El mundo va creándose con el tiempo sobre los restos de un pasado añejo y construyéndose sobre la historia que nos define como humanidad. Cada época va sedimentándose paulatinamente a modo de capas y haciendo del mundo el que conocemos, siempre por encima del anterior. Esa impresión se transforma en certeza en una calle leonesa cercana al antiguo cementerio de León. Un espacio que conoce bien Fernando Muñoz Villarejo.
«Yo soy arqueólogo y en este trabajo tienes que conocer un poco la historia de la ciudad», se presenta, haciendo notar desde el principio la estrecha relación profesional que mantiene con la zona desde la que habla. «En un momento dado, empecé a investigar un poquitín dónde estaba el cementerio, cómo había sido», continúa, asegurando que existe documentación del mismo; sobre todo, fechada en el siglo XIX. «Hay incluso algún plano de época y eso me llevó a saber cómo había sido el traslado desde aquí hasta la zona actual en Puente Castro, porque a veces se dice que este es el primer cementerio de la ciudad, pero nos olvidamos de que en época romana ya los había organizados», relata.
Aquellos cementerios organizados, con el tiempo, acabaron por tomar las iglesias, parroquias y hospitales leoneses como escenario; algo que no tardó en traducirse en una situación insalubre que el Consistorio decimonónico tomó como precedente para la construcción de un lugar para la sepultura en San Esteban. La superstición dictaba entonces: «Los vientos que predominan del noroeste llevaban los aires viciados hasta la ciudad». Eso y la expansión del barrio leonés comenzaron a erigir en las primeras décadas del siglo pasado el actual espacio en Puente Castro; dejando, tras el traslado definitivo, algunos rastros mortuorios en su recorrido.
«Parece ser que, una vez que se abandona el antiguo cementerio, se trasladan algunas tumbas y el Ayuntamiento de aquella da plazos a los familiares para que se lleven los restos», continúa: «Aun así, siguen quedando algunas sepulturas que estaban en ruinas, que no se recogieron».
Esos vestigios de santificadas sepulturas son los que ahora sirven de estructura firme a las piernas que pasean sobre las aceras de la calle Maestro Uriarte. En sus bordillos se plasman ilegibles los resquicios de lo que fueran nombres de personas fenecidas, talladas sobre una piedra que hoy se hermana con el asfalto. Restos que también sirven para rellenar los huecos de la muralla en la Era del Moro.
Villarejo duda de si están presentes en alguna otra localización de León. «Decían que también había en la plaza del Grano, pero yo nunca las vi», resuelve y no le extraña que la conjetura sea correcta, pues aquellas lápidas, a su modo de ver, funcionaron como «una cantera». «No te hace falta ir a la montaña y traer la piedra», señala: «Tienes lápidas ahí, las partes, las colocas y... ¡Plas! Tiras para delante». Nada más sencillo que un golpe seco para convertir para siempre a los personajes del pasado en parte del trazado de la ciudad.
El arqueólogo continúa el paseo de un lado a otro de la travesía en plena capital provincial. Para en ocasiones sin otra intención que la de señalar. Voltea la cabeza como puede, intentando descifrar la identidad de quienes en vida dieron sentido a estas inscripciones. Tallas que no cuentan con ningún tipo de protección. «Si mañana el Ayuntamiento decide urbanizar esta zona y cambiar estas piedras, con suerte podrían ir a un depósito municipal, pero, si no, lo más seguro es que acaben en una escombrera», analiza: «Muchas están destrozadas, otras parece que han sido piqueteadas a mala leche, hay algunas que tienen golpecitos como para que no se lean». Aun así, esa forma de tratarlas, según explica, no responde a ninguna razón aparente.
No queda mucho más que decir para despertar el interés que suscitan estos vestigios de lápidas con inscripciones talladas en una piedra que imita el mármol. Aunque en su mayoría son ilegibles, la estampa es del todo particular, muy próxima al centro histórico de la ciudad. La muerte se entremezcla en un enclave al que da paso irónica la ‘escalera de la vida’. Aquel santuario para el sepulcro que se ubicara antaño en San Esteban, que después fuera ‘Casa de Maternidad e Instituto de Maternologúia y Puericultura’ y que ahora sea residencia de ancianos y centro escolar continúa con la simbología por la que pasean los vecinos del barrio leonés: el círculo vital que se cierra justiciero en un mismo espacio de la ciudad.