Mira que tenía ganas de decirlo alguna vez y cuando ya iba a desistir me llega la oportunidad de hacerlo: «El señor alcalde acierta». Es más, como sé que nadie va estar en contra (solo faltaría), me voy a permitir un lujo todavía mayor: «La corporación municipal acierta», que ya tiene tela. El bueno de Mauri, el viejo Mauri, el tío Mauri –que los tres son el mismo Mauricio Peña de Haro- debería hacerse una tarjeta de visita que en el cargo ponga: «Responsable de que en un pleno municipal haya unanimidad absoluta», que en los tiempos que corren «no es cosa menor», que diría el primo del concejal Agustín Rajoy.
Leo la noticia de la medalla a Mauri en el bar, el perro de él no había dicho ni palabra, y mi vecino de vino, que está a todas, ante el comentario de que «esta vez aciertan de pleno» le da por hurgar, no deja de ser de León aunque sea de la provincia: «¿Entonces es más importante tu amigo que la Virgen del Mercado?» (por aquello de que también le dieron a ella la medalla).
– Ome coño, no hay comparación, donde esté Mauri…
Al margen de bromas, que no lo son tanto, si hay una persona en esa ciudad vuestra y en los pueblos de la provincia míos que crea que Mauri no merece esta distinción que me lo diga a la cara y ya se lo explico, pero me voy a ahorrar el preparar las argumentaciones porque, como en el caso del pleno municipal, no hacen falta, no hay objeciones señoría. Alguien que creció en la Audiencia, donde su padre era calefactor, al lado de Mariano Rajoy y jamás se lo echó en cara ni le pidió cuentas por no saber jugar al tacón ni a la una anda la burra ya nos habla de una bondad extrema desde la cuna.
Y la manía de decir que es una persona que se hizo a sí misma solo cuando acaban siendo ricos, millonarios más bien, os la quitaba yo de un solo soplamocos con la biografía del tío Mauri en la mano. ¿Qué facultad de periodismo no le convalida la carrera, más bien le hace decano, a un adolescente (casi niño en aquellos años) que se escapa de casa por las noches para repartir el periódico con su bicicleta y satisfacer así la fascinación que ya sentía por el olor a la tinta; la emoción de ver cómo una plancha se convertía en página o como una rotativa escupe periódicos, del Diario de León en este caso. Hasta que, siempre atento, escuchó que hacía falta un fotógrafo.
– Si valgo yo; dijo mientras levantaba el dedo.
Y, como el alcalde ahora, alguien le dijo que sí. Debería sentir quien le aceptó que un trozo de la medalla es suya pues acababa de abrir el libro de la biografía más espectacular de la prensa leonesa (y que me perdonen muchos colegas, pero es lo que hay). Y no era fácil decirle que sí a aquel Mauri de entonces, que ahora le veis con otros ojos, peinadin, con pantalones de coronel Tapiooca (si todavía existe) o Zara pero entonces era una variedad de hippie con una melena rizada, ensortijada, brava, enorme… En expresión de su amigo José Mancebo, el añorado Pepe Mancebo, «éramos una especie de peludos sin vacunar cuando recorrimos Europa»; porque fue lo que hicieron para celebrar que habían acabado el Bachillerato, recorrer Europa sin billete de vuelta ni dinero para comprarlo.
Y según iba disminuyendo el volumen de su melena iba creciendo el volumen de su categoría como fotógrafo. Nadie miró más que él para aquellos viejos colegas y les escuchó (Fernando Rubio, César…), nadie pasó más noches dándole vueltas a la exposición, los líquidos del laboratorio, las técnicas que contaban en las revistas los fotógrafos a los que admirada o las fotos que le fascinaban por la luz, el encuadre, la composición y no sé cuántas cosas más de las que me habla aunque sabe que no le entiendo. Nadie tenía más paciencia… Una anécdota lo explica: Estábamos haciendo un reportaje de pueblos deshabitados y llegamos a Manjarín. Vio la puerta del cementerio (le fascinan los cementerios) y frenó en seco, había visto la foto, pero no se bajó del coche porque, argumentó, «con esta luz…». Iluso de mí le dije, «bueno, esperamos a que haya buena luz». Y esperamos. Eran las once de la mañana y la luz buena llegó a las cuatro y veinte de la tarde. Cinco horas y veinte minutos sentados, apoyados en una tapia, miraba cada poco al cielo y torcía el morro.
El hecho de que esté vivo me permite no tener que demostrar que no le maté aquel día. Pero cuando iba a hacerlo pensaba en la foto de Paz y Vicente en Riaño en el invierno del 86 y le dejaba pues es evidente que tenía nuevos regalos que hacernos, a nosotros, a la fotografía, al arte, a la información… Tardó solo dos días en justificarlo, la foto de la puerta del cementerio de Manjarín podría estar al lado de la de Riaño, claro que sí, pero la trascendencia de aquella batalla con pantano al fondo le dio otra dimensión. También podría estar la salida del último relevo de Hulleras de Sabero, cuando los mineros se desnudaron para no llevarse ni el polvo de las botas; o el mastín porteador de crías en las alforjas; o aquella primera página con un niño saharaui pidiendo familia de acogida y llovieron las llamadas al verlo… y decenas más. Que el castigo de esta profesión es que te vas y nadie recuerda nada que hayas hecho y de otros, del viejo Mauri por ejemplo, la pelea es por la imagen que eliges, además de la de Riaño.
Si no le conoces es fácil localizarlo, vas a un acto, anda toda la prensa junta… menos Mauri, que anda solo buscando otro ángulo, otro enfoque. Por eso odia tanto los actos oficiales en los que un secuaz de la autoridad sale y ordena: «Los gráficos… aquí todos». Porque que nadie se equivoque, la buena foto no la hace la cámara (ni la marca, ni el precio), la buena foto la hace el ojo. Y Mauri casi los pierde de tanto usarlos.
¿Si todo es bueno? va, no creas. Pronto aprendí que para escribir los textos de las noticias o reportajes hay que esperar a que Mauri te enseñe las fotos porque allí está la mitad del texto, y hasta que las pare da más vueltas que un perro cojo, porque las tiene que mirar una y otra vez y tienes que aguantarte.
¿Y cuándo se pone cabezón? Uf. En la Marcha Negra primera, que hicimos completa y juntos, se acababa de comprar un Ford Fiesta de tercera mano (es lo suyo, porque los arregla él) y nos dejaba el periódico (La Crónica) un coche ‘de gama alta’ pero se empeñó en matarnos en aquel Forín, salíamos al amanecer camino del camino hacía Madrid, volvíamos… Rompí «a base de empujones» la palanca de recostar el asiento, pero ni por esas se rindió. «Pues duerme sentado».
Qué quieres, nadie es perfecto, pero no creo que sea motivo para cuestionar la medalla. Si ni siquiera la cuestionan en su gremio, que mira que es raro eso en León, pues todos son conscientes que la mayor pasión de Mauri no es aprender (que también) sino enseñar y todo aquello que descubre lo cuenta nada más que se encuentra con los colegas gráficos, así fue ahormando a los Cundi, Marcos, López, Saúl y ese largo etcétera que le van a llamar para tomar unas birras y la preparan. A ver si reflexionan que «es un señor mayor y con medalla» y se cortan.
Lo voy a decir otra vez por si no tengo ocasión en el futuro: «El señor alcalde acierta» y, aún más, «la corporación Municipal ha estado unida e inspirada».