Suena bien. Muy bien. «A mediados de agosto», decía el vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, que se va a recuperar la vida normal después de esta pandemia que no termina de irse. Supongo que volver a la esperada cotidianidad previa a la llegada del SARS-CoV-2, aunque sea durante el mes de las vacaciones por antonomasia, supone acabar con las mascarillas, la distancia social y el gel hidroalcohólico. Pero también volver a compartir abrazos, besos y vasos como síntesis de lo que es la vida, a secas, la de verdad.
Llama la atención además que lo dijera Igea, que se ha mantenido siempre tan cauto en cuanto a fechas y predicciones puesto que ya hemos visto que no se han cumplido muchas de las que hemos tenido constancia, ni siquiera la de la llegada de vacunas, que es realmente lo que marcará que logremos la anhelada normalidad. A mediados de agosto se cumple también el plazo fijado para que arreglen parte de la carretera que se desliza con cansancio eterno hacia mi pueblo. Es curioso que confíe más en la llegada de las verbenas compartiendo ‘cachis’, como diría el propio Igea, que unas obras finalizadas en tiempo y forma. Pero quizá lo que queremos es creernos estos plazos para así acumular un poquito de esperanza, que llevamos demasiado cansancio sobre las espaldas.
Por eso me debato entre el optimismo y el pesimismo. Entre pensar que este verano será como los de hace años, de cerveza a todas horas y piscina y playa sin miedos ni temores, y que no soltaremos la mascarilla no sea que un contagio acorte el día y la vida en todos los sentidos. Vuelve a estar en nuestras manos una vez más tomar las medidas necesarias para que se puedan aguantar estos últimos meses sin que pongamos y nos pongamos en riesgo. Aunque solo sea para que en otoño ya hayamos olvidado esta columna.
A mediados de agosto
21/04/2021
Actualizado a
21/04/2021
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