La figura del pensador alemán Walter Benjamin ha ido creciendo durante las últimas décadas de forma ininterrumpida y su presencia entre los intelectuales más interesantes del pasado siglo se ha consolidado demostrando que no sólo fue una moda. Como con muchos de los autores significativos, se ha desarrollado en torno a él una investigación exhaustiva no sólo de su trabajo sino también de su vida, construyéndose una de esas biografías que empiezan a formar una leyenda impulsada por su final trágico, acorralado en la frontera entre Francia y España huyendo de la Gestapo en los inicios de la Segunda Guerra Mundial.
Ese interés por todo lo de Benjamin ha llevado a estudiar los dos periodos en los que vivió en la isla de Ibiza, comprendidos entre el abril y el julio de 1932 y el abril y el septiembre de 1933, según ha documentado el escritor Vicente Valero en el libro que dedica a esos meses titulado ‘Experiencia y pobreza’.
Un amigo, en las calles de Berlín, le sugirió a Benjamin que se fuese una temporada a la isla y, al poco tiempo, llegó allí en barco. Estuvo alojado en una vieja casa rural sin agua corriente ni luz eléctrica, situada en una bahía desde cuya ventana veía el mar y una isla rocosa cuyo faro le iluminaba de noche. Se bañaba por las mañanas en la playa, paseaba, visitaba a los amigos, leía y escribía. El autor berlinés disfrutó del clima amable y descubrió un paisaje mediterráneo virgen, que se había mantenido intacto a lo largo de los siglos, con casas arcaicas y una vida ancestral, sencilla y barata, previa a la explosión turística que vendría no muchos años después. Su estancia en la isla fue descrita por él mismo como uno de los periodos más felices de su vida.
Las tomas fotográficas de Cecilia Orueta, que se pueden ver en una de las salas de El Albéitar hasta el 21 de febrero, forman parte de la serie completa que realizó siguiendo los pasos de Benjamin por la isla balear y que están contenidas en el libro ‘Ibiza. La isla perdida de Walter Benjamin’, publicado por la editorial leonesa Eolas, que incluye, además, las cartas escritas por el autor alemán desde allí.
Este ensayo es un experimento que, en cierto sentido, pone del revés al propio Benjamin, quien se ocupó especialmente de la teoría fotográfica con estudios hoy referenciales, al producir, con su biografía y sus textos, imágenes que recorren un camino inverso al que él realizó escribiendo sobre el medio, en vez de escribir sobre fotografías hacer fotografías sobre sus escritos.
Las instantáneas tomadas por Cecilia Orueta transmiten algo de la pureza y de la poesía que debieron ser contempladas por Benjamin, pero también podríamos imaginar que hubiesen sido las imágenes que hubiera capturado él si hubiese sido fotógrafo. Quién sabe si aquella hermosa idea suya tan misteriosa del aura, como una aparición irrepetible de una lejanía, no surgió de mirar el horizonte en aquella isla.