Las lamentables imágenes que se vivieron hace unos días por las calles de León deben hacernos reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí y lo más importante, el posible futuro al que nos podemos enfrentar si no conseguimos liderar una campaña de vacunación contra la imbecilidad. Seríamos muy malos epidemiólogos si pensáramos que este virus de la sinrazón se manifestará únicamente en algún caso aislado. Les suena ¿no?
Lo vivido en muchas ciudades españolas en las últimas fechas es un peldaño más en nuestra escalada vertiginosa hacia la crispación y la polarización, a la que no se equivoquen, no nos hemos dirigido de una manera espontánea. Para llegar a la situación actual se ha necesitado una importante carga viral de proclamas incendiarias desde muy diferentes púlpitos, llamando a asaltar cielos aunque realmente esto nos conduzca a los infiernos, a tomar las calles en defensa de unas supuestas libertades amenazadas a pesar de que esto suponga robar las libertades individuales y colectivas del resto, a señalar como enemigos y causantes de nuestra enfermedad social a los que no piensan como los tuyos y a resucitar fantasmas del pasado procedentes de ambos extremos ideológicos, dando lugar a generaciones actuales de zombis que sólo se mueven por impulsos de rechazo hacia el prójimo.
La violencia no distingue entre ideologías. La violencia es violencia, sin más. Sólo hay que acudir a los libros de historia para darse cuenta de cómo desde posiciones antagónicas del espectro ideológico se han liderado verdaderas barbaries contra la humanidad. Precisamente quizás lo que ha faltado en las vidas de los que han protagonizado las últimas algaradas son libros de historia. Pero ojo, que en esto también hay truco, porque son muy abundantes los tahúres que manipulan la realidad de los hechos pasados y presentes para conseguir un objetivo partidista.
Parece mentira que en nuestro país no hayamos aprendido los peligros que tiene alimentar a la bestia con basura ideológica y arrojar compulsivamente más palabrería inflamable a la hoguera del sectarismo. Y es que llega un momento en el que todo se descontrola y ya no hay un punto de retorno, con las consecuencias fatídicas que esto conlleva. Sólo hay que acordarse de ese ‘apretad’ balbuceado por Torra a los CDR cuando estaban convirtiendo las calles y carreteras de Cataluña en campos de batalla. Por suerte, en nuestro país a día de hoy la gente puede manifestar su desacuerdo de manera pacífica, sin necesidad de recurrir a la violencia, por lo que es incomprensible que algunos políticos o líderes sociales animen de manera más o menos directa a tomar las calles, siendo conscientes de que siempre hay gente esperando a escuchar mensajes vacíos para convertirse en un berserker vikingo y comenzar a destrozar mobiliario urbano, locales comerciales y protagonizar todo tipo de saqueos. Es cierto que este problema es global y no exclusivo de la vieja Europa. Sólo hay que poner la mirada en Estados Unidos, el país de las libertades, para ver imágenes que parecen sacadas de películas de Hollywood sobre el fin del mundo tal como lo hemos conocido.
Ojalá estos primeros síntomas del virus de la imbecilidad sean algo anecdótico y no se contagie más allá de los ultras y radicales de todo tipo de pelaje que han protagonizado las últimas odas contra la libertad y la democracia. Pero si le soy sincero, no soy muy optimista. No me quiero imaginar las reacciones que pueden tener ciertos sectores de la sociedad cuando la crisis económica provocada por la COVID-19 condene a miles de personas a situaciones extremas de pobreza. La desesperación te obliga en ocasiones a salirte del camino de la lógica y ya saben lo que eso puede significar. El único consuelo es que a día de hoy en nuestro país no está legalizado el uso de armas para defensa personal.
Odas contra la libertad y la democracia
05/11/2020
Actualizado a
05/11/2020
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