26/11/2024
 Actualizado a 26/11/2024
Guardar

Enjuta y encallada en la centena, Feli se abre paso a un año más celebrando la vida con una sonrisa picarona y risueña, imperdible y sin dobleces. Con sus 111 años, la abuela del Bierzo ha aprendido a hablar sin palabras, a mirar sin pudor, y a romper los relojes con un gesto de mano. Encandila con él. No hay nada más natural que su «quita de ahí» o la amenaza del «que te doy» de la ‘abu’ con la palma revirada, al que le sigue la carcajada, que hace bueno el enfado que nunca existió. La abuela Feli hace sombra al negro que viste desde unas canas inmaculadas que ha dejado de peinar, porque lo que le importa no está en estilismos que mejoren sus arrugas resabidas, es que las esquinas de las servilletas de papel cuadren a la perfección y que los bordados salidos de sus manos tengan el número de puntos que ella cuenta en alto. Uno, dos, tres…diez, sentencia. «Es bien fácil», dice. Y recupera la cuenta por si algún rezagado no llegó a oírla o alguien duda de su poder matemático. Feli recuerda a su San Román de Bembibre, donde creó una familia de ocho, desde la distancia que imponen los cuidados y que le ha hecho pausar en Sabadell con su adorado hijo Toño «él me trajo y con él iré», dice. Y propone «arrancar» una vuelta a casa para ver a sus padres, como si el tiempo y la distancia se destrozaran mutuamente y solo quedara vincularlos atándolos a la cuerda de la nostalgia. Lo hace mientras sopla velas en medio de un infinito de gente que quiere aplaudir esa carrera que le está ganando a la inmortalidad la «abu». Ella mira y hace conjeturas. Los cuenta. Uno, dos...diez. Gente y chichos del Bierzo, empanada…Hila fino «trae bramante que vamos a hacer chorizos», dice. Tenía los condimentos para hacer la matanza de noviembre, pero faltaba bramante. Y las velas nunca se consumen sobre su cera gastada. Como sus pasos, breves y rebeldes. Un poco desafinados, pero en equilibrio, el mismo que  marca una edad imposible que ella ha conseguido abanderar. Es la quinta supercentenaria. Y escalando posiciones, engorda  su currículum con la falta de bastones y de gafas. Con el nacimiento de nuevos dientes y la ausencia de medicación. Un cóctel de centenaria y niña unidas por el hilo invisible que ella maneja entre sus manos sin darse cuenta. Va tricotando sin descanso, buscando simetrías, recolocando imprecisiones. Va. Y con 111 llega con ir, aunque sea para estar de vuelta. Felices 111 abu.

Lo más leído