Los tafarrones acudieron a misa con la cara descubierta, tal y como manda la tradición, e incluso consagraron con los cencerros del tafarrón grande. Mientras tanto, la espectación aumentaba en los que no acudieron a la celebración cristriana, y permanecían atentos a la puerta de la iglesia para ver salir el recuerdo de unos personajes, o la novedad en los más pequeños. Fue en ese momento cuando apareció el tafarrón mayor, haciendo ruido con sus tres cencerros y con una careta de piel que le cubría el rostro, de la que sobresalía hacia adelante una especie de espolón del que pendían cerras de colores. Vestido con pieles y trozos de saco y telas, a tiras, llevaba dos espadones de varas de madreñas, que iba entrechocando y persiguiendo a los más pequeños.
Tras él apareció la güela y el güelo, que vistiendo farrapos se entremezclaron entre la gente. Estos güelos que son corrientes en otras mascaradas, sobre todo la güela o vieya, que representa a la madre naturaleza. Este personaje es común en muchas de estas manifestaciones de invierno, muchas hilan y otras paren algo muerto, como gran madre de todos. Antiguamente la güela tenía una gran chepa y el güelo golpeaba con una gran maza.
A la puerta quedó el barbero, con un taburete y un mono blanco, y su ayudante femenina, un hombre transvestido, para que brochazo arriba y brochazo abajo, afeita a los paisanos que conservan la barba, ya sea por las buenas o por las malas, ayudado del resto de tafarrones, y requiriendo propina por el servicio. Por último, el mariquita, otro personaje transvestido y procedente de la teatralización más reciente de esta tradición, echó perfume al personal a diestro y siniestro.

Así han regresado a las calles de Rodiezmo viejos ritos, y lo que parece igual de interesante, recupera este pueblo su «fama» de mantener vivo un rico patrimonio etnográfico. Siempre había sido Rodiezmo un referente en las celebraciones festivas de todo tipo, con personajes que forman parte de la leyenda de la comarca —como el añorado Nemesio— y teniendo siempre los tafarrones un hueco en estos recuerdos, pero se habían dejado perder desde hace más de treinta años años y esta recuperación puede considerarse una gran noticia... y más si se mantiene esa intención de regresar para quedarse. Parece significativo que las modernas fiestas busquen «ayuda» en las viejas tradiciones.
Sobre la larga historia de los tafarrones la desaparecida revista ‘Los Argüellos leoneses’, en su número I de 1.984 se hizo eco de esta antigua celebración, propiciando, quizás, su nueva puesta en escena en el año 1985, gracias a un grupo de personas que de forma entusiasta rescataron durante tres años, pero la falta de ánimo y apoyo de algunas gentes arrumbó su renacimiento. Estas tradiciones deberían de mimarse desde las administraciones ya que suponen un patrimonio inmaterial que deberían tener todas su Declaración de Bien de Interés Cultural, tal y como se está procediendo en las comunidades autónomas cercana a la nuestra.