15/05/2024
 Actualizado a 15/05/2024
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Cada dos miércoles tengo que llenar las 57 líneas que ocupa esto que llamamos caja de texto y que, en la teoría, viene a recoger mis opiniones. Procuro que la actualidad impregne siempre este espacio, aunque he de reconocer que disfruto más relatando sensaciones que elaborando un juicio sobre ellas. Esto quiere decir que, pese a lo que nos enseñaron en la facultad, en la práctica, la historia es bastante diferente.

Reflexionaba sobre qué escribir esta semana (que, por otra parte, no es que los últimos días hayan resultado escasos de actualidad sobre la que sentar cátedra), y no deja de sorprenderme  lo difícil que me resulta a mí volcar aquí mi pensamiento más crítico y lo fácil es para otros ‘vomitarlo’ donde sea. Ventajas y desventajas de que «las opiniones sean como los culos».

El periodismo clasifica este género en distintos tipos, y la sociología bien podría hacer lo mismo en cuanto a los dictámenes que hacemos o recibimos como conjunto de seres humanos. Entre las favoritas, sin duda, la ‘opinión no pedida’, esa que en algunos casos se considera como una agresión y que entra a valorar las acciones, la apariencia o el modo de vivir de la persona que está enfrente, sin que ella, en ningún caso, haya solicitado ser valorada. En el caso opuesto está esa opinión solicitada que intentó sonar bien, pero resultó hiriente. Sí, como cuando pedí a una amiga una valoración sobre un vestido y su respuesta llegó cargada de condescendencia y edadismo(desde luego hubiera preferido que me dijera que el traje era feo).

Finalmente, las más modernas, las de Internet, que también se pueden clasificar en sí mismas, pero por su negatividad. En cierta red social se encontrarán más valorativas, e irán a atentar contra cualquier movimiento que haga el famoso o la ‘influencer’ del momento. En otra, destacarán los catedráticos que no se esconden detrás de ‘nicknames’ y aportan su opinión sin ningún tipo de sonrojo, bajo su nombre y apellido, intentando corregir o mejorar lo que ya ha sucedido. Por último, los más sarcásticos, que hasta sacan una sonrisa.

«Todos tenemos una», sí, aunque  sea cuestión de arrojo. O de educación.

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