Lydia Valentín

Hace poco más de una semana, Lydia Valentín se proclamaba en Bucarest campeona de Europa de halterofilia, ganando los tres oros –arrancada, dos tiempos y total olímpico– en el que es ya su cuarto título continental, a sumar a los de 2014, 2015 y 2017.

No quiero caer en tópicos, aunque tan reales como la vida misma, como que el esfuerzo trae consigo la recompensa o la importancia que tiene la perseverancia para alcanzar el éxito; pero lo de esta chavala de Camponaraya tiene mucho mérito, tanto en lo deportivo, con un palmarés más que envidiable –y lo que, a buen seguro, le queda aún por añadir–, como en lo social, pues ha merecido ya distintos reconocimientos, sin ir más lejos el de Leonesa del Año 2017.

Si te soy sincero, no sigo especialmente la halterofilia; no más allá de echarle un vistazo rápido a lo que pueda aparecer en el periódico… sobre todo si tiene algo que ver con Lydia Valentín. Qué quieres que te diga, la deportista berciana, en sí misma, ya me interesa más; y es que se ha convertido, por derecho propio, en todo un ejemplo de honestidad, y eso está por encima de cualquier oro. No todo vale para ser el mejor…

En los Juegos Olímpicos de 2016, en Río de Janeiro, se subió al podio para recibir su medalla de bronce. Cuatro años antes, en Londres 2012, había ocupado la cuarta posición; y en Pekín 2008, la quinta. Y, sin embargo, hoy es plata en Pekín y virtualmente oro en Londres, tras diversas descalificaciones por dopaje de quienes habían quedado por delante de ella.

Al final, aunque Lydia Valentín tenga sus medallas y su recompensa económica –nada que no le corresponda, faltaría más–, nadie podrá darle esa satisfacción –y que tanto esfuerzo cuesta– de subirse al podio que injustamente le arrebataron. Pero estarás conmigo en que lo que tampoco nadie le podrá ya quitar es ese reconocimiento anónimo de miles y miles de personas que, como yo, le tributamos por convertirse en el modelo a imitar, por enseñarnos día a día cuál es el camino a seguir.