Xavier Güell es el bisnieto del Conde Güell, Eusebio, el gran mecenas de Antoni Gaudí. La historia viene de lejos, surca todo el espinazo del siglo XX, y, en parte, por avatares del destino o de la fortuna, recala en la ciudad de León. De todo ello, recogido en su libro ‘Yo Gaudí’ (Galaxia Gutenberg), hablará este sábado, a partir de las 18:00 horas, en la Casa Botines con entrada libre hasta completar el aforo.
– Uno siente una emoción especial ante alguien como Xavier Güell. Es lo más cerca que uno puede estar de Gaudí, de su memoria (obras aparte, claro). Por Xavier Güell circula la historia de este mago de la arquitectura, y también los más pequeños detalles de la compleja personalidad de Gaudí.
– Desde mi infancia y mi adolescencia viví en el entorno de Gaudí. Mi padre y mi abuelo me explicaban que Eusebio Güell, mi tatarabuelo, era mucho más que un mecenas rico. Se conocen cuando Eusebio Güell era muy joven, 31 años. Recién nombrado diputado provincial, y senador real, había visto en 1878, en el pabellón español de la Exposición Universal de París, una vitrina con guantes realizada por Gaudí que le llama la atención. Es entonces cuando desea verlo. Martorell, profesor de arquitectura y del propio Antoni, le dirá que no sabe muy bien si Gaudí es un genio o un loco. Güell se encuentra con él, comienzan una relación fascinante, y lo que hicieron fue un proyecto artístico que va a durar toda la vida, hasta la muerte del conde en 1918. Se trataba de transformar la ciudad de Barcelona del siglo XX, de prepararla para la modernidad. Pero quiero señalar que Güell tuvo la intuición de que Gaudí era su hombre para urbanizar Barcelona. En aquel momento, Gaudí no era nadie, apenas había acabado con dificultad la carrera de arquitectura, y poco más.
– Dices que cuando llega a Barcelona se asombra de ver una ciudad polvorienta y piensa en la necesidad de intervenir en ella. Allí empezaron sus sueños.
– Ese es su proyecto inicial. Aprendió mucho a través de la fotografía, que entonces era una novedad. Ya sabes que detestaba viajar. Lo de venir a León fue bastante excepcional. En realidad, Gaudí era un hombre de Tarragona que amaba la luz del Mediterráneo de su provincia, y su tierra roja. No le gusta la luz de Barcelona, porque él dice que sólo la que está inclinada 45 grados es la que permite ver las cosas bien. Pensaba que en el norte no se podía hacer arte…
– Pero vino a León, y lo hizo. Me acuerdo cuando de niño, en aquel León central por el que aún circulaban muchos coches, aquel León de estrechas aceras, yo veía acompañado de mi madre la elegancia suprema de Casa Botines (mi madre tenía a su dentista en el edificio). Me parecía, como a cualquier niño, un castillo encantado. Lo que sorprendía de verdad es que no se parecía a nada de lo que había alrededor. Era como algo extraterrestre. Maravilloso pero extraterrestre. En medio de una ciudad sobria del norte (aunque, eso sí, con la catedral a pocos metros).
– Lo que él hacía no tenía que ver con nada. Gaudí sólo construye tres obras fuera de Cataluña, y hace una restauración. Botines es una puerta de entrada excelente para entenderlo, y más para un niño. Como no viajaba, ya lo hemos dicho, ni siquiera fue a ver el Capricho en Comillas. No lo pisa. Pero es un gran jardín de los sentidos: allí está ya toda su gran sensualidad y erotismo. Allí está prefigurada su obra futura, como si fuera un Wagner. Luego, en León, accede a las peticiones de su amigo, el obispo Grau, y hace el Palacio Episcopal de Astorga (el anterior se había quemado). El obispo muere antes de concluirlo, como es sabido, y al final van a Barcelona para convencerlo. También se sabe que él no quería volver, era reacio a moverse y bastante a comunicarse. Pero en León, por mediación de nuevo de Güell, la familia Fernández y Andrés, descendientes de Botines, comerciantes de lo textil, le llama para hacer una obra en el centro de la ciudad, una vivienda y unos almacenes. Fue una feliz circunstancia, a pesar de que es cierto que Gaudí seguía sin estar convencido de la experiencia fuera de Cataluña. Pero, en fin, ahí están, dos obras magníficas. Son las dos únicas obras de Gaudí en las que el arquitecto, digamos claramente que, a su pesar, tuvo que estar presente.
– Gaudí es un hombre enigmático. En lo personal y lo artístico. Interesado por la numerología y el esoterismo. Todo estaba en el ambiente, claro. Pienso ahora en Conan Doyle.
– Sin duda es así. Le interesaba mucho lo esotérico. La cábala, el poder de los números y su mundo secreto. Y los Rosacruz, y la masonería. Todo su ambiente era masónico y Reus era conocido justo por esto. Su gran amigo Eduard Toda, que será un gran egiptólogo y diplomático, era un importante masón. Habían descubierto en las ruinas del monasterio de Poblet la tumba del Duque de Wharton, que fue el creador de la masonería española allá por el siglo XVIII. Lo mismo ocurrió con algunos de sus profesores, que eran masones igualmente. Bueno, estaba también en el ambiente de la época. Si te fijas, el Parque Güell, por ejemplo, está repleto de simbología masónica. En cuanto al esoterismo, podría decir que lo completó después con su interés, cada vez mayor, por la religión. Una cosa siguió a la otra. Gaudí es especial porque aúna el esoterismo, la masonería, la religión católica, el republicanismo y el catalanismo.
– El poeta Joan Maragall va a ser muy importante en su vida.
– Es un gran intelectual de la época. Íntimo de Unamuno, con una correspondencia muy importante. Maragall influye en Gaudí por la concepción política de Cataluña. Tiene una idea sobre la razón por la que el encuadre de Cataluña en España es tan difícil y nunca se ha hecho bien. Dice que nadie parece capaz de comprender la naturaleza multinacional de este país, a partir de la raíz ibérica común. Se trata de conjugar y armonizar. Ningún país del entorno tiene la riqueza de España, pero este país ha ido a menudo en contra de sí mismo. Pudo haber sido un líder mucho mayor, se ensimismó en sus conquistas que luego le sirvieron de muy poco. Y en el siglo XX España va a ser casi irrelevante. Esto es lo que Maragall transmite. Creo que seguimos teniendo los mismos problemas de hace cien años, porque no sabemos reconocer nuestra verdadera esencia. Si contradices tu naturaleza, no progresas.
– ¿Cómo sería Gaudí ahora, en otra situación?
– Bueno, la situación no es tan distinta. Gaudí, inspirado en Maragall, tenía una conciencia rica y compleja de España. También la consideraba plurinacional. Era republicano, claro, hablaba catalán con el rey cuando iba, estuvo en la cárcel por asuntos políticos, etc. Pero en realidad él no se metía en política. O no hablaba mucho de ella.
– En tu libro cuentas que no tuvo mucha química con Unamuno, ahora de moda por la película de Amenábar.
– No es que no tuviera química, es que eran dos leones en la misma jaula. Imposible llevarse bien, claro. Unamuno no se mordía la lengua. Le da en la llaga, le dice que la Sagrada Familia le produce espanto, es decir, terror. Unamuno ve una gran disparidad entre el exterior, para mí superficial, banal, que es como una biblia de piedra, con la profundidad terrorífica del interior. Unamuno tiene razón, lo que dice es totalmente verdad. Gaudí, claro, se revuelve. Dice que los del norte no pueden entender nada de arte. Unamuno le habla, la verdad, de una manera fría, y sí, algo antipática. Hoy, al hablar de La Sagrada Familia, pienso que copiar la obra de Gaudí es un fracaso anticipado: eso ha pasado siempre a la hora de construir esta basílica. Pero bueno, él tuvo parte de culpa a la hora de elegir a sus continuadores: se equivocó. Hoy allí está reunido el peor gusto. Me parece un horror.
– Se enfadaba con el ornamento absurdo, pero a él ornamentos no le faltan.
– Lo que pasa es que Gaudí viene de varias generaciones de caldereros. Era un artesano. Como cuando descubre el trencadís, que es una forma de impresionismo. Monet podría haber pintando cosas del Parque Güell. Mi abuelo me llevó allí con ocho años. En realidad, el parque fue un proyecto fallido. El abogado Trías es el único que va a comprar en la urbanización. Y su hijo, como digo, tendrá una gran relación, muy especial, con Gaudí, que también vivía en el parque. Por eso inventé el artificio de las cartas que, en 1911, cuando estaba enfermo y casi desahuciado, le podría haber escrito a su amigo de dieciocho años, Alfonso Trías, desde su retiro en Puigcerdá, acompañado de su médico Santaló. Lo hace como Séneca escribía a Lucilio.
– Gaudí tuvo una época más mundana, cercana a su juventud. Pero luego viró hacia un gran misticismo.
– Gaudí fue muy anticlerical en la época de estudiante. Luego va pasando fases distintas. Hasta que se encuentra con Grau. Grau le dice que es el mejor. Y viene el episodio del Palacio Episcopal de Astorga, que es el momento en el que Gaudí persigue lo sublime, porque Grau le dice que se había quedado sólo en lo bello. Lo sublime implica un acercamiento a la divinidad, a la percepción física de dios. Y eso acaba por trastornarlo. Dice que quiere ser eterno, no moderno. Hablamos del 93, tiene poco más de treinta años. Lo expulsan de las obras de Astorga… Así que comienza a apartarse de toda llamada exterior, empieza a hablar sólo consigo mismo. Comienza a encerrarse, a flagelarse, a hacer grandes ayunos que le producen alucinaciones. Necesita atormentar su espíritu y su carne para tener percepciones que no se tienen normalmente. El mundo de Gaudí es sobre todo un mundo de imágenes alucinadas. Cuando muere, atropellado por el tranvía de la línea 30, casi irreconocible, algunos piensan que estaba harto ya de no morir. Como dice Mahler, Gaudí renuncia finalmente al ruido del mundo.
Xavier Güell: "Este país ha ido a menudo en contra de sí mismo"
El bisnieto del Conde Güell, el gran mecenas de Antonio Gaudí, presenta este sábado en la Casa Botines su libro ‘Yo Gaudí’, una biografía profunda y necesariamente cercana (es un Güell, después de todo) publicada por Galaxia Gutenberg
22/11/2019
Actualizado a
22/11/2019
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