer reiki tiene muchas ventajas, y si lo da Consuelo, aún más. Ya no tengo hormigas recorriéndome el cuerpo, ni una humillante sensación de culpabilidad por no haberles recomendado libros de los que, sin duda alguna, merecía la pena hablar mucho más que el que hoy (telegráficamente) nos ocupa.


He sopesado los consejos de mi gurú espiritual y he aceptado sin remordimientos que tengo que dar carpetazo a mi retraso libresco, actualizando mis lecturas pendientes. Así que he asumido que no voy a recomendarles (pormenorizadamente) libros de relatos magníficos –acaso memorables– como ‘Cadillac Ranch’, de Antonio Tocornal, o ‘Plegaria para pirómanos’, de Eloy Tizón, o ‘Todo tan fugaz’, de Ernesto Calabuig. Tampoco voy a reseñar el muy edificante ensayo sobre novela negra de Eugenio Fuentes (ese del que les hablaba al principio, publicado por Tusquets) ni la novela de Landero ni ‘Los que escuchan’, de Diego Sánchez Aguilar –uno de los grandes títulos que dejó el fin de año pasado–, ni los ‘Castillos de fuego’, de mi tocayo Martínez de Pisón, ni la última de Muñoz Molina ni ‘Los chicos tuertos’, con la que Rocío Lardinois ha ganado el premio Fernando Quiñones de novela, ni las ‘Yeguas exhaustas’, que revelan a una Bibiana Collado de pura raza, ni acaso (o quizás sí) el ‘Elogio de las manos’, de Jesús Carrasco. Pero me resisto a no escribir en breve sobre ‘Arde ya la yedra’, esa novela de Gonzalo Hidalgo Bayal, que es un palíndromo en su título y que veremos si está a la altura de aquella ‘Paradoja del interventor’ que me descubrió a un genio de nuestras Letras.


He salvado de la quema algunos títulos: ‘La muñeca’, de Aida Sandoval, el marmóreo mastodonte de Juan Manuel de Prada, que augura paladear de nuevo la literatura prodigiosa que destilaba ‘Las máscaras del héroe’, o ‘Voces desde el fondo’, del burgalés Mateo Martínez Martija, y ‘Ser de fuera’, de la vallisoletana Raquel Delgado. Dos ejemplos juveniles de que la narrativa castellana y leonesa tiene futuro. También he pensado en hacerle el boca a boca, si no se me ahoga esperando, a ‘Un hombre bajo el agua’, de Juan Manuel Gil, porque sus anteriores novelas –sobre todo ‘Trigo limpio’– me cautivaron y divirtieron a partes iguales, y he leído justo hace un instante, antes de empezar a escribir (mientras me empezaba a despabilar de los placenteros efectos narcóticos del reiki), el primer párrafo de ‘Polilla’, de Alba Muñoz, y ese inicio puede convertirse en premonición de una lectura que quizás merezca la pena.


Y según termino de disipar la nebulosa modorra provocada por pasarme una hora tumbado en una camilla, inmóvil, con los ojos cerrados, escuchando rumores de agua, el tintineo de almireces de bronce y deslumbrado por fogonazos de luz morada o azul o verde, caigo en la cuenta de que mi operación bikini literaria ha mermado mucho los rascacielos de libros que amenazaban con derrumbarse sobre mi osamenta y, al mismo tiempo, me ha servido para elaborar, sin proponérmelo, una lista de lecturas nacionales muy recomendables para este verano. Aunque ustedes están en su derecho -solo faltaría- de no hacerme caso y de incluir en su mochila de piscina o en su maleta playera ‹‹La santa compaña›› o cualquier «bestseller» que les haga más llevaderos los rigores caniculares.


Y, mientras sigan leyendo, me parecerá bien.
 

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