Es sorprendente, según son las cosas de la realidad, que siga habiendo personas empeñadas en escribir libros, impulsadas, no se sabe por qué fuerza, a plasmar por escrito relatos o anhelos que pasarán prácticamente inadvertidos para la mayoría porque la mayoría ya tiene bastante con sus propios asuntos; pero llamativo es también que existan otras que se ven llamadas a publicar esos libros, urgidas por materializar ideas cazadas en el aire, personas que desean volver las palabras algo sólido en volúmenes que se puedan tocar además de leer. Los editores románticos quieren fabricar libros de papel como si su misión fuera hacer cosa física la literatura: materia. Cuando uno empieza a escribir siente que publicar un libro es esculpirlo en piedra, trocarlo en masa incorruptible, perdurable. Los escritores nuevos al ver su primer libro recién impreso se agarran a él como a un salvavidas. Todo el mundo debería publicar al menos un libro para poder asirse a él a lo largo de su vida.
Al final el digital no ha triunfado, es un artefacto secundario, el apaño para un viaje, la excusa de los que no tienen bibliotecas físicas para no confesar que no leen. Cubiertas, solapas, fajas, guardas, portada, lomo, canto, gramaje, tacto, tipografías, tintas, cosidos, hilo, nervios, gofrados, oros, frontispicios, dedicatorias, colofones, galeradas, ferros… Todas las cosas de los libros de papel son bonitas, hasta la fe de erratas.En la actualidad, cuando los libros están más olvidados que nunca, cuando la cultura se vuelve una especie de parque temático de sí misma, cuando la industria del entretenimiento fabrica a destajo series televisivas de consumo rápido para las que los libros no son sino unos simples yacimientos de ideas, borradores o apuntes en sucio, cuando los jóvenes secuestrados dentro de los videojuegos se preguntan quién lee hoy en día, resulta que en nuestra ciudad, pese al desmantelamiento general y contra todo pronóstico, siguen viviendo y naciendo editoriales: Eolas, Menguantes, Marciano Sonoro, Mr. Griffin, Manual de Ultramarinos, Libros de la Gándara… y hasta una que se va a llamar El pollo del Pay Pay… Editores románticos todos ellos que no dudan en florecer aunque les digan que lo hacen entre las vías del tren, aunque les digan que lo que se nos da mejor es fracasar.