Unas ganas insaciables de aprender emanan de un cuerpo joven adornado con unos ojos claros que parecen diseñados para observar. Esas ganas se transmiten a través de una mirada que, acompañada de palabras de admiración y vaivenes de anécdotas que se solapan en la mente de la artista, se presenta ante el locutor como el vestigio de un vitral. Una mirada de vidrio que forma parte de la anatomía de una amante y creadora de vidrieras artísticas.
A María Tascón le sirve una escueta consulta sobre su apellido para sumergirse -conocedora del contexto- en una interesante perorata sobre la historia del arte sobre vidrieras y, en definitiva, sobre la suya propia.
– Hice pintura sobre vidrio – cuenta de su experiencia en la Escuela de Arte de León. – Lo dejé en el primer año. Volví, acabé y luego hice el grado superior de vidriera artística.
Lo cierto es que no fue su primera opción académica y define su actual pulsión por el arte vitral como una «casualidad».
– Yo quería hacer algo de arte porque siempre me llamó la atención – rememora. – Iba a hacer serigrafía, pero el grado estaba lleno y me dije: «Va, pintura sobre vidrio».
Y así fue, sin demasiados preámbulos, que esta joven de veinticinco años se introdujo en el mundo de las vidrieras. Un mundo del que opina que suele ser «muy desconocido».
– Cuando le digo a alguien que hago vidrieras, piensa en una catedral o en una iglesia – explica, – pero si empiezas a indagar un poco más allá...
Deja el final abierto. Tiene tanta información y tanto que decir que, a veces, es difícil seguirle el hilo. Aunque da gusto escuchar unas ideas que nacen de su creatividad y suenan tan frescas como parecen.
– Me gusta mucho mezclar lo que es el arte contemporáneo con la estética del vidrio – confiesa. – Me encanta el arte callejero: el grafiti y el muralismo.
Lejos de caer en estereotipos de arte eclesiástico, la inspiración de María es, en buena medida, fruto de su afición por las creaciones que involucran a la calle como un elemento más de su resultado. Su proyecto final para la Escuela de Arte tuvo por protagonista a un símbolo del hip-hop, Tupac Shakur, referente indudable de una de las expresiones callejeras por antonomasia.
Emulando el mural que un paseante podría encontrarse transitando alguna travesía, la artista muestra la imagen del rapero junto a algunos de sus títulos que, por la tipografía escogida, recuerdan a las firmas generadas con pinceladas de rotuladores y sprays en las paredes. Todo ello en un conjunto tan meditado como para no olvidar el detalle de la marca de una bala en la parte superior del vitral. Es una de las balas que mataron a Tupac Shakur cuando tenía la misma edad que María.
– Me gusta mucho la vidriera clásica en ciertos aspectos para estudiarla, para contemplarla y tal – continúa la joven, – pero la vidriera no es solo cuestión de cerramientos. El vidrio es un material súper versátil y lo puedes fundir, lo puedes romper...
O puedes darle un carácter tridimensional a partir de una técnica llamada ‘casting’, de la que Tascón habla con entusiasmo. De ella aprendió gracias a su beca Erasmus en Italia junto a la artista Silvia Levenson, a la que define como «una de las mayores referentes del casting a nivel global».
– También estuve en Luesma & Vega haciendo las prácticas en Barcelona. Es una fábrica de platos de vidrio para los mejores restaurantes del mundo – añade y no tarda demasiado en regresar a Levenson. – Ella da mucha clase y ya ha llegado a un nivel como para trabajar en galerías de todo el mundo y tener su propio taller.
Y, quizá siguiendo sus pasos, María coincide con Levenson en su pretensión de establecer su propio espacio.
– Ahora mismo trabajo en limpieza en el hospital, pero estoy empezando con mi taller – afirma. – Claro, necesitaba un horno, entonces ahorré algo de pasta y lo compré. Ahora estoy con el rollo de la instalación para ya dedicarme entre semana a eso porque, hasta que no he tenido el horno, solo he hecho corte y montaje de vidrieras.
Aunque nació en Avilés, vive en León desde los tres años. «No eres de donde naces, sino de donde paces», cuenta que le dicen sus conocidos. Y no tiene miedo de admitir que tienen razón. Así que esta leonesa adoptiva no ha podido escoger otra provincia para establecer su taller. La casa que comparte junto a su pareja en Villamarco acoge en su garaje un taller improvisado que, desde hace poco, cuenta con el horno de fusión de vidrio que la joven artista esperaba ansiosa. Tampoco es que haya estado de brazos cruzados hasta la llegada del nuevo «juguete».
– He estado grabando colonias en el Corte Inglés – cuenta de sus otros oficios; – poniendo los nombres en colonias del Grupo L’Oreal y cosas así. Luego he hecho vidrieras para casas: corte, montaje e instalación.
Habla mientras maneja su teléfono, navegando entre perfil y perfil de Instagram para enseñar piezas de artistas que le gustan. También suyas; algunas forman parte de su taller, otras las ha vendido. Como unos originales ramos de flores. Tulipanes y margaritas que perduran sin marchitarse.
– Las flores las empecé cobrando a diez euros por seis flores – señala, – pero ahora mismo estoy cobrando mínimo treinta euros el ramo.
Y entre lo que ya ha dejado explicado y lo que explica a continuación, parece que el arte sobre vidrieras es también una ciencia.
– Tienes que interpretar – suelta. – Hay cortes en vidrio que no puedes hacer y solo los puedes hacer con una máquina que se llama Taurus. Un ángulo de noventa grados, a mano, es imposible hacerlo.
María, que va mudando de gustos a medida que conoce más y más, ahora centra su interés en la técnica del casting y el uso de moldes para desarrollar objetos a base de vidrio. Y, aunque contenta con sus estudios, dilucida que en la Escuela de Arte no se enseña demasiado sobre esta técnica y el centro suele limitarse a vidriera artística o lo que la artista define como «vidriera plana».
– Para hacer escultura, el vidrio es un líquido amorfo y necesita pasar por ciertos puntos. Le tienes que dar tiempo para que llegue a todas las partes del molde y tienes que saber mucho de volúmenes – cuenta. – El vidrio te da unas posibilidades que otro material no te da.
En su recámara, la joven cuenta con algunas obras de este tipo que mezclan, de nuevo, tipografía grafitera a modo de escultura vitral. También una mano vidriosa que cuyo lomo sentencia: «Fuck rules». «Un lema que tengo yo», ríe Tascón, que continúa con su viaje como internauta para mostrar a sus artistas favoritos. Menciona -y enseña- a Andrea Da Ponte y Sofía Villamarín entre otros nombres que se pierden en el fragor de la conversación. Cuando habla de Narcisus Quagliata lo presenta como su «máxima inspiración en la vida».
¿Quién le iba a decir a esta joven de veinticinco años, con intención de dedicar su tiempo a la serigrafía, que acabaría hablando con tal entusiasmo, tremenda pasión, del arte de las vidrieras? Quizá, en su caso, más que elegirlo ella, fue el propio arte, el mismo vidrio, el que la escogió.
Tampoco es que esta sea su única rama artística. A María también le gusta rapear y la cantidad de secretos pintados que esconde en su tableta da cuenta de su fuerte afición a dibujar.
– Acuarela se te da muy bien – le dice Ana, una amiga que le acompaña en la mesa desde el principio para aliviar su nerviosismo inicial y que le escucha obnubilada, a pesar de que la probabilidad de que no sea esta la primera vez que deja entrar en sus oídos las palabras que salen de la boca de la artista es alta.
– Para hacer vidrieras, tienes que saber dibujar. Tienes que saber componer el tema de los colores – responde ella. – Una vidriera es un cuadro retroiluminal; es un cuadro, pero con luz.
Aunque, si se le dice que tiene alma de artista, ella responde con sinceridad.
– Yo ahora digo que soy artesana.
Y, con frases que declaman lo bonito de su arte, con expresiones de admiración a los que considera sus referentes, María continúa con su charla sobre vitrales.
– Lo guay del vidrio es que cada día descubres algo nuevo – comenta con unos ojos abiertos para mayor efusividad. – Se crea desde fuera, pero, en el horno, se mete una curva que se tiene que estudiar para saber hasta qué punto se tiene que llegar y hasta qué punto no. Es algo muy relativo y la magia surge ahí – es contundente. – Más que con el resultado final, creo que el proceso es con lo que más se disfruta de todo.
Así va zanjando María Tascón sus palabras. No sin referirse a obras como la cúpula que Quagliata pudo plantar en una zona subterránea del metro de Taiwán. De ella habla, de nuevo, con un entusiasmo de infante que le hace desprender la misma magia que ella destaca de las vidrieras.
– Y hay gente que se va a casar aquí – dice con admiración de esa ‘Cúpula de luz’; – que igual se juntan treinta bodas.
Con el mismo fervor menciona el diseño del francés Matisse para las vidrieras de un edificio religioso.
– El tío, aparte de diseñar las vidrieras, diseñó la sotana del cura para que hicieran juego – explica. – Las pintó desde una cama, con un palo gigante, y después se transportaron a la iglesia.
Entre su trayectoria y sus declaraciones, si algo queda claro, es que a esta joven artista no le faltan referentes. Tampoco ganas.
– Quiero empezar a viajar, visitar talleres – confiesa de sus planes de futuro; – chupar un poco de aquí y un poco de allá y, luego, desarrollarlo.
Ya terminando, los elementos se conjugan y todo parece remar a favor de la artista. María aprovecha el silencio momentáneo y, más para sí que para el resto, reza:
– Aprender y aprender. Procesos y procesos.