Viaje a través de la montaña de Riaño

La poeta Ángeles Fernangómez realiza una travesía literaria por los alrededores de Villacorta, la localidad leonesa que la vio nacer

Mercedes G. Rojo
29/08/2023
 Actualizado a 29/08/2023
Villacorta en primavera, con Peñacorada al fondo. | L.N.C.
Villacorta en primavera, con Peñacorada al fondo. | L.N.C.

Seguimos buscando el arrullo del agua en estos recorridos leoneses y un martes más nos cambiamos de curso fluvial para irnos a tierras del Cea,  con la vista puesta de nuevo en nuestras montañas. Nos acompaña en el viaje nuestra compañera Ángeles Fernangómez, quien se ha emocionado en su descripción ofreciéndonos un amplio recorrido por la comarca en la que se enmarca el lugar escogido como  protagonista de este viaje. Es lo que tiene estar lejos de casa. Su descripción me ha gustado mucho así que mejor que referirme yo a la comarca, me salto el habitual acercamiento a la zona convencida de que mis palabras no iban a resultar tan atractivas como las suyas. Por eso incluyo –tras el brevísimo acercamiento a su figura que me permite la reducción de espacio dejado por ella- su texto al completo. 

Una poeta leonesa en la diáspora

Es Ángeles Fernangómez una de esas poetas leonesas repartidas por toda la geografía española, que allá donde va ejerce de leonesa, y de montañesa. Su tierra, sus paisajes y sus gentes están siempre presentes en su vida; en la personal, en la poética, incluso en aquella en la que ejerce una gestión cultural muchas veces ligada a leoneses que, como ella, se hallan repartidos por el mundo. Y siempre que puede, podríamos decir que cada vez más, se acerca a la «tierrina», para recargar pilas y también para participar -en la medida de lo posible- de sus propuestas culturales y literarias. He de decir que, en este sentido, comparto con ella diversas circunstancias: editorial (tiene más de un poemario publicado con las gentes de Huerga & Fierro, también de raíces leonesas), proyectos homenaje a nuestras mujeres (los que hacemos en torno al Día de la Mujer) y también tengo la suerte de contar con ella como colaboradora con sección propia (Ágora FEM) en la revista digital Masticadores FEM que cuenta con una altísima participación leonesa. Me gustaría poder detenerme más en su figura, pero en esta ocasión me parece más interesante no reducir el texto con el que colabora en esta sección, así que si aún no la conocen y quieren saber más de ella, les remito al artículo que en su día le hice para la serie 'Artistas leonesas en femenino' y les invito a que estén atentos a sus redes y que no se pierdan sus intervenciones cuando estas se produzcan. Mientras tanto, aquí les dejo este fantástico recorrido por su tierra que nos hace, parajes dignos de recorrer y de disfrutar con calma y sosiego. 

Villacorta y otros lugares del Alto Cea

«Es la provincia de León tan amplia y variada que lo mismo nos encontramos con pueblos y bellezas naturales por todos reconocidos que con otros muchos prácticamente inéditos, sin que por ello desmerezcan en nada a los primeros. 
Si por pueblo con encanto solo entendemos aquellos que sobrepasen los mil habitantes, con monumentos histórico-artísticos y ocio nocturno, este al que nos referiremos no es el lugar indicado; en ese caso mejor no sigan leyendo. Si el encanto que buscan es el de la naturaleza pura, el pueblo silencioso (en verano no tanto), casas de piedra mampuesta en las que existe el derrumbe, pero supera el renacimiento como símil natural del ciclo de vida y muerte, rodeado de montañas sin atreverse a ser roca; si algo así es lo que buscan, entonces sí los animo a que sigan leyendo, porque el pueblo del que quiero hablarles tiene todo eso.

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Ángeles Fernangómez. | P. ESCAMILLA

Pertenece este lugar a la montaña de Riaño, pero no ha querido subir tan arriba, se quedó agazapado echando un manto verde a la caliza, aunque observa sus picos desde más abajo y también tiene su montaña-pico tótem mirando día y noche hacia el pueblo y el pueblo hacia ella: la esbelta y caliza Peñacorada a la que todos observan por si su cumbre se hubiera vestido de toca y anunciara lluvia. Pueblo humilde, sencillo, en ocasiones tocado por la tontería de los 60 de encalar la piedra, pero muy bello, porque la Naturaleza no se rige por valores monetarios y coloca su belleza donde le place y aquí le gustó colocarla. Por otra parte, tiene un atractivo casi único del que pocos pueden presumir y es el de que no pasa carretera alguna por él. Los vehículos que llegan solo lo hacen porque lo han elegido, para quedarse. Una pista asfaltada supone el cordón umbilical que, a 1,5 kms, lo une a la red de carreteras secundarias de la provincia de León, concretamente lo anexa a la carretera que discurre por las cabeceras del río Cea. Ya nos vamos acercando, ya sabemos que estamos en la cara occidental y noreste de la provincia. El pueblo al que me refiero no llega a los 100 habitantes y está casi todo en cuesta, muchas de sus callejuelas son bastante pindias, como por allí se dice, y hay que comer fuerte para subirlas. Es la montaña. Está conformado por tres barrios. Para poner el nombre a los dos primeros no se descabezaron mucho, lo tuvieron muy claro: barrio Abajo y barrio Arriba. No así con el tercero que es el barrio de Rioloseros, nombre que coincide con el de la hermosa y acogedora Casa Rural, último edificio del pueblo, al lado del bar El Pájaro, único bar y que me atrevería a decir que cuenta con una de las más grandes, bonitas y agradables terrazas de la zona, sino la más. Volviendo a lo del nombre de este último barrio me pregunto cuál será su etimología, y no lo sé; no puedo asegurar nada, aunque un arroyo abundante si pasa por allí y pudo algún día tener vocación de río, espero que no fuera por su ribera por donde gustó pasear antaño a los osos y de ahí derive la segunda parte del nombre, no lo sé y se me abre el apetito por investigarlo. Cuando termina el barrio (y la zona urbana con él), solo podemos hacer dos cosas: sentarnos a tomar algo y a charlar en la terraza del bar, o beber agua en el caño La Varga y continuar ruta por el camino del mismo nombre que sube, sube y sube, da vueltas, deja después el pinar de La Cota a un lado y continúa subiendo hasta llegar a una magnífica explanada verde con enormes robles: La Majá los güeis (que me perdonen si no he transcrito bien los vocablos, pero así lo entendí siempre) y, por si a alguien no se le dan bien los idiomas, seré benévola y diré que obviamente se trata de La Majada de los bueyes. Es esta una ruta muy recomendable para caminarla. Hay allí una antigua cabaña de pastores que también ha servido de refugio a los trotasendas, yo misma pasé allí una noche al amor de la lumbre y las literas haciendo de monitora de los peques de la casa que querían aventuras fuertes. Si seguimos adelante, llegaremos -ya al final del trayecto- a un conjunto de casas venidas a menos, denominado La Espina, que desemboca en la carretera que pasa por Cegoñal y llega a Guardo (este último ya de Palencia). La Espina, pese a estar muy alejado de Villacorta, pertenece desde siempre administrativamente al pueblo, ya que nació rápido y a consecuencia de la explotación de las minas de carbón, asentándose en  terrenos pertenecientes al pueblo que nos atañe. Toda la comarca es carbonífera y el oficio de minero está profundamente ligado a la tierra. Villacorta es el nombre del pueblo elegido como protagonista de este relato y, según parece, no se debe a que se trate de una villa muy corta, sino que deriva de cortada, quebrada.

Tengo entendido también que consta en los libros del famoso monasterio de benedictinos de Sahagún al que pertenecían muchos pueblos de León en un amplio radio de poder que poseyó hasta Mendizábal, que ya aparece el nombre del pueblo allá por el 1034, aunque es de suponer que nada tendría que ver con el actual y es muy posible que incluso el asentamiento no coincidiera exactamente. 

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El caño nuevo de Villacorta. | L.N.C.

Es Villacorta un pueblo de los más bellos de la montaña del Cea, abrigado por montañas que lo  circundan salvo por la parte que le une, a través del valle y atravesando el río, a la que fue carretera de paso hacia Riaño antes de que el pantano lo anegara todo. Tiempos difíciles fueron aquellos en los que el agua del pantano cortó la carretera y todos los pueblos del Alto Cea quedaron aislados casi por completo, nadie pasaba por ellos para ir a Riaño ni a Picos. Ahora, aunque se dé un poquito más de rodeo para esquivar las aguas, se accede muy bien a Riaño por allí, pasando incluso por paisajes de ensueño hasta llegar a Boca de Huérgano.

Y, si cierto es que Villacorta es bonito, también lo son otros pueblos de la zona, porque si seguimos hacia arriba, dejaremos a la derecha y siguiendo el cauce del rio, a Valderrueda colgado en la ladera al sol de la tarde, a La Sota, a Morgovejo, pueblo con solera y vestigios de su antiguo balneario ya en desuso y camino obligado para llegar a otro pueblo de encanto en lo alto de la montaña que es Caminayo. Después, sin casi enterarnos, porque estos pueblos están cerquísima los unos de los otros, nos encontramos con el Desfiladero de Las Conjas. Probablemente no les suene a muchos, pero es de una belleza nada corriente. Esas formaciones de conglomerado, pertenecientes a la geológicamente denominada 'formación Curavacas', con esos tonos verdes y amarillo intenso adheridos a las piedras que le otorgan los minerales y los líquenes, le confieren una singularidad que atrapa. Se trata de un pequeño desfiladero, pero es una auténtica joya. 

Una vez sobrepasado el desfiladero, ya se atisba el pueblo de Prioro, más grande que los anteriores y partido en arriba y abajo por la carretera. Antes de entrar en Prioro y a la izquierda, la señal nos indica que por allí se va a Tejerina, pueblo digno de ver y escuchar, porque el agua canta y salta por entre las callejas haciendo cascadas y dando frescura y vida, cosa que le hubiera pasado a Villacorta si en tiempos del asfalto no se hubieran soterrado los varios arroyos que se entrecruzaban por todo el pueblo, sonido y vista que algunos añoramos, una auténtica lástima que solo podría ser recuperable con ganas y con dinero (y esto último es lo difícil). Llegaríamos después al puerto de El Pando, coloquialmente conocido en la zona como El Alto El Pando, con parada obligada, pues las vistas a uno y otro lado son espectaculares. Y, no olvidarlo tampoco, uno de los mejores sitios para ver las Perseidas en las noches de verano. Desde el puerto, olvidémonos un ratito del coche y caminemos un poco hacia adelante por la carretera entre las hayas y, si fuera primavera, viendo preciosos “capilotes”, (grandes narcisos) maravilla exclusiva de la montaña leonesa, con su intenso amarillo anaranjado auténticamente provocador. Unos pasos más y ya se divisarán los picos de Riaño: el Jilbo, el Yordas… ya siempre condenados a mirarse día y noche en el espejo del pantano.

Solo nos quedaría,  después de hacer el alto imprescindible en Riaño y quizá columpiarnos mirando al agua en el columpio más grande del país o haciendo una ruta en barco, seguir después hasta El Valle de Valdeón, en pleno Picos de Europa, para rematar la aventura e incluso llegar a Caín y animarnos a hacer la ruta de la garganta del Cares, una aventura que merece la pena explorar y repetir. 

Tengo que reconocer -no lo he dicho todavía- que estoy hablando de mi tierra natal. Sí…, lo confieso, nací en Villacorta y, aunque diga que soy objetiva es imposible serlo, pero les reto a que visiten estos pueblos y estas tierras, hagan las rutas que les propongo aquí y luego me digan si me he alejado mucho de la verdad. Creo que no. Conste que queda mucho más por decir y todo bueno. Cualquier época del año es apropiada para visitarlo, pero la primavera tiene el encanto añadido de la blancura de los cerezos en flor (las cerezales), y que en otoño se vuelven de un tono rojo espectacular.

De Villacorta a Picos en un salto digno de la mejor de las poesías. No se lo pierdan».
 

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Cerezo en flor. Una imagen ligada a Villacorta. | L.N.C.

 

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