Y cayó lesionado David. Se fue. Y ya estaba Tomasuco en la rampa de salida, fue en este mismo corro de La Vecilla, era un niño, juvenil. Al «que no te manquen» respondió metiéndose en la final, levantando a los aficionados que repetían: «No falta mucho para que haya un campeón de La Vecilla».
Acertaron. Ya lo hay. Y de los más grandes. De los que rinde culto a su pueblo y ayer estaba serio, pensando en lo que le esperaba. Rinde culto al abuelo Uco y estaba en la grada. Es decir, tonterías las justas.
El bombo quiso que Tomasuco se ganara la gloria en su pueblo tirando a los más fuertesEl ahora ‘soldado’, que acaba de iniciar su camino en el escalafón militar sabe que en la lucha aspira a Capitán General y para ello es necesario ganar días como ayer.
Y a las primeras de cambio le toca medirse a otro de los aspirantes, Rodri. Había tensión. Son combates muy igualados, hay polémica arbitral previa... Ojo, que no es mala en la luchala sana tensión, todo lo contrario.
Y la primera caída es de aquellas que decía Miguelín «valen para todo» pero los árbitros indican que Rodri tocó con la cabeza. Rodri se la rasca. Sigan. Tomás da una entera, Rodri dos medias, los dos se colocan al borde del abismo o la victoria, la grada está en tensión y Tomasuco recuerda que en su pueblo no vale ser soldado y le da la caída definitiva. Pero esto no ha hecho más que empezar. Los caminos siguen y por ahí anda, sin ir más lejos, Rubo, que en expresión de Pablo, «es otro barbo cojonudo». Lo es. Pero la cara de Tomasuco parece denotar que ha pasado el susto gordo.
El bombo quiere que el chaval de Uco se trabaje las estrellas de capitánde la lucha leonesa y el siguiente luchador que coloca en su camino es ‘el barbo’ Rubo, que está haciendo una gran temporada. Pero el local parecía ya más suelto y confiado y el de Valdorria no logró ponerlo ni una vez mirando al cuelo; como tampoco lo logró el finalista, el potente Pedro Alvarado, que también se fue de vacío en la final.
El soldado González, en la escala militar; ya era capitán, en el escalafón de la lucha. Se venía viendo pero es importante demostrarlo en casa, ante los tuyos. Por eso su sonrisa más franca fue para mirar hacia la grada en la que estaba sentado el abuelo Uco.
El evidente peligro deenfadar a‘El Hombre Tranquilo’ y ‘La Roca’
El corro empezó con los ecos de la suspensión de Lugueros por el mal estado del terreno. En La Vecilla suelen trabajar los topillos en la pradera y había miedo pero al frente de las brigadas de mantenimiento está un auténtico genio de la imaginación, Pablo: «Trabajaron los cabrones, pero les eché agua alrededor para que fueran a bañarse y a los que quedaban en el centro les puse el partido del Atlético contra el Madrid y marcharon horrorizados». Las cosas de Pablo que, si algo falla, tiene a su perro Dylan al acecho.
En las dos primeras categorías tenían un denominados común: los gallos venían de la derrota y la ausencia. Víctor cayó en la Sobarriba y Moisés regresaba de vacaciones.
Y los dos tomaron posesión de sus cajones de líderes... pero de aquella manera, no fue coser y cantar.
Víctor Llamazares, El Hombre Tranquilo, sufrió mucho en la semifinal con Javi Oblanca, reciente padre y que como tal reconocía que «no puedo con mi alma». Pero La Vecilla es su corro talismán y quería intentarlo por la rapaza. Quedaron a ceros y pasó El Hombre Tranquilo porque a La Cátedra Ambulante de Villabalter y Senra le habían pitado dos pasividades.
En la final le esperaba Busi, que le había derrotado en la Sobarriba y venía de una vibrante semifinal con Santi El Míster. Estuvieron a caída y media. Busi le dio dos caídas en menos de 10 segundos. Aquello prometía. Y empezó Busi con media. Víctor no parecía Víctor, pero también sabe ir al grano. Y fue. Y ganó. Y recuperó el trono y la leyenda de que también a él es malo enfadarlo.
En medios Adri dejó su candidatura derrotando al siempre difícil Flechina sin darle ninguna opción. Moisés replicó ganando a otro peleón, Arce, a su más puro estilo, por abajo, retortijón y al cesto. Parecían encaminados a verse en la final.
Se vieron, después de dejar a otros rivales en el camino, como El ingeniero Sergio, felizmente recuperado.
Allí estaban los dos. Menudos brazos. El veterano y el aspirante. Amigos del «a cara de perro» y lo practicaron. Empezó Moisés con media pero Adri respondió con una entera curiosamente «made in Moisés». Los dos se agachaban, se aguantaban... y Pablo describió la imagen: «Se están haciendo la del yugo. Están agarrados y uncidos».
En ello estaban cuando Adri intentó la definitiva, pero Moisés fue La Roca... y chocó contra ella el de La Soba. Fin.
Morín, entre la gloria y la ambulancia y ‘pesca’ Alejandro
Morín, 45 años, más de veinte por los corros, ha regresado a la competición después de haberse ido. Le pudo el gusanillo y el convencimiento de que podía ganar un corro a su edad, batir el récord. Cada día llega, sonríe y le preguntan: «¿Puede ser hoy?».
Ayer también se lo preguntaron y sonrió. Veía que no estaban ni Caberín ni Cristian, y soñaba. Pero también era consciente de que la suspensión del corro de Lugueros propició una tarde larga. «Yo creo que hoy no».
Javi Oblanca, a su lado, bromea con las edades de ambos. El sanedrín concluye: «Tienes salida de torero: o el hospital o la puerta grande».
Acertaron. Se metió en la final derrotando primero a un rival muy duro, Bulnes, reciente campeón. Después a Álvaro Quiñones, líder no hace mucho. Y le esperaba en la final Alejandro Fernández.
«La gloria o la ambulancia» le recuerdan y él sonríe. «Ya no puedo más reconocía antes de salir».
Se agarran. Intenta aguantar pero en pocos segundos Alejandro le da una caída y en ella Morín queda en el suelo, conmocionado, y el médico dice que esto se acabó. Fue la ambulancia.
La gloria fue para Alejandro Fernández, ganó su primer corro este año pero no el primero de su carrera. No es extraña su victoria. Tiene físico para esta categoría, sabe luchar, como demostró en su fulminante reacción para remontar ante Elías, supo llevar bien a Morín en los segundos que lucharon. Y se quedó tan tranquilo, es así. Tal vez sea ese el problema, esa sangre tan tranquila que corre por las venas de los de San Cipriano.