Hay palabras que se instalan en el lenguaje diario y casi nadie sabe bien a qué se refieren. Una podría ser ‘agitador cultural’ pero ésta resulta más fácil de entender poniéndole nombre: Víctor M. Díez, poeta, actor, recitador, organizador, improvisador, guionista... y lo que surja. En el origen fue poeta que nunca dejó de ir sembrando el camino de pequeños poemarios que, con una selección de todos, ha confeccionado la editorial Dilema su poesía reunida que este jueves presenta en el teatro El Albéitar (20.30 horas) con un espectáculo poético musical —'A un amanecer, otro crepúsculo'— en el que estará acompañado del grupo Sin Red, Ángela Davies y Rodrigo Martínez, además del prologuista de la antología, Antonio Marcos.
– ¿Qué tiene la poesía que aunque uno haga mil cosas, como es el caso, cuando hay que ponerle el oficio se dice "el poeta"?
– Oficio es una palabra curiosa, muy polisémica, con muchos significados. Poeta, también. En el acervo popular el poeta es, para unos, es el que vive la vida, un eterno diletante. De alguna manera, también, el que ‘no da un palo al agua’ (Acuérdate del ‘mi caso es muy otro’ de Ataulfo). Para otros, menos utilitaristas, poeta es, quizás, el que se puede parar a mirar. Una necesidad de descompresión de nuestra prosaica vida, el que se puede permitir el lujo de decir lo que algunos no se atreven. Pavese arrimaba esas dos obras: El oficio de vivir y el oficio de poeta. Te dicen ‘poeta’, con admiración o con desprecio. Cuando consigues que te consideren poeta los malevos, los poderosos, tu familia y la de la panadería, has conseguido convencerles. Eres poeta. Bien, ahora puedes decir que tienes un oficio, en el sentido de que tu labor es decirles cosas que quizás no se esperen. Haces muchas cosas, sí, pero eres ese, ahí va el poeta. Orgulloso hemos de estar, a pesar de todo, ¿no?.
– En este caso está justificado pues la noticia es que presenta una antología poética. Al ver el tomo, ciertamente grueso (800 páginas), ¿Qué piensa el poeta? ¿Qué ha escrito mucho, que hay mucho que contar, que queremos salvar el mundo, que no queremos…? Usted dirá.
– Todo a la vez. Uno escribe como quien va creando maquetas de mundos imposibles. Las guarda, sigue y un día la ciudad le sale al encuentro con todo su bullicio. Uno recuerda algunos nombres, algunos rostros, una música que iba por debajo y que nadie parecía oír. Hay poetas maravillosos que lo dicen todo en cincuenta páginas. Hay otros que, sin querer, hemos acumulado demasiado. Al ‘arrejuntarlo’ te das cuenta de que, al peso es demasiado, pero también que te has empeñado y tu empeño es parte de ti. Ves los progresos y las regresiones; las repeticiones y las contradicciones; lo relees como si fuese de otro. Te das cuenta de que los poemas hablan de ti a tus espaldas, tienen mundo propio.
– El título del espectáculo de presentación, ‘A un amanecer, otro crepúsculo’ ¿Son ganas de no ver el vaso medio lleno y ponerle sombras a todas las luces?
– Pues, por seguir con tu retruécano, me sale un humor de cine. A un amanecer… (que no es poco. Son ochocientas páginas, maestro) … otro crepúsculo (de los dioses). Espacio y tiempo en estos tiempos crepusculares.
– Por un poema que decía ‘No amanece’ cerraron Claraboya, en 1968 ¿Tendrán otra vez la tentación medio siglo después?
– Pues, yo nací ese año. Quién imaginaba al empezar que podría uno acabar como algunos de los grandes poetas. No en el Parnaso, sino en una cuneta. Cuidado, que no es que no amanezca, es que no deja de oscurecer. Pero bueno, debe uno agarrarse a los amaneceres, al menos en público. No les demos el gusto a los facinerosos de que nos absorban la vida todavía más.
– La presentación de este jueves no puede ser "al uso", que dirían las viejas crónicas, y se hará arropar por poetas, músicos, actores –y otras gentes de mal vivir, que dirían las viejas crónicas- ¿Ha hecho Víctor M. Díez de la colaboración con otros artistas una forma de estar en la batalla cultural diaria?
– A ver, la batalla cultural diaria es colectiva, a mi modo de ver. La resistencia ante esta vorágine de monstruos que nos van rodeando tiene que ser humanista y común. Eso es lo que más les duele. Para mí, el escenario es la plaza pública. Uno de los últimos sitios en que cabe encontrarse de manera vindicativa, creativa. Lo que se reclama es poco y mucho a la vez: la vida. En esa trinchera yo me junto con lo ‘peor’: músicos, teatreros, pintores, cineastas… Esa gente no tiene escrúpulos a la hora de decir las cosas a la cara. Con estilo, con belleza, con amor, pero te escupen en el rostro eso que no quieres oír y ver y que está ya rodeando la ciudad de lo humano.
– Uno de los primeros matrimonios culturales fue Sin Red, aquel grupo que tuvo mejor acogida en Europa y otros mundos que en León y su alfoz ¿Sigue siendo esta nuestra una tierra dura para sembrar o va calando la lluvia fina?
- Bueno, surgió aquí. Éramos una telaraña de pequeñas células creativas de vanguardia que tenían, efectivamente, más vigencia en Alemania, Francia, Gran Bretaña que en el estado español. Han pasado venticinco años de aquello. Fue hermoso, fue libre, fue así: lanzarse SIN RED.
– Y una de las últimas complicidades está siendo con Ferecor; ¿a veces hace más por la cultura un bar que una consejería?
–Pues no lo dudes. El hermano Tato mueve más los bajos fondos de la creatividad que algunas instituciones que llevan cultura en el nombre. Otro nudo de quehacer creativo que tú conoces bien. Allí estamos, en un bar de barrio en los confines de la ciudad, sin parar de hacer, como si no hubiera un mañana. Como diría Gongora: ‘Hablen otros del turismo, del húmedo y sus jerarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno. Y las mañanas de invierno, naranjada y aguardiente. Y rijijijí y rijijijá y ríase la gente’.
– Póngale nombre a un amanecer y también a otro crepúsculo.
– Veo mucha gente creativa en la ciudad. Lo repito mucho, soy hasta pesado. No busquen banderas raras, cuiden a sus artistas, también son sanidad y enseñanza pública ( a los que no harían mal en cuidar también para cuidarse y tener dignidad) Crepúsculos hay tantos que, buff, por no dispersarme, vuelvo a lo mismo. Veo a todos los creadores, sobre todo a los más jóvenes: pobres, huérfanos, desasistidos. Su miseria es nuestra miseria.