Me contó hace muchos años un hombre ya por aquel entonces jubilado que cuando empezó a extenderse la informatización de las empresas él ya tenía ganas de jubilarse. Trabajaba en banca cuando los bancos eran papeles, billetes y monedas y acaso una máquina de escribir para anotar en las libretas de ahorro los movimientos de entradas y salidas de dinero, que eran infinitamente menos que los de ahora porque aún no había llegado a España la moda de las tarjetas y mucho menos las compras por internet con pagos electrónicos, las transferencias constantes entre particulares ni las trabas a pagar en efectivo.
De ninguna manera quería seguir trabajando en el banco cuando tuviera que hacer su trabajo con un ordenador. «Computadora de esas» que le llamaba él. Se negó a ir a los cursos que su banco organizó para ir enseñando a la plantilla a manejar los nuevos sistemas y pidió la jubilación anticipada en unas cuantas ocasiones para evitar enfrentarse a la pantalla, el teclado y el ratón, la impresora y un programa de gestión. De aquella se jubilaba a los empleados de banca con muchos menos de 50 años y él tenía muchas aficiones más allá del mostrador de mármol de la sucursal.
Contaba que su mejor argumento para convencer a sus superiores de que no iba a entrar por el aro de la informática era que de los doce del año iba a estar uno de vacaciones, diez y medio de baja y quince días trabajando. O yendo a trabajar, mejor dicho. Fue sincero a la hora de dejar bien claras sus intenciones y la empresa, un banco de los grandes, accedió a sus pretensiones y metió a un chaval de veintipico en su puesto que ahora estará a punto de jubilarse. Y todos contentos, ellos, los clientes y los compañeros.
Conociendo bien la picaresca nacional, la Junta de Castilla y León anuncia ayudas para actuaciones de diagnóstico y planificación de medidas para prevenir y reducir el absentismo laboral y de su impacto en las empresas porque es un verdadero problema en muchos negocios el que los trabajadores no vayan a su puesto de trabajo simplemente porque no les da la gana. Sorprende, sin embargo, que esas medidas no se empiecen a aplicar en casa con los profesores que saben hacer pellas mejor que los alumnos, los médicos que se ponen enfermos más de la cuenta o los funcionarios que nunca están en su oficina.