Traductores, las manos detrás de todos tus libros

Ana Flecha Marco es una escritora y traductora leonesa que, en esta entrevista, desvela algunos de los entresijos de la industria editorial española para que las obras de autores extranjeros lleguen a los expositores

Clara Nuño
06/05/2023
 Actualizado a 06/05/2023
La traductora Ana Flecha Marco durante una charla el pasado verano | JUAN LUIS GARCÍA
La traductora Ana Flecha Marco durante una charla el pasado verano | JUAN LUIS GARCÍA
¿Cuántos idiomas puede dominar una persona? Seis o siete a lo sumo. La mayoría de la gente habla uno o dos. El propio y uno extranjera, posiblemente la lengua franca por excelencia; el inglés. Nada más. Según los últimos datos oficiales registrados, hay alrededor de 7.097 idiomas registrados en el planeta. Y en todos ellos se escribe. La asociación es simple; sin traductores habría mucha, muchísima, literatura fuera de nuestro alcance. Eso es algo que la traductora y, por ende, escritora Ana Flecha Marco (León, 1984) tiene muy claro. «Sin intérpretes, nuestras fronteras literarias estarían muy encorsetadas», asegura en una entrevista con La Nueva Crónica con motivo de las, cada vez más próximas, ferias del libro que se desplegarán por todo el país.

Cuenta Flecha Marco que ella comenzó a percatarse de que «había algo raro» en los libros que leía cuando era niña. Un giro en una frase, una expresión extraña –que, en realidad, no era más que un refrán o proverbio de una cultura distinta adaptado al castellano–. «Yo no era consciente de lo que pasaba, claro», ríe, «pero notaba que había algo ahí que no terminaba de encajarme», recuerda. «Cuando eres pequeña no piensas en los traductores, no es algo que se te ocurra», apunta para incidir en que, poco a poco, una comienza a ver cosas en los libros que encuentra por casa. Los que son viejos y llevan años en el estante. «Tomos antiguos que se tradujeron con un idioma puente y en los que encuentras cosas que te extrañan», insiste. Ahí, poco a poco, fue cuando empezó a darse cuenta de que había otras lenguas bajo la suya.

El periplo que le llevó a convertirse en traductora comenzó, como comienzan casi todas las cosas, casi sin querer. «A mí me han gustado siempre los idiomas, estudié inglés en el colegiocomo todo el mundo y luego me dio por el alemán. Y allí una compañera me dijo que quería estudiar traducción. Yo no sabía que existía la carrera y me quedé con la copla», relata. Tiempo después llegaría el noruego. Idioma del que, a día de hoy, ha traducido cuentos y novelas.

Fue gracias a una beca –la de Colegios del Mundo Unido– que un día comentó un profesor en clase, de pasada. La pidió porque le dijeron que no se la iban a dar. Y se la dieron. Dos años de bachillerato internacional en algún punto de Europa. «Elegí Noruega porque mi hermana había estado en Dinamarca y me dijo, ¡Qué chulo es!, así que decidí irme a un país próximo», se ríe. Y marchó con la idea de que, ya sí, para ser traductora. Para conseguirlo hacía falta otro idioma más allá del inglés.

Después la carrera, Erasmus, un máster de edición en Barcelona, una temporada en Berlín y un trabajo en Noruega gracias a las relaciones que estableció durante su primer período en el país nórdico. Finalmente, el poder ganarse la vida traduciendo desde Madrid.

«Yo no empecé a traducir libros hasta pasados los 30», apunta para señalar que se trata de un camino arduo. «La gente acaba haciendo cosas muy diversas. Cuando sales de la carrera no sabes nada, te falta bagaje y conocimiento de cómo funciona el mundo laboral».A ella le ayudó pertenecer a la Asociación de Traductores de Libros (ACE). «No necesariamente para encontrar trabajo, obvio, pero sí para entender cómo funcionan las cosas», explica.

Dice que no le gusta el concepto de ‘traductor literario’. Le parece un tanto elitista, aunque principalmente se dedique a ello, al menos en lo que a formato se refiere. «Traducimos muchas cosas, desde un manual de instrucciones hasta una novela, pasando por la traducción editorial, donde se combinan todo tipo de textos», ilustra. Textos que, insiste, «son muy diferentes».

«Muchas veces se sacan libros –sobre todo los grandes grupos– para ver si dan a la tecla y ver cuál les va a dar más dinero para sacar otros y obtener mayores ganancias. Es como cualquier mercado»

«No traduces igual todos los libros, tienes que buscar la voz de quien escribe en el caso de que haya una», continúa para explicar que un traductor escribe, es un escritor que interpreta las palabras de los otros y que debe tener en cuenta, en todo momento, que el texto no es suyo, que debe sacar a relucir la voz del otro. «Es muy diferente a ser escritor, aunque sean oficios conectados», argumenta. «A veces, una persona conocida por ser escritor, traduce un libro y lo hace mal. En esos casos se suele pensar que cuentas con una garantía de calidad que no necesariamente es así, porque que una persona escriba no significa que sepa traducir», opina. Y lo dice porque, a su juicio, los traductores son los grandes olvidados de la literatura. «La gente es consciente de las traducciones cuando se hacen mal o cuando se percibe que se han hecho mal», dice para especificar que, un libro ‘mal escrito’ en castellano que proviene de otro idioma no tiene por qué estar «mal» traducido. «Puede ser, simplemente, que el tono de la voz original sea ese», apuntala Flecha Marco. «Yo también escribo, pero escribo porque traduzco, no al revés», continúa. «Todos los traductores saben, o deberían saber,escribir, pero no todos los escritores saben, ni tienen por qué saber traducir», zanja a este respecto.

Oficio entre sombras


Es, quizá, una de las reivindicaciones más sonadas entre los de su profesión: que se les vea, que se ponga su nombre en portada junto al del autor. Que el lector sepa que ellos están ahí.

Muchas editoriales ya lo hacen –como el ejemplo de Acantilado y Joan Fontcuberta, con sus famosas traducciones del alemán de Stefan Zweig–, aunque no todas. «Si una editorial pone el nombre en cubierta comienza a hacernos visibles y eso es importante, que se sepa que siempre estamos ahí», observa y apuntala, «Así sería más difícil que en las reseñas de los periódicos se diga ‘qué bien escribe fulanito, qué estilo tiene’ sin caer en la cuenta de que, evidentemente, esa persona escribirá muy bien y tendrá muy buen estilo, pero ese estilo nos llega a través de las palabras, de las manos, de otro», recuerda.

Pero esa no es su principal reivindicación, ni mucho menos. Su primer objetivo, como el de muchos trabajadores de distintos sectores, es simple: que se cumplan las condiciones del contrato. «Que las tarifas sean mucho más ajustadas al trabajo que hacemos, porque muchas veces no lo son, que los plazos sean mejores y que se nos comuniquen las ventas reales de ejemplares y se nos pasen las liquidaciones», enumera. Esto último, el derecho a conocer las ventas –que los traductores ya tenían, pero que a juicio de Flecha no siempre se cumple –forma parte de una necesidad de transparencia que, espera, sea efectiva pronto gracias al reciente acuerdo firmado entre La ACE y la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL) para que los autores obtengan los datos sobre la difusión de sus obras de manera directa, sin pasar por las editoriales.Porque, insiste, los traductores también constan como autores de las obras que interpretan.


«Por eso tampoco existe la figura del traductor asalariado en el tema literario», explica Flecha Marco y continúa, «Nuestras obras generan derechos de autor y sería muy difícil de justificar un contrato al uso. Constreñiría un derecho, es complicado. Todas las traducciones literarias son encargos autónomos, mientras que para otro tipo de traducciones sí es habitual que las empresas cuenten con una plantilla concreta», ilustra.

A veces piensa en el excedente de producto, en que ojalá se hicieran menos libros, pero que se hicieran mejor, con más mimo y cuidado por parte de todos los elementos de la cadena que compone el mercado editorial. «¡Claro quehay excedente de producto en España!», ríe al ser preguntada y admite que eso es un problema porque implica que, al final, «se convierte todo en un mercado especulativo». «Muchas veces se sacan libros –sobre todo los grandes grupos– para ver si dan a la teclay ver cuál les va a dar más dinero para sacar otros y obtener mayores ganancias. Es como cualquier mercado», comenta.

Cambiando de tercio e interrogada por la relación con sus raíces, por aquel León que abandonó con 17 años, Flecha asegura que lo visita con asiduidad. «Vengo de visita siempre que puedo y, además, mis editores son de aquí», anuncia en referencia a Mr. Griffin, conocida editorial cazurra. En ella publicó doslibros, una novela corta y otro compuesto por dos historias, porque cree que los relatos tienen muy mala fama. Por eso, si le preguntas te recomendará un libro de cuentos. Esta vez se trata de ‘Todo lo que aprendimos de las películas’ de María José Navia (Páginas de espuma, 2023), una serie de historias encadenadas en las que los personajes saltan de un relato a otro, entretejidos como un encaje de bolillos. «Parece que no se venden, que la gente no lee cuentos, hablamos poco de ellos», comenta, pero para ella los cuentos son muy importantes, casi tanto como para los primeros lectores, aquellos en los que prende la chispa de la literatura: los niños.
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